Acabo de retornar al aula de clases. Se trata de un privilegio del que espero no acostumbrarme. En la primera clase de Fundamentos de Antropología, una cursante del postgrado -que proviene de Letras- me dijo: "Todo lo que está diciendo está en la literatura".
Se refería, en pocas palabras, al intento perenne de la filosofía de buscar respuestas universales -y realistas- a las grandes cuestiones que afectan al hombre: su estructura personal, sus dimensiones, su finalidad, sus aspiraciones, su madurez afectiva... El comentario me hizo pensar, una vez más, en las grandes ventajas del lenguaje simbólico o ficticio. Es un tema que me viene recurrentemente, quizás porque me encanta la creatividad, tanto como la verdad. La verdad, de hecho, es pura creación (no sé si la expresión es muy filosófica que se diga), y el hombre puede, por el lenguaje, gozar de esta propiedad creativa/creadora de la verdad.
A propósito, estoy releyendo las Memorias de Mamá Blanca de la escritora venezolana Teresa de la Parra. Se trata de un libro de sabor clásico pero cargado de originalidad. Para muestra, de lo que venía diciendo, un botón.
Antes de iniciar las memorias, la narradora nos presenta a su personaje. Se trata de una señora llamada Blanca Nieves que le dejó en herencia unos quinientos pliegos de papel de hilo contando la historia de su vida. El primer capítulo de esta obra se llama "Advertencia" y no es más que una síntesis magistral del carácter de una personalidad madura, que a todos interpela fuertemente. Esta "Advertencia" del primer capítulo, apenas iniciada la lectura, nos dice: "Prepárate para la hora en que tengas que presentar cuenta de tus memorias".
¿Y qué es lo que impresiona tanto de esta personalidad de Mamá Blanca? ¿Cuál es esa verdad de su persona que nos interpela a todos? Creo que la fuerza del relato reside en que se nos presentan las cualidades y las luchas de una personalidad madura. Se trata de que nos demos cuenta de que es posible adquirir un modo de vivir, un lifestyle como dicen ahora, que se apoya en una cualidad fundamental y muy profunda frente a la realidad. Esta virtud se llama apertura; o, dicho de un modo más simbólico y más explícito: puede llamarse maternidad.
Esto es Mamá Blanca: una madre de todo y de todos. De esta actitud de apertura, maternal, hacia la realidad, se desprenden un sinnúmero de cualidades. Copio algunos pasajes en los que parece evidente esta cualidad afectiva del carácter que facilita la convivencia y el cuidado de las cosas:
Apertura hacia todas las personas sin discriminar a ninguna
"El nombre que describía a un tiempo la blancura del cabello y la indulgencia del alma fue cundiendo en derredor con tal naturalidad que Mamá Blanca acabaron diciendo personas de toda edad, sexo y condición, pues que no era nada extraño el que al llegar a la puerta una pobre con una cesta de mendrugos, o un vendedor ambulante con su caja de quincalla, luego de llamar: toe, toe, y de anunciar asomando al Patio la cabeza: "¡Gente de paz!", preguntasen familiarmente a la sirvienta vieja, que llegaba a atender, si se podía hablar un momento con la señora Mamá Blanca"
Disponibilidad para acoger
"Yo le grité mi nombre varias veces hasta que llegó a oírlo y ella, como tenía el alma jovial ante lo inesperado y le gustaba el sabor de las pequeñas aventuras callejeras, volvió a gritar en el mismo tono y con la misma sonrisa:
—Yo me llamo Mamá Blanca! ¡No te vayas, no te vayas, ven acá, pasa adelante, ven a hacerme una visita y a comerte conmigo una tajada de torta de bizcochuelo! Desde mi primera ojeada de inspección había comprobado que aquella casa de limpieza fragante florecía por todos lados en raídos y desportillados, cosa que me inspiró una dulce confianza. La jovialidad de su dueña acabó de tranquilizarme. Por ello, al sentirme descubierta e interpelada, en lugar de echar a correr a galope tendido como perro cogido en falta, accedí primero a gritar mi nombre, y después, con mucha naturalidad, pasé adelante".
Amor a la naturaleza
"Mamá Blanca conocía a tal punto los secretos y escondites de la vida agreste que, al igual de su hermano Juan de la Fontaine, interrogaba o hacía dialogar con ingenio y donaire flores, sapos y mariposas.
Enseñándome patio y corral me fue diciendo:
—Mira, estas margaritas son unas niñas coquetas que les gusta presumir y que las vean con su vestido de baile bien escotado... Las violeticas de esta orilla del patio viven tristes porque son pobres y no tienen novio ni vestidos con que asomarse a la ventana; no salen sino en emana Santa, descalzas, con la sayita morada, a cumplir su promesa como los nazarenos. . . Aquellas señoritas flores de mayo son millonarias, allá van en su coche de lujo, y no saben de las cosas de la tierra sino por los cuentos que les llevan las abejas que las adulan porque viven a costa de ellas".
Jovialidad
"Aquella alma sobre la cual habían pasado setenta años era tan impermeable a la experiencia que conservaba intactas, sin la molesta inquietud, todas las frescuras de la adolescencia y, junto a ellas, la santa necesidad del árbol frutal que se cubre de dones para ofrendarlos maduros por la gracia del cielo. Su trato, como la oración en labios de los místicos, sabía recubrirme horizontes infinitos e iba satisfaciendo ansias misteriosas de mi espíritu".
Desprendimiento de lo material
"Debo advertir que Mamá Blanca, cuyo amor maternal, traspasando los límites de su casa y su familia, se extendía sin excepción sobre todo lo amable: personas, animales o cosas, vivía sola como un ermitaño y era pobre como los poetas y las ratas (...). Mamá Blanca, cuyos ruidosos fracasos en todo lo que representase éxito material le habían conquistado aquella sólida reputación de poca inteligencia, atrincheraba tras su pobrecito francés aprendido en Oldendorff el más estupendo temperamento de artista y una exquisita, sutil inteligencia, que más aún que en los libros se había nutrido en la naturaleza y en el saborear cotidiano de la vida."
"Se burlaba afectuosamente de todo porque su alma sabía que la bondad y la alegría son el azúcar y la sal indispensables para aderezar la vida. A cada cosa le ponía sus dos granitos".
Elegancia, buen gusto y cuidado de las cosas
"Yo creo que jamás reina alguna llevó su manto de brocado y de armiño con la noble soltura con que Mamá Blanca llevaba su pobreza. Aseguraba que había aprendido tal arte en su más tierna infancia y en el ejemplo de un viejo pariente a quien llamaba Primo Juancho. Siempre pulcra, su amor a todo lo que fuese placer de la vista la inducía, a disimular con multitud de ardides, en muebles y en objetos, las injurias del uso o de los accidentes, para luego, cuando viniese el caso, descubrir el engaño por medio de una frase salpicada de ingenio.
Un día, como se le rompiese en forma irremediable y muy visible un jarrón de porcelana antigua que servía de envase a una de sus plantas preferidas, cubrió taparte superior, que era la maltrecha, atando en contorno y como mejor pudo un pañuelo de seda escocesa. Luego, alejándose unos pasos, contempló y comentó el desacierto de su trabajo interrogando al jarrón con gran dulzura:
—Pobre viejo: ¿tienes dolor de cabeza?
El jarrón, en efecto, adquirió para siempre un aspecto humano de humilde y cómica resignación".
Piedad
"Llena de fe cristiana, trataba a Dios con una familiaridad digna de aquellos artífices de los primeros siglos de la Iglesia quienes rebosantes de celo, para bien demostrar a los fieles la Ira Santa y la Sagrada Justicia del Señor , no vacilaban en tallarlos en piedra tirándose las barbas o arrojando a Adán del Paraíso por medio de un acertado puntapié. Pero el Dios de Mamá Blanca no se indignaba nunca ni era capaz del menor acto de violencia. A menudo sordo, siempre distraído, presidía sin majestad un cielo alegre, lleno de flores en el cual todo el mundo lograba pasar adelante por poco que le argumentasen o llamasen la atención haciéndole señas cariñosas desde la puerta de entrada".
Aunque en este mes de marzo mucho se ha hablado de la mujer, me preguntaba si alguien no sería capaz lanzar un pensamiento que impulsara a las mujeres hacia metas más altas. Y Teresa de la Parra dio en el clavo cuando su lectura me invitó a reflexionar sobre la maternidad como cualidad espiritual de la feminidad. Espero que en ti haga lo mismo.
Se refería, en pocas palabras, al intento perenne de la filosofía de buscar respuestas universales -y realistas- a las grandes cuestiones que afectan al hombre: su estructura personal, sus dimensiones, su finalidad, sus aspiraciones, su madurez afectiva... El comentario me hizo pensar, una vez más, en las grandes ventajas del lenguaje simbólico o ficticio. Es un tema que me viene recurrentemente, quizás porque me encanta la creatividad, tanto como la verdad. La verdad, de hecho, es pura creación (no sé si la expresión es muy filosófica que se diga), y el hombre puede, por el lenguaje, gozar de esta propiedad creativa/creadora de la verdad.
Teresa de la Parra (1889-1936) |
Antes de iniciar las memorias, la narradora nos presenta a su personaje. Se trata de una señora llamada Blanca Nieves que le dejó en herencia unos quinientos pliegos de papel de hilo contando la historia de su vida. El primer capítulo de esta obra se llama "Advertencia" y no es más que una síntesis magistral del carácter de una personalidad madura, que a todos interpela fuertemente. Esta "Advertencia" del primer capítulo, apenas iniciada la lectura, nos dice: "Prepárate para la hora en que tengas que presentar cuenta de tus memorias".
¿Y qué es lo que impresiona tanto de esta personalidad de Mamá Blanca? ¿Cuál es esa verdad de su persona que nos interpela a todos? Creo que la fuerza del relato reside en que se nos presentan las cualidades y las luchas de una personalidad madura. Se trata de que nos demos cuenta de que es posible adquirir un modo de vivir, un lifestyle como dicen ahora, que se apoya en una cualidad fundamental y muy profunda frente a la realidad. Esta virtud se llama apertura; o, dicho de un modo más simbólico y más explícito: puede llamarse maternidad.
Esto es Mamá Blanca: una madre de todo y de todos. De esta actitud de apertura, maternal, hacia la realidad, se desprenden un sinnúmero de cualidades. Copio algunos pasajes en los que parece evidente esta cualidad afectiva del carácter que facilita la convivencia y el cuidado de las cosas:
Apertura hacia todas las personas sin discriminar a ninguna
"El nombre que describía a un tiempo la blancura del cabello y la indulgencia del alma fue cundiendo en derredor con tal naturalidad que Mamá Blanca acabaron diciendo personas de toda edad, sexo y condición, pues que no era nada extraño el que al llegar a la puerta una pobre con una cesta de mendrugos, o un vendedor ambulante con su caja de quincalla, luego de llamar: toe, toe, y de anunciar asomando al Patio la cabeza: "¡Gente de paz!", preguntasen familiarmente a la sirvienta vieja, que llegaba a atender, si se podía hablar un momento con la señora Mamá Blanca"
Disponibilidad para acoger
"Yo le grité mi nombre varias veces hasta que llegó a oírlo y ella, como tenía el alma jovial ante lo inesperado y le gustaba el sabor de las pequeñas aventuras callejeras, volvió a gritar en el mismo tono y con la misma sonrisa:
—Yo me llamo Mamá Blanca! ¡No te vayas, no te vayas, ven acá, pasa adelante, ven a hacerme una visita y a comerte conmigo una tajada de torta de bizcochuelo! Desde mi primera ojeada de inspección había comprobado que aquella casa de limpieza fragante florecía por todos lados en raídos y desportillados, cosa que me inspiró una dulce confianza. La jovialidad de su dueña acabó de tranquilizarme. Por ello, al sentirme descubierta e interpelada, en lugar de echar a correr a galope tendido como perro cogido en falta, accedí primero a gritar mi nombre, y después, con mucha naturalidad, pasé adelante".
Amor a la naturaleza
"Mamá Blanca conocía a tal punto los secretos y escondites de la vida agreste que, al igual de su hermano Juan de la Fontaine, interrogaba o hacía dialogar con ingenio y donaire flores, sapos y mariposas.
Enseñándome patio y corral me fue diciendo:
—Mira, estas margaritas son unas niñas coquetas que les gusta presumir y que las vean con su vestido de baile bien escotado... Las violeticas de esta orilla del patio viven tristes porque son pobres y no tienen novio ni vestidos con que asomarse a la ventana; no salen sino en emana Santa, descalzas, con la sayita morada, a cumplir su promesa como los nazarenos. . . Aquellas señoritas flores de mayo son millonarias, allá van en su coche de lujo, y no saben de las cosas de la tierra sino por los cuentos que les llevan las abejas que las adulan porque viven a costa de ellas".
Jovialidad
"Aquella alma sobre la cual habían pasado setenta años era tan impermeable a la experiencia que conservaba intactas, sin la molesta inquietud, todas las frescuras de la adolescencia y, junto a ellas, la santa necesidad del árbol frutal que se cubre de dones para ofrendarlos maduros por la gracia del cielo. Su trato, como la oración en labios de los místicos, sabía recubrirme horizontes infinitos e iba satisfaciendo ansias misteriosas de mi espíritu".
Desprendimiento de lo material
"Debo advertir que Mamá Blanca, cuyo amor maternal, traspasando los límites de su casa y su familia, se extendía sin excepción sobre todo lo amable: personas, animales o cosas, vivía sola como un ermitaño y era pobre como los poetas y las ratas (...). Mamá Blanca, cuyos ruidosos fracasos en todo lo que representase éxito material le habían conquistado aquella sólida reputación de poca inteligencia, atrincheraba tras su pobrecito francés aprendido en Oldendorff el más estupendo temperamento de artista y una exquisita, sutil inteligencia, que más aún que en los libros se había nutrido en la naturaleza y en el saborear cotidiano de la vida."
Optimismo y alegría
"Se burlaba afectuosamente de todo porque su alma sabía que la bondad y la alegría son el azúcar y la sal indispensables para aderezar la vida. A cada cosa le ponía sus dos granitos".
Elegancia, buen gusto y cuidado de las cosas
"Yo creo que jamás reina alguna llevó su manto de brocado y de armiño con la noble soltura con que Mamá Blanca llevaba su pobreza. Aseguraba que había aprendido tal arte en su más tierna infancia y en el ejemplo de un viejo pariente a quien llamaba Primo Juancho. Siempre pulcra, su amor a todo lo que fuese placer de la vista la inducía, a disimular con multitud de ardides, en muebles y en objetos, las injurias del uso o de los accidentes, para luego, cuando viniese el caso, descubrir el engaño por medio de una frase salpicada de ingenio.
Un día, como se le rompiese en forma irremediable y muy visible un jarrón de porcelana antigua que servía de envase a una de sus plantas preferidas, cubrió taparte superior, que era la maltrecha, atando en contorno y como mejor pudo un pañuelo de seda escocesa. Luego, alejándose unos pasos, contempló y comentó el desacierto de su trabajo interrogando al jarrón con gran dulzura:
—Pobre viejo: ¿tienes dolor de cabeza?
El jarrón, en efecto, adquirió para siempre un aspecto humano de humilde y cómica resignación".
Piedad
"Llena de fe cristiana, trataba a Dios con una familiaridad digna de aquellos artífices de los primeros siglos de la Iglesia quienes rebosantes de celo, para bien demostrar a los fieles la Ira Santa y la Sagrada Justicia del Señor , no vacilaban en tallarlos en piedra tirándose las barbas o arrojando a Adán del Paraíso por medio de un acertado puntapié. Pero el Dios de Mamá Blanca no se indignaba nunca ni era capaz del menor acto de violencia. A menudo sordo, siempre distraído, presidía sin majestad un cielo alegre, lleno de flores en el cual todo el mundo lograba pasar adelante por poco que le argumentasen o llamasen la atención haciéndole señas cariñosas desde la puerta de entrada".
Aunque en este mes de marzo mucho se ha hablado de la mujer, me preguntaba si alguien no sería capaz lanzar un pensamiento que impulsara a las mujeres hacia metas más altas. Y Teresa de la Parra dio en el clavo cuando su lectura me invitó a reflexionar sobre la maternidad como cualidad espiritual de la feminidad. Espero que en ti haga lo mismo.
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