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La frustración del control

Viernes 29 de agosto de 2014  12:00 AM

Debemos al disciplinado filósofo prusiano, Enmanuel Kant, la clave de un juicio de comportamiento mediante el cual las personas pueden ejercer el control de sus actos sin ningún tipo de presión o ley externa. De este modo, cada individuo decide libremente qué hacer y qué no hacer, cómo comportarse, qué comprar, cómo medirse, hasta dónde beber o comer... en fin, aprende a autogobernarse con su propia racionalidad. Por eso, Kant puede ser considerado perfectamente como el padre del liberalismo moderno, y del voluntarismo también, ya que supo formular la fuerza coercitiva de la propia libertad, de la conciencia, que puede obligar más que cualquier ley o restricción externa, siempre y cuando las personas se lo propongan. A esta definición la llamó imperativo categórico.

Es interesante el hallazgo de Kant: Las personas no necesitan mecanismos de control externos para saber cómo comportarse, ni para establecer lo que es lícito hacer en sociedad. Basta la propia luz de su razón para comprender que, sin una cierta disciplina y exigencia personal, no se puede llegar a vivir plenamente como seres humanos y menos aún como ciudadanos. Kant decía que había que comportarse según unos imperativos que pudieran ser asumidos por la humanidad entera. El animal no se impone sus propias normas de comportamiento porque le vienen dadas con su naturaleza; en cambio, la naturaleza humana, al ser más perfecta que la animal, es capaz de autoimponerse sus propios límites a fin de no autodestruirse ni hacer daño a sus semejantes. Una libertad que sabe medirse, pensar en los demás, no hacer a otro lo que no le gustaría que le hicieran a uno, etc., no parece necesitar de leyes o mecanismos de coerción externos. Sería la sociedad perfecta.

Pero la verdad es que el ilustrado filósofo se quedó muy corto en sus planteamientos, tanto que una vida llevada así, según imperativos emitidos por el propio individuo, conduciría a la más férrea frustración y soledad, porque las personas no estamos hechas para vivir para nosotros mismos sino para los demás; somos seres relacionales. Y es que no son los controles -ya sean internos o externos- sino las aspiraciones, los deseos, los amores, los que hacen realmente buenas y heroicas a las personas. San Agustín lo había expresado siglos antes de Kant de una manera insuperable: "Ama y haz lo que quieras". Una persona que ama es capaz, no solo de medirse y de controlarse, sino de inmolarse, es decir, de dar su vida, y todo lo suyo, a los otros por amor. Vivir de otra manera, egoísta, autosuficiente, sería una gran cobardía, miedo a enfrentar la propia capacidad de querer y de donación. Como dice aquella canción de Joaquín Sabina: "lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mi".

La libertad no es la capacidad de autoimponerse normas y de negarse ciertos instintos, sino sobre todo es la capacidad de darse plenamente a los demás, a los hijos, a los padres, al cónyuge, a los hermanos. El amor no se plantea como una ley sin más, sino como una necesidad apremiante, o como un deseo imperioso del corazón humano. El amor a la patria, por ejemplo, no es la consecuencia de una serie de leyes, imposiciones y controles, sino el deseo sincero, y en algunos

casos apasionado, de servir a la nación con auténtico cariño, por amor, con plena libertad de corazón. ¿No era éste el ideal que tanto pregonó el presidente Hugo Chávez?

Sin embargo ¡cuán lejos está el marxismo de comprender estas cosas! Aunque se vaya por ahí cantando "patria, patria, patria querida", el materialismo no ve a la persona humana como un ser capaz de amor y donación, sino como una especie de mecanismo de producción y concatenación de acciones comunitarias, que va progresando mediante la generación de conflictos, que son los que producen los cambios o movimientos sociales. Por algo la lucha de clases está en la esencia del modelo sociopolítico marxista, que jamás promueve el amor sino el enfrentamiento y la exclusión: "Patria, socialismo o muerte" es un lema coherente con los postulados marxistas.

Aunque estas consideraciones parezcan, aparentemente, muy abstractas, sirven para explicar hasta lo más coyuntural, por ejemplo, ¿qué es la captahuellas puesta en los supermercados? Evidentemente, es un mecanismo de coerción y control externo ¿Y qué persigue? Agudizar el conflicto social, la zozobra, el miedo ¿Cuál será su resultado? Generar mayor pérdida del sentido de patriotismo, de querer vivir en este país con auténtica solidaridad, generosidad y ayuda a los más necesitados, con un amor por Venezuela tan grande que sea capaz de movernos a buscar el bien común, aun a costa del propio beneficio personal. Parecerá utópico pero en Venezuela existe gente capaz de vivir esto y mucho más. Cada uno puede contar sus historias.

Porque los venezolanos no vamos a perder a nuestra patria: mientras el Gobierno se afana en poner controles y más controles, la resistencia pacífica y democrática se hace más firme y madura. El amor se prueba en el crisol de la tribulación. Veremos los frutos.

@mercedesmalave

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