Pienso recoger una opinión común al afirmar que los obispos de Venezuela han dado una lección de valentía y claridad en estos días. Lo han hecho como suelen hacerlo: en paz, con un lenguaje claro y respetuoso, dócil a la verdad y abierto a la esperanza. Pero seríamos ingenuos si pensásemos que su mensaje va dirigido únicamente a una parcialidad política. Quienes así lo ven puede que estén manipulando, a su conveniencia, el contenido de tan ricas enseñanzas. Veamos.
La Iglesia venezolana no sólo ha condenado la ejecución de un proyecto comunista de corte totalitario en el país, con la consiguiente eliminación de las libertades económicas y privadas, sino que también ha levantado su voz ante todo tipo de sistema materialista que pretenda ahogar las verdaderas necesidades del ser humano. Recordemos las declaraciones del cardenal Urosa Savino donde insistió en la necesidad de que "la economía tenga en cuenta las necesidades de los pueblos, y que no esté dirigida simple y llanamente por el afán de lucro, de generar cada vez mayores riquezas para un pequeño puñado de personas que gastan fortunas en tonterías como armamento, lujo, yates cada vez más grandes, mansiones cada vez más lujosas, algo absolutamente innecesario para que una persona alcance la felicidad".
De igual manera, la Iglesia no se ha referido únicamente al peligro que supone la sustitución del mesianismo de Cristo por falsos redentores del pueblo. También ha criticado la santería, el fetichismo, la superstición, la brujería, el profetismo pseudo adivino y otras formas de religiosidad desvirtuadas. Ha denunciado a los semi-dioses de la cultura moderna. Así habló el Papa Francisco a los jóvenes en Brasil cuando les instó a no dejarse obnubilar por falsos ídolos: "Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos a una sensación de soledad y vacío que lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros".
La Iglesia ha demostrado una actitud radicalmente opuesta a la violencia, a la criminalidad y a la impunidad venga de donde venga, pero ha hecho mucho énfasis también en el respeto a la vida del no nacido, dada su situación de vulnerabilidad en una sociedad marcada por profundas desigualdades socioeconómicas. Ha condenado terminantemente el aborto, llamándolo crimen contra la vida humana. Ha sostenido claramente que el respeto a la vida debe ser total y sin excepciones de ningún tipo.
Al tiempo que defiende la libertad, la Iglesia no propone una moral relativista, acomodaticia y cambiante. Rechaza rotundamente el libertinaje sexual y toda forma de erotización de la cultura y de la diversión, sobre todo de los más jóvenes. Ha defendido siempre la dignidad de la familia, fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, descartando la idea de que se llame familia a otras formas de convivencia, aunque estén reguladas en el derecho civil, como lo recordó recientemente el obispo auxiliar de Caracas, monseñor Fernando Castro. La Iglesia católica, al tiempo que es la institución que más se ocupa de los enfermos de sida a nivel mundial, no ha sido vacilante en dar respuestas morales a estos problemas humanos, que no se resuelven con técnicas o métodos artificiales, sino con actos de responsabilidad y de amor verdadero.
Y así podría seguir citando otros casos, tantos frentes de lucha que ha mantenido la iglesia venezolana, en sintonía con la Iglesia universal. Ahora que se oye hablar tanto del peso moral de la Iglesia y de su alta credibilidad, no olvidemos que tales atributos no los posee de gratis: son el resultado de posturas irreprensibles no exentas, sin embargo, de las más duras críticas a lo largo de la historia.
@mercedesmalave
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