Me contaba una amiga, profesora universitaria que vive en un país ex-soviético, concretamente en Kazakstán, que le costó diez años hacer entender a una antigua alumna, luego gran amiga, el valor del perdón. Me decía que durante tres generaciones la familia de esta kazaja había alimentado el odio, el resentimiento y el deseo de reivindicar antiguos derechos ultrajados. El comunismo los había despojado de todo: bienes, propiedades, lengua, tradiciones, deseos y libertades. En su lugar, había dejado una profunda herida casi tan fuerte como el pecado original: se transmitía de generación en generación.
¡Acompáñame a recorrer nuestro tiempo con sentido crítico y positivo! Mercedes Malavé