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Antropología y sabiduría: la ciencia del hombre

           Podemos considerar la antropología filosófica como la ciencia más antigua acerca del hombre. Sus inicios se remontan a las filosofías de las grandes civilizaciones antiguas, sobre todo a la de los griegos. Tenemos en los diálogos de Platón, con su maestro Sócrates, uno de los testimonios más primigenios sobre esta sabiduría del hombre que los filósofos de Atenas se esforzaron por alcanzar. Era, en resumen, el empeño por conquistar el famoso oráculo que estaba inscrito en el templo de Apolo, situado en la ciudad de Delfos: “Conócete a ti mismo”. 

Ruinas del templo de Apolo en Delfos
               Una aproximación a los orígenes de la antropología como ciencia del hombre, la encontramos en el Carmides o de la sabiduría de Platón, en el que recoge una conversación de su maestro Sócrates con un discípulo Critias:


Sócrates
Comienzo. Si la sabiduría consiste en conocer alguna cosa, evidentemente es una ciencia y la ciencia de alguna cosa. ¿No es así?

Critias
Es una ciencia, la de sí mismo.

Sócrates
Y la medicina, ¿es la ciencia de lo que es sano?

Critias
Sin duda.

Sócrates
Y si me preguntases: la medicina, esta ciencia de lo que es sano, ¿en qué nos es útil y qué bien nos procura; yo te respondería: un bien que no es poco precioso; nos da la salud, lo que es un magnífico resultado. Creo que me concedes esto.

Critias
Lo concedo.

Sócrates
Y si me preguntases: la arquitectura, que es la ciencia de construir, qué bien nos procura; yo te respondería, las casas. Lo mismo respecto de las demás artes. Tú que dices que la sabiduría es la ciencia de sí mismo, estás en el caso de responder al que te pregunte: Critias, la sabiduría, que es la ciencia de sí mismo, ¿qué bien nos procura que sea excelente y digno de su nombre? Vamos, habla.


Critias
Pero, Sócrates, tú no razonas con exactitud. La sabiduría no es semejante a las otras ciencias; éstas no son semejantes entre sí, y tú supones en tu razonamiento que todas se parecen. Veamos; dime dónde encontraremos los productos de la aritmética y geometría; como vemos en una casa el producto de la arquitectura y en un vestido el producto del arte de tejer, y así en una multitud de otros efectos, producto de una multitud de otras artes? ¿Puedes mostrarme los resultados de estas dos ciencias? Pero no, tú no puedes.

Sócrates
Es cierto; pero puedo por lo menos mostrarte de qué objeto cada una de estas ciencias es la ciencia, objeto bien diferente de la ciencia misma. Así es, que la aritmética es la ciencia del par y del impar, de sus propiedades y de sus relaciones. ¿No es así?

Critias
Sin duda.

Sócrates
¿Y el par y el impar difieren de la aritmética misma?

Critias
No puede ser de otra manera.

Sócrates
Y la estática es la ciencia de lo pesado y de lo ligero; lo pesado y lo ligero difieren de la estática misma. ¿No lo crees así?

Critias
Lo creo.

Sócrates
Pues bien; dime, ¿cuál es el objeto de la ciencia de la sabiduría, que sea distinto de la sabiduría misma?

Critias
Veamos el punto en que estamos, Sócrates. De cuestión en cuestión acabas de hacer ver que la sabiduría es de otra naturaleza que las otras ciencias, y a pesar de eso te obstinas en buscar su semejanza con ellas. Esta semejanza no existe; pues mientras que todas las demás ciencias son ciencias de un objeto particular y no del todo de ellas mismas, sólo la sabiduría es la ciencia de otras ciencias y de sí misma. Esta distinción no puede ocultársete, y creo que haces ahora lo que declarabas antes no querer hacer; te propones sólo combatirme y refutarme, sin fijarte en el fondo de las cosas.

Sócrates
Escultura de Sócrates en la Academia de Atenas
¡Pero qué! ¿puedes creer, que si yo te estrecho con mis preguntas, sea por otro motivo que por el que me obligaría a dirigirme a mí mismo y examinar mis palabras; quiero decir, el temor de engañarme pensando saber lo que yo no sabría? No, te lo aseguro; sólo un objeto he tenido: ilustrar la materia de esta discusión; primero, por mi propio interés, y quizá también por el de algunos amigos. Porque ¿no es un provecho común para todos los hombres, que la verdad sea conocida en todas las cosas?

Critias
Seguramente, Sócrates.

Sócrates
Ánimo, pues, amigo mío; responde a mis preguntas, según tu propio juicio, sin inquietarte, si es Critias o Sócrates el que lleva la mejor parte; aplica todo tu espíritu al objeto que nos ocupa, y que sea una sola cosa la que te preocupe: la conclusión a que nos conducirán nuestros razonamientos.

Critias
Así lo quiero, porque lo que me propones me parece muy razonable.

Sócrates
Habla y dime lo que piensas de la sabiduría.

Critias
Pienso, que, única entre todas las demás ciencias, la sabiduría es la ciencia de sí misma y de todas las demás ciencias.

Sócrates
Luego ¿será también la ciencia de la ignorancia, si lo es de la ciencia?

Critias
Sin duda.

Sócrates
Por consiguiente, sólo el sabio se conocerá a sí mismo, y estará en posición de juzgar de lo que sabe y de lo que no sabe. En igual forma, sólo el sabio es capaz de reconocer, respecto a los demás, lo que cada uno sabe creyendo saberlo, como igualmente lo que cada uno cree saber, no sabiéndolo. Ningún otro puede hacer otro tanto. En una palabra, ser sabio, la sabiduría, el conocimiento de sí mismo, todo se reduce a saber lo que se sabe y lo que no se sabe. ¿No piensas tú lo mismo?

Critias
Sí.

            En este diálogo vemos cómo los participantes entienden la sabiduría, no como acumulación de conocimientos aislados, sino como la ciencia de sí mismo, o ciencia del ser hombre. Al mismo tiempo, se interrogan acerca del propósito o la utilidad de la sabiduría, si bien toda ciencia debe proporcionar un bien que sea útil. Luego, reconocen una escala o grados del saber, que podemos formular desde los saberes más concretos y prácticos -como la medicina, la arquitectura, la costura, etc.-, hasta los más abstractos, como la geometría, la aritmética, la estática. Llegados a este punto, Sócrates reconoce que toda ciencia, incluso la más abstracta tiene un objeto diverso de sí misma, ya que la aritmética no se estudia a ella misma, ni la arquitectura, ni la geometría. En cambio, la sabiduría es la ciencia que tiene por objeto al mismo que la estudia; por eso se ocupa del que hace ciencia, esto es del hombre. Es, en este sentido,  la ciencia de las ciencias porque a ella le atañe el hombre en cuanto hombre.

Otra característica del diálogo es que nos presenta el método socrático, o mayéutico, que consistía en interrogar al alumno con la intención de que él mismo llegara a definir o a conceptualizar la materia tratada. Se trata, pues, de una actitud filosófica –y pedagógica– contraria al adoctrinamiento o al compromiso con alguna ideología. A fuerza de razonamientos lógicos se induce al discípulo a tomar posesión de algún principio o verdad porque le es propio. Con el método socrático se garantizaba que el desarrollo de la antropología fuera, al mismo tiempo, una ciencia y un aprendizaje para aquellos que la ejercían.

Por último, los filósofos se interrogaron también acerca de la ignorancia. Sabio es aquél que reconoce lo que sabe y también lo que no sabe. Llevada hasta el extremo, esta premisa nos sitúa frente a una ciencia que traspasa los límites de la propia existencia y de la razón humana. El conocimiento del hombre encierra un algo de misterio, de inaccesibilidad: “En una palabra –dice Sócrates– ser sabio, la sabiduría, el conocimiento de sí mismo, todo se reduce a saber lo que se sabe y lo que no se sabe”. El filósofo del hombre se topa con el misterio que supone estudiar un ser que es, a la vez, cuerpo y espíritu.

El conocimiento del hombre encierra un algo de misterio


Por eso, la pregunta acerca de quien es el hombre ha generado un sin fin de teorías, discusiones, visiones y dilemas. F.J Sheed plantea una división de las diversas visiones del hombre en tres grandes grupos: “Los que reconocen al hombre como un compuesto de materia y espíritu, los que piensan que el hombre es sólo su cuerpo y los que piensan que el hombre es esencialmente sólo su alma” (Sheed: 26). Sin embargo, el mismo autor hace una acotación interesante acerca de estos tres grupos aparentemente irreconciliables:

Pero si los hombres discrepan tan grandemente unos de otros sobre la interpretación de lo que es tan evidente en el hombre, por lo menos no discrepan sobre los mismos datos evidentes. Todos los hombres ven que los hombres hacen las mismas cosas, sufren las mismas cosas, y reaccionan de la misma manera. Pero en la interpretación de esto que es evidente, todos cometen prácticamente el mismo error: tratan separadamente la parte que les parece más accesible, como si esta parte fuera el todo. Todo lo demás, menos accesible, lo dejan de lado (…) Como acabamos de decir, no hay discrepancia acerca de lo que es evidente (Sheed: 27)


La experiencia es el principal modo de filosofar
            Por eso es importante no dejar de lado la propia experiencia a la hora de introducirse en las principales cuestiones que plantea la antropología filosófica. La vía de la experiencia ha sido ampliamente estudiada y comentada por toda clase de intelectuales. Los artistas y escritores se han basado en ella para plasmar sus obras originales. Hay algo de arte, de creatividad, en la experiencia filosófica. La búsqueda de la sabiduría no sólo conduce a un conocimiento cada vez más verdadero del hombre, sino también a un progresivo encuentro con la belleza que supone ser hombre. En este campo, la antropología cultural, la etnografía, la sociología y otras ciencias modernas del hombre, tienen mucho que aportarnos. Así lo expresa el trágico griego Sófocles en su Antígona:

El hombre es el principal potencial de un país
Hay muchas maravillas en el mundo, pero ninguna supera al hombre. Él atraviesa el mar con vientos borrascosos, bajo olas que rugen. Él desafía a la diosa más poderosa, Gea, la inmortal, la incansable, y la quebranta arando año tras año con sus mulos. El hombre hábil da caza, envolviéndolos en sus redes, a los atolondrados pájaros, y también a las fieras salvajes de los montes, y a los peces del mar. Por sus mañas atrapa al animal de campo que corre por los bosques, unce al yugo al caballo de espesas crines, y al recio toro bravo. El hombre se enseñó a sí mismo el lenguaje alado y el pensamiento, así como las civilizadas maneras de comportarse. Y también –fecundo en recursos– aprendió a esquivar bajo el cielo el azote del hielo riguroso y la lluvia inclemente. Lleno de ingenio, nunca se encamina al mañana sin una solución, pues ha logrado vencer enfermedades que no tenían remedio. Sólo ante la muerte no tiene escapatoria.


Bibliografía:
Sheed, F.J, Sociedad y Sensatez, Herder, Barcelona, 1976.
Platón, Carmides o de la Sabiduría.

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