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Cuando la inteligencia tiene hambre de verdad, el corazón tiene sed de confianza.

(Entrevista a Queenie Yu. Parte II)


¿Cuándo fue la primera vez que comenzaste a plantearte el problema religioso?

Una cosa que me parece importante recordar para entender el paso de la etapa ideológica a la búsqueda de Dios, es el tema de la confianza. He contado que en mi búsqueda de la felicidad había no sólo una inquietud intelectual de encontrar algo por lo que de verdad valiera la pena dar la vida, sino también la necesidad de encontrar amigos de verdad, personas en las que pudiera confiar. Quería abrir mi corazón fuera de mi familia, encontrar una persona joven que fuera inspiradora para mí y me supiera aconsejar bien. Veía que la gente estaba muy metida en sus cosas, percibía el individualismo y cómo cada quién vivía para satisfacer sus propios intereses. Esto, lejos de decepcionarme, aumentaba el deseo de seguir buscando.

En el colegio tenía una amiga que era también atea. Cuando comencé la universidad, supe que se había convertido a protestante. Comenzamos a hablar mucho de temas religiosos, y me parecía que tenía argumentos para responder y defender su postura. Un día me invitó a una reunión bíblica y acepté. Acepté porque había algo que me atraía en su modo de ser: era alegre, serena, inspiraba confianza. Me impresionó conocer un grupo de gente que se reuniera para hablar de fe. Yo me consideraba feminista y ecologista radical, y sin embargo no me reunía semanalmente a hablar de esos temas. Noté que ella tenían más sentido de pertenencia que yo a su “causa”, y que entre ellos había un ambiente de amistad y de confianza. ¿Cómo puede ser esto? ¿qué es lo que hace que estas personas se comporten así? me preguntaba constantemente. Fui por tres meses a estos Bible studies.


¿Y qué fue lo que te llevó a ser constante en la asistencia a este grupo? Has dicho que aunque eras feminista y ecologista radical, sin embargo no te comprometiste ni se te ocurrió organizar reuniones periódicas.

Pienso que era porque me llamaba la atención que fueran cristianos que pensaban. Yo creía que todos los cristianos del mundo lo eran porque habían crecido en una familia cristiana. Además yo era muy rebelde, no me conformaba con la primera respuesta, y les hacía preguntas como desafiando su modo de ver la vida y el mundo. Pensaba que podría cambiar su modo de pensar, y liberarlos de esos prejuicios religiosos que tenían, por no saber lo que en realidad es el mundo. Quería hacerles ver que su fe era algo equivocado. Fui muy fastidiosa, y ellos muy pacientes. Nunca me trataron con desprecio ni se burlaron de mí, no reaccionaban frente a mis ataques ni se sentían agredidos. Poco a poco fui captando su modo de ver la vida.

Recuerdo que algo que me marcó fue un comentario de uno de los chicos que un día me dijo: “las cosas se hacen o por Dios o por egoísmo”. Un poco haciendo referencia a la frase de San Agustín que dice que sólo existen dos amores, el amor a Dios y el amor propio. “O sea –le dije- ¿que tú me estás diciendo que todo lo que hago por mejorar el mundo lo estoy haciendo por egoísmo?” Yo nunca había pensado que podía ser una persona egoísta, y que en el fondo de mi afán por cambiar el mundo había un deseo de satisfacción personal, de fama, de honor. Yo me consideraba tan buena.

Otra cosa muy decisiva fue cuando mi amiga protestante me dio una prueba lógica de la existencia de Dios, algo que yo no pude rebatir. Me hizo ver que tiene que haber una causa primera de todo lo que existe, ya que es imposible remontarse infinitamente a las causas, sin pensar que una tiene que haber sido la primera, y esa causa primera es Dios. Ese día por primera vez sentí miedo. Me pregunté: “¿Es posible que me haya equivocado toda mi vida negando a Dios? ¿Hay otros campos en la vida donde también esté equivocada? ¿Qué es la realidad? Yo había hecho cosas que pensé que nadie sabía, pero ahora con la confirmación de la existencia de Dios, me di cuenta que Él lo sabía todo, y esto me asustó mucho. ¡Pensar que Dios entró en mi intimidad sin que yo lo supiera! ¡sin mi permiso!

Llamé a mi amiga. Ella me tranquilizó y rezó en voz alta por mí. Después de nuestra conversación se me pasó el nervio y me dormí. Al día siguiente, ya la prueba de Dios había pasado, así que no creía más. Esto me ha hecho pensar que al hombre no le basta con una prueba de la existencia de Dios, como quien hace un viaje y ya no sólo cree sino que sabe que existe ese país o ese lugar que visitó. En cambio con la existencia de Dios no es así, porque las pruebas de que Dios existe son muy lógicas y se pueden entender aunque no se tenga fe, pero no son evidentes. Allí se acabó todo, no seguí buscando más pruebas.

Al acabar el año académico fui a mi ciudad con mi familia y pensaba buscar trabajo para el verano. Un día, entré en un edificio del Estado y vi un anuncio que decía: “Enseña inglés en Polonia”. Se trataba de un proyecto de voluntariado social para dar clases de inglés. Me gustó la idea y dije que quería ir. Había muchísimos anuncios en aquella cartelera, yo me fijé en ese y no dudé de que iría. El grupo de estudiantes y organizadores de este proyecto eran católicos. No lo sabía.


¿No tuviste miedo de volver a tener una experiencia como la de la universidad?

La verdad no. Era una actividad distinta, más profesional. Pero sí comencé a notar enseguida muchas cosas en la conducta de esas personas. Lo primero que noté es que eran personas que vivían su fe las 24 horas del día. Por ejemplo, apenas llegar a Polonia todas cayeron enfermas, y me llamó la atención el cariño con que las polacas trataban a las canadienses: ¿cómo puede ser esto si apenas nos estamos conociendo? Fue como una primera muestra de que, entre estas personas, había mucha confianza. Mi compañera de habitación fue la primera que se enfermó, y fui testigo de los cuidados y desvelos de las demás, sobre todo de la responsable del proyecto, la directora digamos, que se levantó a las 3 de la mañana para cuidarla. Pensé que estas personas no iban de vez en cuando a hacer voluntariado, sino que eran voluntarias; era algo vital que formaba parte de ella, y no unas cuantas horas que se dedicaba a enseñar inglés en un país lejano para luego volver a sus cosas.

Otra cosa: trabajábamos muchísimo, era un plan muy intenso. Las condiciones en las que vivíamos y trabajábamos no eran las mejores, al menos mucho menos de lo que tenemos en Canadá. Sin embargo, en todo el día se respiraba un ambiente de alegría y de felicidad que no había experimentado nunca. Entendí que servir es el camino para ser establemente feliz.

Aprovechaba las clases de inglés para hablar de temas polémicos relacionados con la fe con mis alumnas (a mí me tocó el grupo avanzado) y ellas me iban dando respuestas profundas y con mucha seguridad. Me di cuenta de que estas católicas sí pensaban, y que su fe no era sólo una cuestión sentimental, o de ignorancia, o de fanatismo. Eran personas súper normales.

Esto del sentimiento es interesante y me dio mucho que pensar. Yo me preguntaba ¿cómo estas personas que tienen más o menos mi edad y son activas e inteligentes no les da fastidio ir a misa? no puede ser que vayan porque les guste, no puede ser una cuestión de ganas. ¿Qué les mueve a hacer esto? El hecho de convivir con ellas, de conocerlas, me dio la seguridad de que su comportamiento no obedecía ni a sus estados de ánimo ni a sus ganas. Esto, hasta que uno no lo vive no se da cuenta de lo impactante que puede ser en una persona no creyente. También fue muy llamativo para mí cuando me enteré de que una de estas polacas había tomado la decisión de entregarse a Dios por completo, o sea, de no casarse. Ella misma fue quien me lo contó un día, yo traté de convencerla de que no lo hiciera, de que era una persona joven, guapa e inteligente, con muchas posibilidades en la vida, pero no logré nada. ¡Qué extraño! ¿Cómo puede hacer un sacrificio tan grande? Primero la misa, luego esto. Ya en un punto de mi perplejidad pensé: “Muy bien Queenie, o ellas están locas porque hacen sacrificios grandes para un Dios que no existe, o la loca eres tú porque no crees en Dios que existe verdaderamente”.

¿Cuándo fue el momento preciso en que decidiste convertirte?

Para contar esto tengo que hacer referencia a dos eventos quizá un poco misteriosos o sobrenaturales. El primero es la visita al Santuario de la Virgen de Chestokova, que es la patrona de los polacos. Al llegar allí una me preguntó si me gustaría rezar algo a la Virgen, y yo le dije que no sabía rezar. Al volver pregunté ¿Por qué rezar a María y no a Jesús? y una de ellas me respondió “Porque Jesús nunca le dice que no a su Madre”. Me explicó que Jesús siempre quiere nuestro bien porque nos quiere, y que cuando le pedimos algo, a veces nos lo da inmediatamente, otras veces nos hace esperar un poco porque nos conviene. Otras veces no nos da lo que pedimos porque no es bueno, pero siempre escucha nuestra oración. Esta frase se me quedó grabada, pensé: “Voy a rezar ¿por qué no? No tengo nada que perder”.

Al cabo de un tiempo, hubo un problema en el grupo y le pedí a la Virgen que lo resolviera y se resolvió. Luego dudé de que la Virgen había resuelto el asunto… ¡y se volvió a presentar el problema! Volví a pedirle y se acabó. Esta vez claro que creí que la Virgen había contestado a mi oración. Fue como si por unos momentos sintiese que por la fe en Dios podía ser omnipotente por medio de la oración. Comprobé que la oración es un arma para alcanzarlo todo (si nos conviene). Esa noche decidí ser católica.

Al día siguiente le conté mi decisión a una de mis amigas polaca. Ella empezó a llorar y me dijo: “Cuando estuvimos en Chestokova recé especialmente por ti”. En ese momento mi concepto de oración era: rezar y después obtener una respuesta de Dios, por eso le pregunté: “¿a qué hora rezaste por mí?” Entonces supe que ella había rezado por mí después de que ya había tomado la decisión de convertirme. Intenté consolarla, pues pensaba que había rezado demasiado tarde por mí y que su oración no me había ayudado a convertirme. Ella me explicó que la oración funciona también al revés, porque para Dios no hay tiempo. Entonces me impresionó más aún el poder de la oración. Desde ese entonces comencé a ir a Misa y a rezar el rosario todos los día.

(Queenie fue recibida en la Iglesia Católica después de recibir una serie de clases de doctrina y de conocer a fondo el Catecismo de la Iglesia. Ahora vive en Roma, donde ha podido profundizar más en su fe. Sueña con volver al mundo de los negocios, para influir en su propio ambiente. Quiere ayudar a cambiar la mentalidad, tan difundida entre sus colegas de trabajo, de que la ética de la persona y el mundo de los negocios se contradicen. Continuamente le piden que cuente su historia, y ella siempre acepta la invitación. Por el modo de contar, sencillo y sincero, se nota cómo el paso del tiempo y el progresivo crecimiento en la Fe la han hecho profundizar más en los eventos que rodearon su conversión, y crecer en la seguridad de que es poco lo que ella ha hecho en comparación a la ayuda, la compañía y el consuelo de Dios, que nunca la abandonó en su camino porque su búsqueda era sincera, de corazón).


FIN

Comentarios

Anónimo dijo…
Maravilloso, lo extenderé.

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