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El corazón humano no comprende la violencia ni los accidentes

El pasado accidente del avión de Air France nos ha conmocionado fuertemente. Independientemente de la vinculación con las personas y familias afectadas, hay una especie de sentimiento compartido, de incomprensión, de horror y sobre todo de mucho desconcierto. ¿Cómo puede pasar algo así?

Aunque el mundo está lleno de violencia, y los accidentes ocurren con frecuencia, el corazón humano tiende a rechazar esos eventos pues no los comprende. No somos capaces de encontrar el sentido de semejantes situaciones. Por eso, cuando una persona escoge la violencia como camino para lograr ciertas metas en su vida está, en primer lugar, causándose violencia a sí mismo, y está actuando de modo irracional.

Ningún camino de violencia es bueno... pero no todas las personas buenas comprenden esto. Hay gente muy buena que, sin embargo, actúa con violencia hacia sí mismo, y esta actitud la puede reflejar en el modo de educar: se imponen -e imponen a los hijos o a los subordinados- estilos de vida o decisiones demasiado exigentes y poco adaptadas al corazón de las personas. Se guían en unos parámetros de exigencia que en realidad buscan una de eficacia externa, de competitividad, que son poco humanos, porque carecen de cercanía hacia el otro, de empatía, y en ocasiones pueden inducir a descuidar las relaciones familiares y la comprensión hacia las personas menos capaces.
Es importante recordar siempre que el corazón no aprehende la verdad con la misma rapidez con la que se entiende una teoría. El corazón humano no aprende de las teorías sino de la propia vida. Aprende sobre todo cuando se decide a erradicar, únicamente, el egoísmo que es la fuente interior de la violencia, pero nunca el amor bueno que se empeña por buscar sin violencia.

El voluntarismo es otro modo de vivir con un poco de violencia. Una persona voluntarista -todos somos un poco así- piensa que las virtudes consisten en hacer cosas cada vez más difíciles, en lugar de procurar amar, querer a las personas cada vez más con cualquier acto bueno, ya sea fácil o difícil. La vida virtuosa no consiste en una carrera de resistencia física y afectiva. También las personas débiles, física o psíquicamente, pueden alcanzar las virtudes en un nivel de perfección muy alto que se mide por el amor y la comprensión que son capaces de dar.

Demostramos esta lucha contra la violencia a través de una actitud muy concreta y que está al alcance de la mano: la delicadeza en el trato con las personas. No se trata de actuar con hipocresía, es decir permitiéndonos una actitud interior crítica, y menos aún con represión -o escrúpulo- por miedo a las reacciones sensibles de afecto que podemos experimentar por ciertas personas. Ser delicados en el trato consiste en aprender poco a poco a expresar el cariño a todas las personas y de un modo respetuoso de la libertad del otro, tierno, y a la vez alejado del egoísmo y de las reacciones posesivas de interés, de reconocimiento, de recibir halagos, etc., que todos podemos experimentar.
Reconozco que este camino no es fácil y que entraña mucha rectificación, sin embargo, creo que hoy en día nadie se cree que es posible llegar a ser feliz reprimiendo los afectos que se suscitan irremediablemente en nosotros y que pueden ser de fuerte atracción o cercanía -entre novios o esposos, hacia los hijos, entre hermanos o amigos muy cercanos- o de rechazo. ¡Hay que afrontarlos todos! sin escapatorias ni miedos, sin violencia y, a partir de ellos, aprender a ser delicados y cariñosos con todos, según el modo en que se dan las relaciones. Por eso se trata, sobre todo, de un trabajo interior de conocimiento personal y de transparencia del amor interior sin violar la propia intimidad ni los propios compromisos morales.

El corazón del hombre también razona, medita y piensa motivos. Sobre todo aprende de las experiencias propias y ajenas. Cada vez estoy más convencida de que la inteligencia también se aplica al corazón pero de modo distinto a como estamos acostumbrados a usarla. El corazón no mueve a razonar de modo más humano porque influye en la percepciones que nos hacemos de los demás y de sus cosas. Cuando nos enteramos del accidente de avión es muy fácil captar este giro de la razón hacia la empatía del corazón con el sufrimiento de esas personas, y el rechazo afectivo hacia lo que pasó. Es cierto que hay personas más frías que otras, gente que razona en términos técnicos de lo que funcionó o no funcionó bien. Pero a todos nos mueve el mismo sentimiento de querer hacer algo por las víctimas y por sus familiares.

Como el corazón humano no comprende los sucesos violentos ni los accidentes, en los momentos de violencia extrema necesita apoyarse en alguien, creer que existe una Persona capaz de frenar toda violencia, incomprensión, o traumas afectivos. No podemos vivir en paz a menos que nos apoyemos en la convicción de que la violencia nunca tiene -ni tendrá- la última palabra en nuestra vida. La muerte suele ser un tránsito violento de separación y accidente, por eso es tan importante cultivar la convicción de que ningún mal -ni físico, ni natural, ni moral- tiene la última palabra en este mundo y en nuestra vida. ¡Qué importante es en la vida de una persona fomentar la conciencia de que todos somos hijos de Dios y que Él es sobre todo un padre bueno, comprensivo y sobre todo con muchísimo poder para erradicar toda violencia!

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