A Jules de Gaultier le debemos el hallazgo de ese curioso mal que aqueja a los personajes de Flaubert, inmortalizado en Emma Bovary. Se trata de la tendencia a concebirse distinto de como se es. “Todo hombre, en el fondo, es un bovarista” decía Antonio Caso. Ninguno de nosotros es libre de espejismos, máxime en un mundo donde un App o un laboratorio de tuits, construye, crea y convierte la ficción en información -síntesis apretada del fenómeno de la posverdad-. Basta que una idea o fantasía se asome en la conciencia para que los individuos tiendan a volverla realidad: “Nos vamos sacrificando a nuestra mentira”, sentenciaba precipitadamente el filósofo mexicano.
Así las cosas, el impulso bovarista o inclinación a pensarnos diverso de como somos en realidad, constituye la fábrica por excelencia de idealismos, utopías o ideologías autorreferenciales. Basta que el individuo que pretenda encarnar su falsa idea de sí sea un líder carismático para que aquello cunda por doquier, apoyándose en el deseo mimético y bovarista de todo interlocutor racional. Sin embargo, a Gaultier no se le escapan las potenciales virtudes del bovarismo humano, cuando sostiene que la humanidad evoluciona por el esfuerzo psicológico de concebir nuevos mundos y nuevas relaciones: “Los hombres que han logrado modificar las condiciones de la historia, imponiendo a las masas su sueño, fueron bovaristas”. La contraparte viciosa viene descrita por Gaultier como aquellos débiles que, por afán de realizar su sueño inútil “cayeron en el presidio, el hospital o el manicomio”. Es la grandeza de los resultados obtenidos lo que distingue a un bovarista honorable de uno despreciable.
Antonio Caso no dejó de aplicar la categoría esgrimida por el francés a la realidad mexicana: “México busca su libertad a través de su historia. Cada una de sus revoluciones acerca la patria a la realización de su destino. Constreñidos en nuestra individualidad, nos devoraría la desesperación de no salir nunca de nuestra propia miseria. La vida nuestra es, en suma, más tolerable con bovarismo que sin él”. No deja de impresionar la mirada generosa del intelectual sobre una realidad histórica dolorosa, fragmentada, cargada de errores y miserias, de vanidades, de odios, de injusticias y crueldades. Sólo en la visión de la unidad histórica y nacional de los mexicanos es posible valorar las escasas virtudes del impulso bovarista, tantas veces ocultas tras los egos y ambiciones estériles.
Trasladándonos a la Venezuela del siglo XXI, aún queda por ver si del deplorable saldo del bovarismo bolivariano, podremos sacar alguna cosa de provecho, y si podremos superarlo en el primer cuarto de siglo, o tendremos que esperar otro lustro y otra década.
Pero el ensueño bovarista, como lo hemos venido sosteniendo, no pertenece a un solo grupo. La ilusión voluntarista también es propiedad de quienes han encarnado las luchas políticas de nuestro cambio de siglo. Y no puede decirse que se trata del bovarismo de quienes se equivocan por buena fe al juzgarse, sino de aquellos que se empeñan en producir cambios reales a base de ficciones, y pretenden librarse de su esterilidad describiendo la dura realidad: “Otros, en el fondo más creadores, inventan un tipo semirreal, seminovelesco; un doble a quien encargan realizar, por las páginas de los libros -hoy diríamos, por las redes sociales- lo que ellos no realizan por las calles y plazas”, argumenta Reyes.
Estamos a punto de concluir un año más del trágico siglo XXI venezolano, y ya va siendo hora de exigirnos y reclamar, sobre todo al liderazgo político, un ascenso de nivel de aspiraciones: elevar la capacidad de soñar en grande, y renovar el compromiso de hacerlo realidad. Claro está: sobran razones para permanecer en un saludable y prudente escepticismo, dado el reiterado y destructor bovarismo criollo que hemos acarreado tantos años.
Apelemos entonces a esa tristeza nacional a la que hacía referencia Antonio Caso; y que sea ese sentimiento que nos devora por la desesperanza de no salir nunca de nuestra propia miseria, lo que eleve nuestras ambiciones. Y que, superando las débiles fantasías -individuales, mezquinas- que nos impiden soñar y ejecutar lo grande, emprendamos unidos el camino del destino mejor.
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