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El mito de Amor y Psique: algunas ideas sobre la armonía entre amor y conocimiento


Recorrer la eterna ciudad de Roma invita a meditar acerca de la inestimable huella que, a lo lago de los siglos, ha dejado la tradición grecorromana en la civilización occidental. Como decía el mexicano universal Alfonso Reyes, somos pueblos helenocéntricos, herederos de la cosmovisión griega difundida por el mundo con la extensión del Imperio Romano. Pero el paso de la cultura helénica por Occidente se verifica no sólo durante la etapa del Imperio Romano, sino también en la Modernidad –en el Renacimiento, en el Romanticismo, entre otros– cuyo afán de buscar la belleza y de expresar lo que es el hombre les llevó a encontrar en el helenismo una fuente inagotable de experiencia estética y de humanismo. Por eso sigue siendo válido para nosotros hoy en día.

En las hermosas estancias renacentistas del Castel Sant'Angelo pueden verse las restauraciones de los frescos que narran escenas de la mitología griega. En una de las habitaciones del Castillo, se representa el mito de Amor y Psique, mejor conocido como Eros y Psique, que puede ilustrar las relaciones entre amor y conocimiento en los actos humanos.

La historia de Amor y Psique es de aparición tardía en la mitología griega. Del personaje de Psique se extrajo la palabra con la que los griegos denominarían, con el desarrollo de la filosofía, al alma humana. De hecho, aún nos quedan términos relacionados, como psicología, psicoanálisis, psiquiatría, psicopedagogía, etc., para designar el estudio de la psique que es mucho más que el cerebro y sus funciones orgánicas; se trata del estudio del comportamiento íntegro de la persona.

Psique era la hija de un rey, la más joven y bella de sus tres hijas. Su belleza era tal que causó los celos de Afrodita, la misma diosa del amor y la belleza, que envió a su hijo Eros para que suscitase en Psique un amor invencible y total, pero hacia el más vil y cruel de los hombres.

Lo que ocurrió es que Eros se enamoró perdidamente de Psique, y ella de él. Pero se trataba de un amor ciego: al no estarle permitido al dios Eros enamorarse de la humana Psique, la raptó, se la llevó lejos y no le reveló su identidad ni le permitía ver su rostro: cuando salía el sol, Eros desaparecía del palacio donde Psique permanecía escondida. Eros y Psique mantuvieron una relación anónima y en secreto por largo tiempo.

Las hermanas de Psique, celosas también de ella, lograron convencerla de que Eros era un farsante, y de que detrás de su ternura se escondía un verdadero monstruo de aspecto espantoso. Por eso no quería revelar su identidad. Entonces Psique, una noche mientras Eros dormía, tomó una lámpara y un cuchillo para matar a su amante. Pero primero quiso iluminar su rostro para conocerlo, y, al iluminarlo se dio cuenta de que se trataba de un dios. Pero al instante, una gota hirviendo del aceite de la lámpara cayó en el hombro de Eros y éste se despertó inmediatamente. El dios, desilusionado y rabioso por la falta de confianza y la traición de Psique, la abandonó.

La felicidad de Psique se transformó en una auténtica amargura que la llevó a la desesperación. Cuando contempló el rostro de Eros, a la luz de la lámpara, se enamoró aún más de su amante. La pérdida del amor le llevó de intento al suicidio, intentando arrojarse a un río, y al no conseguirlo comenzó a andar errante de ciudad en ciudad, de templo en templo, intentando tener noticias de su amante. Finalmente, Psique logró llegar al palacio de Afrodita, quien la tuvo por esclava, y le impuso los trabajos más difíciles y penosos a esta bella y frágil mortal humana. Por desconfiar de Eros, Psique quedó prisionera de la diosa del amor.

El mito acaba diciendo que Psique no hubiese podido soportar todos esos castigos y sufrimientos, si no fuera por el continuo apoyo de Eros, que la seguía amando y la confortaba en la dura prueba, hasta que Psique –superada la ira de Afrodita– logró hacerse inmortal, permaneciendo unida a Eros para siempre.

….

 Antes de exponer las consideraciones que este mito podría suscitar, conviene hacer una breve precisión acerca de la concepción griega de amor. Simplemente señalar que, para el mundo clásico, sobre todo para la mitología griega, amor se entiende como enamoramiento, es decir, como pasión. No estaba todavía madura la noción de amor humano como donación, reflejo del amor fiel del Dios Creador y Salvador de los hombres. Amor y sensualidad se confunden en la antropología griega.

Sin embargo, posiblemente este mito aportó una luz nueva para la visión griega del amor: la personificación de Psique que, por alguna razón, será tomado como referencia del alma humana que es distinta de la pasión o los sentimientos. De hecho, el Eros se enamora de la Psique. Nada menos que el dios del amor sensual, capaz de promover el arrebato más apasionado en los mortales se rinde ante la personificación del alma racional. 



A veces, solemos ver los sentimientos y los afectos –las pasiones– así, como si fuesen dioses de nuestra vida. Sobre todo en lo que se refiere a las relaciones amorosas. Los sentimientos no se discuten, y esta sentencia tiene algo de verdad. Pero las pasiones no pueden vivir sin la razón (psique). Es bonito pensar que, en el mito de Amor y Psique, razón y sentimiento se atraen mutuamente, de hecho, están hechos el uno para el otro.

Pero Psique comete un error, que fue la causa de que cayera en el engaño de sus hermanas. Delante del amor sensual que Eros le causaba, Psique se dejó llevar por la fuerza de una pasión ciega. Creyó que podía amar en la oscuridad, sin conocer a Eros. Fue cómplice de unas pasiones sin-luz. La misma historia parece revelarnos que, en realidad, Psique, más que amar a Eros –a quien no conocía–, amaba el afecto que Eros le causaba. De hecho, cuando sus hermanas logran convencerla de que se trata de un monstruo, de un ser que no podría mantener las sensaciones de amor que ella experimentaba, entonces decide matarlo, no tiene cómo defender a su amor. Psique no amaba a Eros porque no lo conocía, sino que sólo amaba el efecto de unas sensaciones en ella, y por eso, en realidad, se amaba a sí misma. La irresponsabilidad de Psique consistió, más que en mantener un amor secreto, en su egoísmo.

Hoy en día, muchos jóvenes viven juntos antes de casarse. Algunos tienen planes de matrimonio, otros no. Vivir juntos –dicen– sirve para conocerse mejor y saber si pueden mantener una relación de por vida. Otras parejas, aunque todavía no viven juntas, viajan, van de vacaciones, etc., como si fueran esposos. No obstante estas facilidades y oportunidades de "conocerse" -que nuestros padres y abuelos no tuvieron-, cada día vemos cómo el índice de divorcios, rupturas dramáticas, desencantos amorosos, engaños, abortos por miedo a quedarse solas, etc., aumenta exponencialmente. Me pregunto si el mito de Eros y Psique se repite: si estas convivencias prematuras son, en el fondo, encuentros oscuros, relaciones ciegas por una pasión que se experimenta sin finalidad. Me pregunto si los jóvenes que toman esta decisión están preparados y dispuestos a conocerse, a donarse mutuamente, o si más bien están tomando una vía fácil, superficial, que oscurece sus entendimientos. No conviene generalizar pero da la impresión de que el rapto de las pasiones sigue siendo una realidad humana frente a la cual no debemos ser ingenuos, ya que las consecuencias pueden ser frustrantes.

Eros y Psique somos cada uno de nosotros. Eros, el dios del amor pasional, no puede ser motivo de ceguera de la razón, ni tampoco es el legislador absoluto e infalible de las relaciones amorosas. Si amor y conocimiento no van unidos, entonces, lo que reinará en las relaciones que mantengamos no será precisamente el amor mutuo, sino el egoísmo, la autocomplacencia: el amor propio. Hace falta sufrir un poco y perder la ingenuidad para convencerse de que no siempre todo lo que sentimos es lo más noble. Basta un poco de apertura, de consejo y a veces de valentía para aprender la importancia de mantener la armonía entre eros y la psique como requisito fundamental del verdadero amor.

Aunque el Eros no quiera revelar su identidad, y se empeñe en mantener un amor anónimo, sin verdad y sin finalidad Psique no debía haber consentido tal actitud. No le convenía dejarse llevar por un amor sin luz, sin conocimiento; y esto no porque el amor ciego sea algo malo y destructivo en sí mismo, sino porque las personas no pueden amar plenamente sin conocer la verdad del otro. Sólo iluminando el rostro de Eros, conociendo su verdadera identidad, Psique podía darse cuenta de que era un dios, captar plenamente su belleza y amarlo en sí mismo, y no en las sensaciones que le producía.

Lo que le ocurrió a Psique fue verdaderamente dramático: Eros era mucho más de lo que ella pensaba, mucho más bello que el sentimiento que en ella despertaba. La luz de Psique, su razón, fue lo que la hizo caer en cuenta de que Eros era un dios, pero ya era demasiado tarde. Eros se sintió traicionado porque pensaba que Psique lo amaba. Muchas veces son los mismos sentimientos los que se vuelven contra el amor.

A veces nos negamos a conocer la realidad –si conviene o no seguir manteniendo una relación, si debo plantear un tema de conversación importante para conocer el punto de vista del otro, si debo confesar una verdad sobre mi vida, para sincerar una relación, etc.– porque pensamos que la razón va a llevarnos por caminos de sufrimiento, de desencanto, de aburrimiento o de ausencia de sensaciones. Es cierto que conocer la verdad de una situación, o enfrentarla, puede ser doloroso; al igual que privarse de algunas sensaciones, o tener que desenamorarse puede costar mucho. Pero esas experiencias de conocimiento y de sinceridad no impiden amar, todo lo contrario, son vivencias que, una vez superadas, aumentan la capacidad de amar.

Podemos vivir encadenados por un amor ciego, porque tenemos miedo de ver la realidad. Pero es importante reconocer que, a fin de cuentas, no es la realidad la que castiga al amor, sino las propias actitudes, sobre todo el pensar que se puede amar al margen de la verdad y sin la guía de la luz de la razón. Amar ciegamente supone evitar la verdad de una situación a toda costa; no abrirse a la realidad sino permanecer cerrados en las propias sensaciones. Es, en el fondo, amarse a sí mismo, situación que, tarde o temprano, habrá que purificar.

Afortunadamente, siempre hay posibilidad de aprender a amar, con el sentimiento y con la razón, aunque para ello haga falta atravesar la dura prueba del dolor, de la purificación del yo del egoísmo, del eros irresponsable que habita en cada uno de nosotros. Aunque la diosa Afrodita sea un personaje ambiguo y malvado, hasta el punto de parecernos grotesco que sea ella la misma la diosa del amor y madre de Eros, en realidad es la que da los mayores bienes a Psique: le envía la pasión del enamoramiento, luego le hace purificar el amor, y por último concede que viva inmortalmente unida a Eros.

Es bonito notar cómo la purificación de Psique, que fue horrorosamente fuerte y dolorosa, fue una purificación que ocurría en el mismo palacio del amor, en el palacio de Afrodita, y no en el odio del infierno. Se trató de una purificación sostenida y confortada por el amor de Eros. El egoísmo no puede purificarse solo, necesita el amor. No se trata de un lavado personal que nos dejaría limpios, pero igualmente solos. En la purificación también se experimenta el amor que sostiene pero de otra manera. Se trata de una serena compañía, sin grandes arrebatos pasionales pero fuerte igualmente. Purificar el egoísmo consiste, a mi modo de ver, principalmente en dos cosas: en aprender a prolongar el placer de satisfacer las pasiones, que siempre reclaman más y más, y en rendir nuestra razón ante la verdad de la propia vida aunque cueste: renunciar a la autosuficiencia del yo. La película "Al otro lado del Mundo" (The Painted veil, 2006) refleja magistralmente los sacrificios y renuncias que a veces exige entregar, de verdad, la propia vida

Por todo esto, a veces el sufrimiento humano tiene mucho de medicinal, es un buen remedio para salir del egoísmo de corazón. Ayuda a que el amor crezca, madure, se haga realista y se fortalezca. Es fácil decirlo, pero todos hemos experimentado lo difícil que es sufrir y, más todavía, sufrir por amor. Pero mucho más fuerte y difícil aún es el sufrimiento que causa una vida egoísta.

El mito de Eros y Psique puede ayudar a comprender que lo que hace eterno el amor es la verdad. Ciertamente la atracción en un primer momento es importante, pero luego resulta imprescindible el  conocimiento que se da por medio de la comunicación, de ese aprender a mirarse a la cara sin anonimatos ni engaños. Por último, el amor aumenta mediante la purificación del egoísmo, de ese afán de posesión y de la pretensión de reducir al otro a los propios intereses. Si procuramos que estas tres realidades humanas vayan juntas: atracción, conocimiento mutuo (aceptación) y purificación del egoísmo, el corazón irá por caminos de amor, de apertura y de entrega sincera a los demás. 

Comentarios

Lena Jahn dijo…
¡Me encantó este texto! Sencillo y muy realista. Es la pura y simple verdad de las relaciones humanas, sobre todo las de pareja.
¡Gracias!

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