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MI: Misericordia

Sólo un elenco aleatorio como éste, inspirado en las notas musicales, puede incluir la misericordia entre las primeras virtudes humanas. Se trata de una cualidad que atribuimos, por lo general, sólo a Dios.
Sin embargo, todos estamos llamados a cultivarla, más aún si contamos con la ayuda divina. Como recordaba Benedicto XVI: "Solamente la valentía de reencontrar la dimensión divina de nuestro ser puede dar de nuevo a nuestro espíritu y a nuestra sociedad una nueva e íntima estabilidad" (Mirar a Cristo, p. 81). 

Las diversas explicaciones etimológicas coinciden en lo esencial: el vocablo misericordia proviene de dos términos latinos: miser que significa miserable o desgraciado, y cor, cordis que es la raíz de la palabra corazón. El sufijo o la terminación –ia hace referencia a una disposición constante del espíritu, como puede ser la alegría, la energía, la melancolía, la manía, la justicia, etc. De este modo, una persona que vive la misericordia es la que habitualmente tiene el corazón abierto a los miserables, que se compadece de ellos, padece o sufre por sus miserias.

Por miserable entendemos no sólo a los pobres y a los necesitados –a los que padecen miseria–, sino también a los que nos han hecho daño, a los criminales, a los corruptos, a los mentirosos, a los hipócritas y a toda clase de gente malvada. A esos también les llamamos miserables. En este sentido, la misericordia parece estar en el extremo opuesto de la justicia. El que obra con misericordia no es justo, pues actúa al margen de la ley, perdona al miserable sin darle el castigo que se merece. Así podemos pensar. Sin embargo, practicar la misericordia puede ser una de las formas más exquisitas de vivir la virtud de la justicia, y no exime de los compromisos legales ya que es una actitud interior. Pero ¿por qué la misericordia es una manifestación de la virtud de la justicia?

Para entenderlo, tenemos que remontarnos a los mismos orígenes del mundo y de nosotros mismos. Cuando uno se pregunta por qué Dios creó todas las cosas, la respuesta inmediata que nos puede venir a la mente es “porque Dios es bueno y omnipotente, todopoderoso; luego, quiso crear el mundo y al hombre, y los hizo”.

Pero esta respuesta es incompleta si no añadimos que Dios creó todas las cosas, y al ser humano especialmente, por misericordia. Imaginemos por un momento que Dios le dice a un hombre: “Si te casas con fulana te va a traicionar. Tus hijos serán criminales, mentirosos, malagradecidos contigo. Padecerás catástrofes naturales, se destruirá tu casa, vivirás en la calle. Pero sólo uno de tus hijos será leal contigo, te cuidará, te obedecerá, estará siempre a tu lado y te dará una descendencia numerosa de la que te sentirás orgulloso. ¿Aceptas esta vida?” Y aquel hombre, por amor al hijo bueno que ha de venir al mundo, acepta sufrir todas las calamidades de los demás.

Entonces podemos preguntarnos: ¿quién es el miserable de esta historia? ¿De quién debemos compadecernos: del padre que decide formar esa familia, del hijo bueno por su amor al padre, o de los hijos malos? En realidad todos son miserables: los buenos porque padecen miserias y los malos en el otro sentido de la expresión. Sin embargo, a ambos grupos alcanza la misericordia ¡En esto consiste la grandeza de esta virtud, y allí también reside su capacidad de hacer justicia! pues distribuye a todos el bien, sin mirar las cualidades o méritos personales.  Cuando Dios creó el mundo lo hizo sabiendo que no todos los hombres iban a corresponder igual a la libertad de amar que Él les dio; que habría personas buenas y personas malas. Pero, en atención de esos que tendrían buen corazón permitió la posibilidad del mal, y así también le dio cabida en la existencia a los malvados, cosa que supone un acto de misericordia para con ellos.  

Como vemos, los misericordiosos no hacen distinción de personas: no tratan a los individuos según su condición ética, sino que de todos se compadecen igualmente. La misericordia no es una reacción o una respuesta acorde al comportamiento del otro, sino una acción voluntaria, libre e incondicional. Se trata del hábito de padecer por todos, por los buenos y por los malos, sin esperar respuestas positivas de unos y de otros.

Siendo misericordiosos experimentamos tanto el desprecio como el amor más grandes. Dios nos creó por pura misericordia. Se compadece de todos, de los buenos porque son buenos y a veces sufren, y de los malos que también sufren precisamente porque son malos. La misericordia y la justicia se dan la mano cuando miramos a todos con la misma mirada con la que Dios nos mira.

Tim Guenard autor de "Más fuerte que el odio"
Un corazón misericordioso obtiene un poder extraordinario: el poder de perdonar, de sanar, de hacer buenas a las personas. El francés converso al cristianismo Tim Genard cuenta cómo la mirada compasiva de una juez de menores, que lloró al leer su expediente judicial, fue lo que le movió a dejar de ser un delincuente. El protagonista de Los Miserables, Jean Valjean, inició una vida buena y virtuosa gracias al perdón de un hombre religioso que negó frente a las autoridades que Valjean le había robado, cuando no era cierto, e incluso le dio más objetos de los que había robado. La misericordia tiene un alcance mayor que la justicia legal en su capacidad de rehabilitar a las personas a la vida moral; por eso es su máxima expresión.

Ahora que estamos presenciando imágenes conmovedoras del Papa Francisco en Brasil, podemos ver esta virtud de la misericordia en pleno ejercicio. Buscar a los hombres y a las mujeres que viven en la periferia del corazón de los demás: los pobres, los enfermos, los ancianos, los presos, los marginados por cualquier motivo. Y en ese preciso momento, el hombre y la mujer misericordiosos se sienten correspondidos, queridos y valorados. También experimentan el rechazo de los corazones endurecidos por el dolor y el sufrimiento, pero esto, lejos de producirles rechazo, les genera más misericordia para con ellos.


Juan Pablo II con Alí Agca que intentó asesinarlo
La misericordia es la solución a muchos problemas del corazón. Concede, a quienes la ejercitan, una misma mirada compasiva hacia todas las personas. Es una virtud que exige mucho dominio de sí y capacidad de perdón, pero que regenera las fibras del amor, y va dando mucho realismo a la hora de mirarnos a nosotros mismos y a los demás. Abrir el corazón a los miserables, a aquellos que nos han herido, que nos han defraudado, que nos han rechazado, justamente por ese motivo: porque nos compadecemos de esas miserias que les hacen más daño a ellos que lo que pudieron haber causado en nosotros. Además, somos conscientes de que también somos miserables y necesitamos la compasión de los demás, especialmente la de Dios, por tantos errores que cometemos a diario y por tantas cosas que padecemos a causa de los demás. Por eso dice la bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.

Comentarios

Unknown dijo…
Me encantó MM! Está excelente! Sigue escribiendo :)

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