Nuevamente, el alto mando político de la revolución apuesta al magnicidio como cortina de humo para evadir las rectificaciones necesarias en estas horas tan oscuras y problemáticas para el país. Se trata de una típica estrategia cubana, como lo revelaba entre líneas el mismo Jorge Rodríguez, cuando afirmaba que Fidel Castro había develado 600 supuestos intentos de magnicidios en sus años de gobierno.
El modelo económico es cubano, la estrategia política es cubana, los organismos de inteligencia siguen instrucciones de Cuba. El presidente actúa, habla y acusa según el guión de los hermanos Castro. Todo el modelo de gobierno es un intento de aplicar la lógica castro comunista al sistema político venezolano.
Ahora bien, si uno pregunta a los expertos en qué consiste el modelo cubano, unos darán la explicación teórica del comunismo, otros expondrán las leyes económicas de El Capital de Marx, otros hablarán de estalinismo, de Gramsci, y así sucesivamente. Explicaciones muy loables, sin duda, interesantes para comprender la formulación de un ideal utópico, pero que no exponen con claridad el método y la forma de implementar dicho modelo.
¿Por qué? Por una razón muy sencilla: ¿Cómo justificar la mentira? ¿Cómo legitimar un modelo que sistemáticamente niega la realidad, que no reconoce los hechos, que no quiere gobernar según los datos que arrojan las estadísticas, que no está dispuesto a rectificar el rumbo ni a aplicar los correctivos necesarios?
El problema del modelo es la mentira. El comunismo como ideología vulnera la política en su más pura esencia porque la sustrae de la realidad concreta de la polis, o sea de los verdaderos asuntos y problemas de los ciudadanos, y la confina al ámbito del idealismo, de la arbitrariedad, de la lógica del poder en lugar de la lógica del servicio.
El ejercicio de la política no debe inspirarse en ideologías pasajeras, mucho menos contradictorias entre sí, sino en ideales éticos y morales que son cosa muy distinta. Un ideal moral no es un invento que funge como panacea de todos los problemas, sino una invitación de la propia razón humana a ser mejores, a asumir la perfectibilidad de nuestro ser, a cargar con nuestras debilidades, sin justificarlas, y a asumir la tendencia al error con humildad y deseos de rectificar.
Un político honrado se mueve por la prudencia ética; sabe hacer triunfar la realidad de las cosas sin mentir, ni doblegar, ni pisotear la moral de nadie. Invita, sabe arrastrar con su ejemplo. En política no basta tener razón, hace falta ejercitar un arte de intuición, de congregación, de sentido de oportunidad, de táctica de conquista. Hemos aprendido que la represión y el militarismo, propia de quienes sólo saben mentir e imponer sus falsedades, van en dirección contraria al buen oficio de la política, y por eso, a la larga, pasan factura, dividen a la sociedad.
Por eso debemos rescatar el buen oficio de la política centrada y fundamentada en la verdad, en la cercanía del hombre a los problemas de los hombres. Atención por cierto: si algo han cambiado los medios de comunicación de masas ha sido esta vocación de encuentro recíproco del político, en lugar de esa unidireccionalidad, anónima de una parte, que ofrecen los medios.
Es cierto que la política no es un oficio sucedáneo de la moral, pero exige temple, integridad de conducta y mucho estómago para asimilar la inmoralidad ajena sin dejar que ésta se imponga dentro de uno mismo en primer lugar. Rescatemos con nuestro ejemplo la dignidad de ser políticos.
@mercedesmalave
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