Tú culpable. Yo inocente. Últimamente vengo maravillándome de la
capacidad que tenemos de señalar
al culpable. Los pobres culpan a
los ricos, los ciudadanos culpan a los políticos, los hijos culpan a los
padres, los alumnos a los maestros. Y viceversa: los pobres son culpados por
los ricos en su pobreza; los políticos culpan de sumisos, apáticos y
desorganizados a la sociedad civil -aunque no lo dicen por razones obvias,
menos aún en período electoral-; los padres dicen que ya lo han hecho todo por
sus hijos, que allá ellos. En fin, los maestros parecen creerse, en ocasiones,
la mata de la inocencia.
La presunción de la
inocencia, con el correspondiente complejo de víctima, parece ser algo que
acompaña al hombre desde tiempo inmemorial. Vivimos en una sociedad en la
que, por un lado, se grita ¡libertad,
libertad, libertad!, pero por otra parte no se tiene para aceptar las
propias culpas. Únicamente se conjugan los méritos en primera persona. Es
curioso: si trabajo mal es porque mi jefe es malo, o no me dejan concentrarme,
pero si trabajo bien no es porque tengo un gerente que sabe organizar muy bien
las funciones de cada uno, sino porque soy “un fajado” o “un duro” en el área.
Los estudiantes no dicen "raspé" sino "me rasparon"; pero
si eximen dicen "eximí" cuando en realidad quien exime de las pruebas
es el maestro gracias, claro está, al buen desempeño del muchacho. Si la
sociedad civil se organiza es gracias a un líder político, pero si no lo hace
es porque "con esa clase de gente no se puede hacer nada".
Llevando esta lógica tan
sencilla, y de sobra humana, al ámbito socio-económico, tenemos que el Foro
Económico Mundial acaba de
echarle la culpa al capitalismo de las desigualdades sociales en el mundo
entero. Más de 2600 líderes empresariales y políticos se reunieron en Devos, Suiza para tratar primordialmente
sobre la
crisis de la deuda europea y la inminente desaceleración en los países más
desarrollados. La coyuntura lo explica todo: hay
crisis, por eso hay salir corriendo a señalar el culpable. Además, más allá de
ésta o de aquella persona, al ser un problema global hace falta buscar no a un
solo hombre sino a una instancia superior e impersonal. Afortunadamente, el diagnóstico de
alguno que otro iluminado -o iluminada- no se quedó sólo en la presunción
de la inocencia, sino que fue más allá, apelando a la responsabilidad personal. Sharan Burrow, secretaria
general de la Confederación Sindical
Internacional, dijo que la crisis económica se debía, en gran medida,
a que se había "perdido la
brújula moral". Me pareció una buena metáfora de la conciencia.
Veamos un ejemplo de lo que Sharan Burrow podría considerar una pérdida de la
brújula moral. Hace tiempo leí que en dos países muy capitalistas como
lo son Estados Unidos e Inglaterra, los propietarios
de mascotas habían invertido altas sumas de dinero en la compra de regalos de navidad para sus animales,
que iban desde joyas de oro y perlas verdaderas, hasta gastos en hoteles para
animales, con habitaciones dotadas de aire acondicionados y sistemas de
purificación ambiental, campos de
ejercicios con entrenadores particulares, etc. Todo esto ocurría la misma
navidad cuando la UNICEF publicó su informe titulado «El Estado
Mundial de la Infancia: Excluidos e Invisibles». La Directora Ejecutiva de la UNICEF, Ann Veneman, comentaba, en una
rueda de prensa celebrada en la misma ciudad de Londres, que «no puede haber un
progreso duradero si seguimos descuidando a los niños que están en necesidad –
el más pobre y el más vulnerable, el explotado y el abusado». El informe
abundaba en datos precisos sobre la situación de estos niños desprovistos de
los bienes materiales más básicos y sin oportunidades de educación.
Temo
que la “brújula moral” de una persona que regala una costosísima joya a su
mascota, sin sentir ningún tipo de incomodidad ante tal acción, ha perdido el
norte: O es que le faltan referencias de contexto, porque no lee el periódico
ni ve las noticias, o simplemente se ha vuelto insensible ante los sufrimientos de
los demás y por eso no sabe a dónde va. Difícilmente
notará los problemas que ocurren a su alrededor, y mucho menos intentará
aportar alguna solución. Así se paralizan, una tras otra, el curso de las acciones libres que
podrían llevar a aportar una pequeña solución –o
no tan pequeña– a los problemas que nos rodean. Pensemos por ejemplo qué
hubiese sucedido si en esas navidades los 150 millones de dólares que, según
los datos suministrados, fueron gastados en regalos de navidad para mascotas,
se hubiesen invertido en comida y regalos para los 1.000 millones de niños en
estado de pobreza extrema que hay en el Mundo, mediante una campaña de
concientización que digera algo más o menos así: “Tu perro ama a los niños:
regálale una sonrisa donando regalos a la infancia necesitada”.
No
toda la responsabilidad de los problemas sociales se debe atribuir a los
gobiernos, a las crisis, o a la ineficacia del capitalismo. Muy poco reflexionamos
en primera persona acerca de la relación que pueden tener las injusticias sociales con el
egoísmo personal, con la falta de corazón. Si bien la pobreza extrema no es
atribuible, en su totalidad, a ninguna persona rica, sí que
debería movernos a reaccionar de algún modo y preguntarnos ¡cómo es posible que estas cosas estén
sucediendo en mi Mundo! Se puede
pensar que una cosa es el amor a las mascotas, a un capricho, a un lujo, etc.,
y otra muy distinta son los problemas del Mundo, cuando en realidad ambas situaciones tienen su punto de
encuentro en la conciencia personal de cada individuo. Porque, sin duda,
es más fácil señalar al indomable sistema capitalista, que, a fin de cuentas,
lo que hace es poner ese balón de las decisiones –en este caso económicas– a
nuestros pies.
A cada uno le aprieta el zapato por
algún lado. Unos enloquecen por las mascotas, otros por los automóviles, otros
por la tecnología. No quisiera que se juzgaran estas reflexiones como una
condena hacia los que poseen y gozan de bienes materiales, de comodidades y de gustos.
De ser así, muchos me tacharían no de marxista sino, peor aún, de incoherente (como
lo son tantos marxistas, por cierto). Interpréteseme, más bien, como una toma
de conciencia acerca del valor social que está generando la misma dinámica del
consumo o sistema capitalista. Persuadirse del costo social que supone un
producto o servicio, con la consecuente búsqueda de soluciones para devolver a
la sociedad esos bienes, equivale a preservar el sistema capitalista que puede
llegar a convertirse en el gran garante de esa libertad para dar que cada uno posee. Me enteré de que en algunos
países existe la posibilidad de que tanto las empresas como los particulares
entreguen sus equipos electrónicos en buen estado –laptops, móviles, tablets, impresoras, etc. – a las
escuelas, una vez que son remplazados por nuevos modelos, a cambio de una
reducción en sus impuestos.
“Popeye soy”
Soñaba la otra vez con una sociedad en la que cada uno
aceptara su cuota de responsabilidad en lo grande y en lo pequeño; en
aquellas situaciones que nos atañen directamente, y en las que nos
involucran remotamente ¡Todo sería tan distinto! Permítanseme
algunos ejemplos:
"Las calles de mi
urbanización están llenas de huecos, pero la verdad es que yo no he puesto ni
una sola denuncia en la alcaldía"
"Salí mal en el examen,
estaba un poco difícil, pero reconozco que me faltó estudiar más"
"Mi hijo me contestó
malísimo y dio un portazo. Son las consecuencias de haberlo malcriado durante
muchos años, y de no haberle dedicado suficiente tiempo cuando era
niño"
“La pobreza ha aumentado exponencialmente en los últimos
años, pero lo único que hago para combatirla es defenderme de los ladrones”
En otra ocasión dije que la
gravedad de no aceptar la propia culpa la entendí viendo Popeye. Alrededor de este
personaje ocurren calamidades frente a las cuales se encuentra
completamente débil e impotente. Sólo cuando come las espinacas se hace fuerte
para enfrentar cualquier peligro y dificultad. Negarse a reconocer las
propias debilidades y culpas, equivale a vivir como si Popeye rechazara
las espinacas porque no quiere adquirir una fuerza superior. Cosa, por cierto,
bastante común, no sólo porque las espinacas no parecen ser un plato suculento,
sino también porque a veces queremos buscar
soluciones externas a los problemas internos, a
esas contrariedades de la vida que casi siempre tienen su razón de ser en nuestra
propia debilidad e impunidad.
Recuperar esa brújula de la
conciencia será el mejor modo de combatir las injusticias que se dan
desde la propia familia hasta en los sistemas
capitalistas. "El justo cae siete veces" dice el famoso
adagio bíblico. Pero hace falta alimentarse de mucha espinaca,
llamemos así a la fortaleza, para acometer con energía los cambios, a veces
ásperos, que nos indica esa formidable brújula interior que todos tenemos
dentro.
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