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El fantasma del comunismo

viernes 26 de septiembre de 2014  12:00 AM
"¡Cuántas veces creemos habernos apoderado del fantasma! Como el fabuloso Ixión, solo abrazamos una nube"; así se lamentaba Alfonso Reyes en su ensayo sobre las utopías en América. Los fantasmas son seres que están por encima de las leyes físicas: resisten la gravedad, se desplazan sin fuerza de roce, atraviesan lo sólido. Su consistencia es vacía, no están compuestos de órganos.

También es interesante la definición que los filósofos clásicos dan a una capacidad del conocimiento humano que llamaron la "vuelta al fantasma". No es otra cosa que la capacidad de representar en imágenes –ya no propiamente reales sino construidas por la imaginación, de manera concreta, como si lo estuviésemos viendo– los conceptos que vamos abstrayendo de la realidad. O sea, los fantasmas nos persiguen en nuestra manera de pensar y de razonar.

Las utopías son un ejemplo de esos fantasmas ideológicos que podemos construir con la imaginación. Utopía significa "no lugar", y fue un término que inventó el santo inglés, Tomás Moro, para titular su obra en la que dibuja tanto una crítica justificada al sistema capitalista de su tiempo, como el boceto de una sociedad ideal y perfecta. En este ensayo, las ideologías políticas de corte socialista han encontrado una fuente estimable de inspiración y de aliento cuando, en realidad, nada más lejos de las intenciones del autor que pretender convertir en realidad su fantasma político.

Igualmente, aunque no creo que los fenómenos físicos puedan aplicarse al comportamiento humano y social, sí pueden ilustrar y facilitar su comprensión. El comunismo es como un fantasma porque pretende volarse las fuerzas de roce y gravedad, indispensables en nuestro mundo real.

La gravedad, el roce, son fuerzas que ejercen una atracción contraria a los cuerpos, a nosotros mismos, a todo lo que es real. Y son tan necesarias que, sin ellas, viviríamos flotando y con una continua sensación de caída libre, sin posibilidad de interactuar con las demás cosas y personas. Gracias a la gravedad podemos vivir con los pies sobre la tierra, mantener el equilibro y comprobar que tenemos peso y consistencia. Por su parte, sin la fuerza de roce sería imposible caminar, así como también mantenerse firme y estable en un mismo lugar.

¡Qué gráfico se nos hace entender la imposibilidad del comunismo! Querer eliminar toda fuerza contraria, mediante un enfrentamiento que pretenda anular su impacto en nosotros es, precisamente, vaciarse de contenido. La única manera de acabar con la gravedad y el roce es no tener masa o consistencia propia. Por este empeño ella misma se convierte en un fantasma, en una irrealidad. Cuántas veces hemos pensado que nuestros gobernantes no tienen los pies sobre la tierra, que no afrontan los problemas reales, que están en las nubes imaginando cosas imposibles. Y todo esto por no aceptar que el roce y la gravedad que le proporcionan las fuerzas o ideas contrarias son la condición de su realización en este mundo, de su perfeccionamiento y factibilidad. Quizás por eso el
papa Francisco y todos sus predecesores insisten tanto en la esterilidad de la guerra. Lo que hay que hacer es aprender a rozarse, llenándose de contenido, de razones, de convicciones, para poder aceptar al otro, que crecerá de manera proporcional, y como fuerza contraria, para lograr equilibrios y avances mediante esa fuerza de roce social que proporciona el diálogo basado en la aceptación del otro. La irracionalidad, el adoctrinamiento, el vaciarse de ideas, trae destrucción. Esta crítica vale también para la cultura occidental, que pretende eliminar el fundamentalismo con relativismo y, como no puede, empuña las armas. Tema para otro artículo.

Por su parte, vale la advertencia a nuestro socialismo del siglo XXI: sigan queriendo apoderarse del fantasma, construyendo parapetos comunicacionales, cívicos y morales. Al final, una simple ráfaga de viento los dispersará como nubes. Así nos lo enseña, dramáticamente, la historia universal.

@mercedesmalave

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