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Defender la verdad con todo el corazón

Un testimonio de valentía frente a la opinión pública

Todos sabemos que la opinión de los católicos sobre el presidente Obama está dividida. Por una parte, la figura del joven mandatario ofrece una imagen de apertura, un cambio de mentalidad respecto a tantos temas importantes como la crisis económica, la lucha contra el terrorismo, el respeto a la soberanía y a las ideas políticas de los demás, nuevos caminos en el diálogo internacional, etc.

Sin embargo, es innegable que algunas propuestas de Obama respecto a la inviolabilidad de la vida humana y el respeto a las familias norteamericanas presentan graves inconvenientes morales. No sabemos aún si será por convicción o por otros intereses, lo cierto es que, por ahora, el presidente se está comportando de forma amenazante a las ideas morales fundamentales.

En este contexto, la Universidad Católica de Notre Dame propone a Baraka Obama como doctor Honoris Causa en leyes, el máximo reconocimiento que una universidad puede dar a las personas que han llevado a cabo una labor destacada y útil para la sociedad.
Al mismo tiempo, con gesto de tener una ceremonia académica equilibrada, ofrecen otro reconocimiento a la Dra. Mary Ann Glendon, abogado, profesora de Harvard, presidenta de una comisión del Vaticano que se ocupa de asesorar al Papa Benedicto XVI en asuntos que tienen que ver con las ciencias sociales, y también, embajadora de los Estados Unidos frente a la Santa Sede. Hasta aquí todo parece muy bien en los parámetros democráticos en los que nos solemos mover ¿no es cierto? Pareciera como si la universidad hubiese tomado una decisión justa, balanceada, para que “todos estén contentos”.

El asunto es que Mary Ann Glendon renunció al reconocimiento cuando supo que Obama sería el otro homenajeado. ¿Señal de intolerancia de una católica recalcitrante? Por el tono de la carta que dirigió a las autoridades universitarias, y que hizo pública a los medios de comunicación, no parece que sea así. Las ideas de Mary Ann Glendon reflejan la inquietud, más que una actitud prepotente o de indignación, de una persona inocente que ha sido sometida a un fuerte dilema de conciencia. La alegría de recibir un reconocimiento por su labor académica y social, se convirtió de repente en un trago amargo, con el riesgo de quedar frente a la opinión pública como una fundamentalista y una fanática.

En efecto, la conferencia episcopal de Estados Unidos había pedido a las instituciones católicas que por favor no dieran reconocimientos públicos a personas que públicamente se opusieran a la moral de la Iglesia. Esto sin intenciones de disminuir la libertad de actuación de dichas entidades, sino haciendo un llamado a la coherencia y al compromiso social de los católicos en la opinión pública: “Esta petición de la Conferencia Episcopal estadounidense –dice Mary Ann Glendon– me parece tan razonable, que me resulta muy complejo entender porqué una Universidad católica deba irrespetarla”.

Una primera idea que quisiera comentar en este artículo, es que, cuando una persona está verdaderamente comprometida con un ideal –o con su fe en este caso– las medidas que institucionalmente se toman para garantizar la identidad y coherencia de las personas que comparten los mismos fines, no son recibidas como una imposición desde afuera, sino como una decisión que responde a los dictados internos de su conciencia, siempre que haya verdadera coherencia, repito, y si los fines de la institución son bueno y verdaderos. Por eso, en ningún momento se sienten violadas en su libertad de elección, de opinión y de pensamiento.


Un buen modo de medir nuestro grado o nivel de compromiso a unas ideas, es preguntarnos qué somos capaces de sacrificar por amor a ese ideal. Es muy fácil defender nuestros ideales cuando todos están de acuerdo y nos halagan, pero cuando no es así ¿estamos obligados entonces a cambiar nuestros puntos de vista? Esta parece ser hoy la única ley que condena más fuertemente a las personas que no quieren renunciar a defender –sin violencia–, una verdad conocida, aceptada y vivida.

Pero además hay otra cosa de la que también se queja Mary Ann Glendon y es que se siente utilizada como el comodín para unos, y el “chivo expiatorio” para otros, para calmar las críticas que llueven y lloverán a favor y en contra de los principios morales de la Iglesoa. De hecho, las declaraciones de la Universidad de Notre Dame dicen lo siguientes: “El Presidente Obama no será el único orador. La embajadora Mary Ann Glendon dará también su discurso con motivo de la recepción de la medalla Laetare” “Pensamos que tener al presidente Obama en Notre Dame, ver a nuestros alumnos graduandos, conocer a nuestros líderes, y escuchar y hablar con Mary Ann Glendon es una buena cosa tanto para el Presidente como para las causas que a nosotros nos preocupan”.

No me extraña que la Glendon se pregunte, con toda razón, acerca de quién es el que verdaderamente valora su trabajo y sus esfuerzos por construir una sociedad mejor. Querer “lavarse las manos” a costa de la honradez de Mary Ann Glendon no parece ser la actitud más sincera de quien quiere premiar a alguien porque cree verdaderamente en sus méritos. Cuando se da un reconocimiento a alguien es lo lógico que se haga en un ambiente cordial y ameno, y no en un medio tenso, polémico, y menos todavía de hipocresía. El presidente Obama se ha declarado en contra de las propuestas de Bush en temas de bioética en los que sabemos que estuvo involucrada la profesora Glendon.

Al renunciar a este premio, Mary Ann Glendon está haciendo un acto valiente de amor a la verdad: está desenmascarando la mentira, en la que muchas veces podemos caer todos: de dejar pasar temas importantes y decisivos para el bien de la sociedad, por tener una imagen superficial llena de elogios y rodeada de aplausos pero vacía.

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