No sé si han tenido oportunidad de ver estas dos películas recientes. Han recibido distintos galardones y creo que lo merecen por la calidad de actuación de sus protagonistas.
Ellos encarnan personajes con caracteres complejos, traumatizados y afectados por dolencias psíquico-motoras fuertemente notorias. También desde el punto de vista técnico, vale la pena fijarse en la originalidad de la fotografía de interiores, del uso del plano-contraplano de los diálogos (El discurso del Rey), y en el novedoso uso del flash back y de lo que podemos llamar el flash in, que nos introduce en la mente de la protagonista, en su modo de percibir las cosas y no sólo de recordar el pasado (Temple Grandin) .
Igualmente, los actores secundarios, o de reparto, resultan esenciales en ambas tramas. Ellos reflejan la actitud de quienes saben amar -el amor de una esposa, de un amigo, de una madre, de un maestro, de un terapeuta- con tal fuerza que son capaces de obrar verdaderos milagros de curación. Para los que somos creyentes, ambos films nos brindan la oportunidad de meditar en la enorme responsabilidad de ser hombres, dispensadores del amor fuerte de Dios que quiere transmitirlo a cada uno sin prescindir de las personas que están alrededor del enfermo.
Las temáticas que plantean estas películas están basadas en historias de personas reales que vivieron a mediados del siglo XX. Pero su contenido es profundamente actual. Hoy en día se conocen muchas técnicas para superar distintas dolencias psíquicas, y se ha avanzado mucho en las terapias del autismo y de los problemas del lenguaje. Sin embargo, todas estas técnicas no suplen el único remedio que realmente cura las enfermedades psiquiátricas: el amor, la compañía, el respeto y la admiración. Pero, en ocasiones, el sufrimiento de estas personas produce un cierto rechazo -natural- e incluso el maltrato mutuo, muchas veces involuntario, como consecuencia de un sufrimiento con el que resulta muy difícil la convivencia. Y es que las enfermedades casi nunca las padece una persona sola. Somos seres relacionales; existe una comunión en el dolor, que hay que aprender a amar, porque allí muchas veces está el remedio.
Ellos encarnan personajes con caracteres complejos, traumatizados y afectados por dolencias psíquico-motoras fuertemente notorias. También desde el punto de vista técnico, vale la pena fijarse en la originalidad de la fotografía de interiores, del uso del plano-contraplano de los diálogos (El discurso del Rey), y en el novedoso uso del flash back y de lo que podemos llamar el flash in, que nos introduce en la mente de la protagonista, en su modo de percibir las cosas y no sólo de recordar el pasado (Temple Grandin) .
Igualmente, los actores secundarios, o de reparto, resultan esenciales en ambas tramas. Ellos reflejan la actitud de quienes saben amar -el amor de una esposa, de un amigo, de una madre, de un maestro, de un terapeuta- con tal fuerza que son capaces de obrar verdaderos milagros de curación. Para los que somos creyentes, ambos films nos brindan la oportunidad de meditar en la enorme responsabilidad de ser hombres, dispensadores del amor fuerte de Dios que quiere transmitirlo a cada uno sin prescindir de las personas que están alrededor del enfermo.
Las temáticas que plantean estas películas están basadas en historias de personas reales que vivieron a mediados del siglo XX. Pero su contenido es profundamente actual. Hoy en día se conocen muchas técnicas para superar distintas dolencias psíquicas, y se ha avanzado mucho en las terapias del autismo y de los problemas del lenguaje. Sin embargo, todas estas técnicas no suplen el único remedio que realmente cura las enfermedades psiquiátricas: el amor, la compañía, el respeto y la admiración. Pero, en ocasiones, el sufrimiento de estas personas produce un cierto rechazo -natural- e incluso el maltrato mutuo, muchas veces involuntario, como consecuencia de un sufrimiento con el que resulta muy difícil la convivencia. Y es que las enfermedades casi nunca las padece una persona sola. Somos seres relacionales; existe una comunión en el dolor, que hay que aprender a amar, porque allí muchas veces está el remedio.
El amor puede llegar a ser más fuerte que el dolor. Éste es el gran mensaje, y el desafío, que ambas películas nos proponen
¡No dejen de verlas!
¡No dejen de verlas!
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