Cuando el Papa Benedicto XVI estuvo en Sidney tuvo una reunión con personas que habían vivido la experiencia de la droga, del alcohol, y que ahora se encontraban en un centro de rehabilitación, haciendo grandes esfuerzos por salir de su situación. En su discurso reflexionó sobre lo que significa vivir plenamente:
"¿Qué quiere decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes (...) El instinto más enraizado en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir a otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos cuál es la mejor manera de realizar todo esto".
Sin embargo, para vivir plenamente hace falta escoger una finalidad en la vida, tener una dirección hacia donde dirigimos la barca de la propia existencia. En este punto, el Papa hace una interesante reflexión acerca de los fines que nos podemos poner como metas. Pone el ejemplo del pueblo de Israel, que recibió una particular revelación por parte de Dios que les invitaba a usar su libertad para dirigirse hacia fines realmente importantes en la vida. A este propósito dice:
“Estaba claro lo que debían hacer: debían rechazar a los otros dioses para adorar al Dios verdadero, que se había revelado a Moisés, y obedecer sus mandamientos. Se podría pensar que actualmente es poco probable que la gente adore a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a “otros dioses” sin darse cuenta. Los falsos “dioses”, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique. Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte".
Cuando el corazón humano se fundamenta en las cosas materiales, en el amor posesivo que busca sólo su propio placer, etc., experimenta una reducción, se hace pequeño y por lo tanto incapaz de saciar al hombre. Las personas entran en una especie de círulo vicioso porque, a medida que más buscan su felicidad en esas cosas, mas insatisfechos -tristes- se sienten, por lo tanto se hacen más dependiente. La felicidad no es un problema de cantidad de placeres momentáneos, sino de calidad del amor que construimos a lo largo de la vida. Por eso el Papa dice:
"El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte. El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte".
Vivir plenamente supone entrar en un proceso de apertura y a veces de negación de las propias tendencias egoístas. Es fuerte esta afirmación pero, cuando se acepta y se vive, se descubre la paradoja de la felicidad en el don y desprendimiento de sí. El hombre está hecho para cosas grandes y tiende a lo grande, aunque a veces se aferre a cosas que están por debajo de su capacidad de amar. ¡Qué importante es aprender a rectificar, a desprenderse de modos de vida que achican el corazón y lo hacen encadenarse!
"¿Qué quiere decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes (...) El instinto más enraizado en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir a otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos cuál es la mejor manera de realizar todo esto".
Sin embargo, para vivir plenamente hace falta escoger una finalidad en la vida, tener una dirección hacia donde dirigimos la barca de la propia existencia. En este punto, el Papa hace una interesante reflexión acerca de los fines que nos podemos poner como metas. Pone el ejemplo del pueblo de Israel, que recibió una particular revelación por parte de Dios que les invitaba a usar su libertad para dirigirse hacia fines realmente importantes en la vida. A este propósito dice:
“Estaba claro lo que debían hacer: debían rechazar a los otros dioses para adorar al Dios verdadero, que se había revelado a Moisés, y obedecer sus mandamientos. Se podría pensar que actualmente es poco probable que la gente adore a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a “otros dioses” sin darse cuenta. Los falsos “dioses”, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique. Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte".
Cuando el corazón humano se fundamenta en las cosas materiales, en el amor posesivo que busca sólo su propio placer, etc., experimenta una reducción, se hace pequeño y por lo tanto incapaz de saciar al hombre. Las personas entran en una especie de círulo vicioso porque, a medida que más buscan su felicidad en esas cosas, mas insatisfechos -tristes- se sienten, por lo tanto se hacen más dependiente. La felicidad no es un problema de cantidad de placeres momentáneos, sino de calidad del amor que construimos a lo largo de la vida. Por eso el Papa dice:
"El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte. El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte".
Vivir plenamente supone entrar en un proceso de apertura y a veces de negación de las propias tendencias egoístas. Es fuerte esta afirmación pero, cuando se acepta y se vive, se descubre la paradoja de la felicidad en el don y desprendimiento de sí. El hombre está hecho para cosas grandes y tiende a lo grande, aunque a veces se aferre a cosas que están por debajo de su capacidad de amar. ¡Qué importante es aprender a rectificar, a desprenderse de modos de vida que achican el corazón y lo hacen encadenarse!
Comentarios