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¿Qué tiene que ver la Resurrección con mi vida?


La Semana Santa termina con la celebración grande de la Resurrección. Jesucristo, luego de haber muerto y de haber sido enterrado, resucitó con un cuerpo incorrupto, y estuvo con sus discípulos. La resurrección de Jesucristo es un hecho puntual que ocurrió en un momento concreto pero que, al mismo tiempo, trasciende la historia y llega hasta nuestros días. Tener un cuerpo glorioso, resucitado, significa no morir ya nunca más, no estar sujeto a la corrupción ni al envejecimiento. No tener límites de espacio ni de tiempo.

¿Dónde está Cristo resucitado? Sabemos que, poco después de un mes de haber resucitado, Jesucristo ascendió al Cielo con su cuerpo y su alma. Antes, en la Última Cena había instituido la Eucaristía, verdadera presencia de su persona, escondida bajo las especies del pan y del vino, para que los hombres lo podamos llevar dentro de nuestros cuerpos cuando comulgamos, y visitarlo y adorarlo en el Sagrario que está en cada iglesia católica. De esta manera, Jesucristo está presente también en la tierra.

La seguridad de que Cristo está vivo y goza de un cuerpo incorrupto es una luz muy potente para la vida de los creyentes: El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en que vivimos dijo el Papa Benedicto XVI recientemente. Una visión materialista y nihilista del mundo, que no cree en la posibilidad de que existan realidades más allá de la materia, producen una fuerte incertidumbre en el hombre y le deja con una gran sensación de vacío interior: En efecto –continúa el Papa– si Cristo no hubiera resucitado, el ‘vacío’ acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria.
La seguridad de que nuestros cuerpos también resucitarán, de que la muerte no tiene la última palabra en la vida de nuestros seres queridos y de nosotros mismos, se apoya en la seguridad de que Dios ha sido capaz de resucitarse a Él mismo, y por lo tanto también puede hacer que nosotros resucitemos. Después de esta vida, no es la nada la que nos espera, sino la compañía de Dios: Ya no es la nada la que envuelve todo, sino la presencia amorosa de Dios.La Resurrección de Cristo también nos confirma en la esperanza de que el mal que sufrimos y que vemos que rodea el mundo no es lo definitivo sino el amor: Con la resurrección, el día de Dios entra en la noche de la historia. A partir de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia. Se hace de día. (…) El simbolismo de la luz se relaciona con el del fuego: luminosidad y calor, luminosidad y energía transformadora del fuego: verdad y amor van unidos. El cirio pascual arde y, al arder, se consume: cruz y resurrección son inseparables. De la cruz, de la autoentrega del Hijo, nace la luz, viene la verdadera luminosidad al mundo.
Desde que Cristo ha resucitado, -continúa explicando el Papa- la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente la situación de la Iglesia de todos los tiempos? Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: 'Somos... los moribundos que están bien vivos' (2 Co 6,9). La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya! Amén.

La luz de Cristo resucitado es la que nos guía por el camino del bien y de la verdad. No hace falta mirar a más nadie, imitar modelos inciertos que no sabemos si son correctos y menos definitivos, imponernos obligaciones que quizá no tenemos por qué vivir. La única amistad que es verdaderamente decisiva en nuestra vida, es la amistad con Cristo, amistad que es posible porque Jesucristo vive aunque no le veamos: En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad y lo que es la oscuridad. Con Él surge en nosotros la luz de la verdad y empezamos a entender: (…) ¿Dónde hemos de ir? ¿Cuáles son los valores sobre los cuales regularnos? ¿Los valores en que podemos educar a los jóvenes, sin darles normas que tal vez no aguantan o exigirles algo que quizás no se les debe imponer? ¡Él es la Luz! (…). Que la delicada luz de su palabra y su amor, no se apague entre las confusiones de estos tiempos, sino que sea cada vez más grande y luminosa, con el fin de que seamos con Él personas amanecidas, astros para nuestro tiempo.

Por último, la Resurrección de Jesucristo nos invita a ser agua, manantial puro, para los hombres de nuestro tiempo, pues todos participamos ya de la capacidad de dar testimonio de la resurrección de Cristo: Por medio del bautismo, el Señor no sólo nos convierte en personas de luz, sino también en fuentes de las que brota agua viva. Todos nosotros conocemos personas de este tipo, que nos dejan en cierto modo sosegados y renovados; personas que son como el agua fresca de un manantial. No hemos de pensar sólo en los grandes personajes, como Agustín, Francisco de Asís, Teresa de Ávila, Madre Teresa de Calcuta, y así sucesivamente; personas por las que han entrado en la historia realmente ríos de agua viva. Gracias a Dios, las encontramos continuamente también en nuestra vida cotidiana: personas que son una fuente. Ciertamente, conocemos también lo opuesto: gente de la que promana un vaho como el de un charco de agua putrefacta, o incluso envenenada. Pidamos al Señor, que nos ha dado la gracia del Bautismo, que seamos siempre fuentes de agua pura, fresca, saltarina del manantial de su verdad y de su amor.

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