El helio es uno de los elementos químicos más ligeros del Universo. Su ligereza le permite desafiar la fuerza de gravedad. Basta una cantidad del gas en un globo para que se levante alcanzando alturas elevadísimas. Las propiedades del helio me han ayudado a pensar en la figura del Papa Juan Pablo II, que será beatificado el próximo 1 de mayo en la ciudad de Roma por su sucesor Benedicto XVI.
Una importante cualidad del “Papa Amigo” fue su apertura. Juan Pablo II no era un hombre cautivo, preso en su yo, sino un alma abierta, que volaba. Infatigable dialogador, viajero, amigo. Buscó a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los artistas, a los científicos, a los obreros. Quería comprender a cada persona, consolarla, protegerla. Quizás la máxima elevación de Juan Pablo II haya sido la búsqueda de un corazón misericordioso, compasivo, no crítico o resentido.
Con su vida nos enseñó que el dolor, el sufrimiento, poseen cualidades de elevación muy altas, si se aceptan y se llevan no con resignación sino como camino de perfección en el amor. Parafraseando a san Juan de la Cruz , y en sentido no literal, se puede decir que el Papa Juan Pablo II voló, tan alto tan alto que alcanzó la gran casa del Cielo. ¡Cómo no recordar las consoladoras palabras del entonces cardenal Ratzinger, cuando dijo que ahora el Papa desde una ventana de la casa del Cielo nos mira y cuida de cada uno de nosotros!
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