Viernes 15 de agosto de 2014 12:00 AM
Todos conocemos la historia del Cirineo: Un hombre común y corriente que fue empujado y obligado a cargar la cruz condenatoria de Cristo, nada menos que el Dios de los cristianos. Fue un encuentro que, aunque prácticamente no contribuyó en nada a aliviar los tormentos físicos del reo, sí supuso un cambio de vida en el Cirineo, que abandonó la superstición mítica de los romanos y abrazó junto a sus hijos la fe cristiana.
El Cirineo comprendió que los mayores padecimientos de Cristo eran sobre todo de orden moral: injusticia, burla, desnudez, ira, traición. Llevando la cruz de Cristo captó el misterio del sufrimiento de un Dios perfecto y omnipotente que, sin embargo, se hace impotente frente a las decisiones de la libertad humana, aunque estas sean destructivas. Él ayudó a llevar esos padecimientos pues, al fin y al cabo, un alma cerca de Dios es el mayor alivio para un Dios creador.
Todo esto me vino a la mente hace pocos días, cuando tuve la suerte de acompañar a unos jóvenes a una charla con un grupo de Alcohólicos Anónimos en la ciudad de Maracaibo. A lo largo de la conferencia, nos fuimos convenciendo de la gravedad de esta enfermedad, de la poca conciencia pública que hay sobre ella, de la magnitud del daño que está ocasionando en destrucción de vidas humanas, familias y víctimas que cada fin de semana se cobra sin compasión ni medida. Mucho hablamos de la inseguridad, de los secuestros y del pésimo gobierno que tenemos, pero poco reflexionamos sobre el azote de las drogas y menos aún del alcohol que está destruyendo a nuestras familias.
Los testimonios de Nancy y Pedro, dos alcohólicos anónimos, fue lo que me movió a dedicarles estas líneas. Son anónimos porque, aunque siguen padeciendo la enfermedad, ahora nadie los reconoce gracias a haber superado el doloroso vicio de la bebida. Sobrios desde hace más de 25 años, este matrimonio encarna la máxima de San Agustín: "He conocido borrachos que me han enseñado a ser sobrio".
Sus palabras tocaron las fibras más íntimas del joven auditorio. Casi al final de su intervención, la audiencia se sintió lo suficientemente interpelada como para comenzar a abrir el corazón, cosa nada fácil en un público joven que cree que se las sabe todas. Salieron testimonios muy dolorosos de hijos de padres alcohólicos, de tíos, parientes, amigos que padecen mucho de los síntomas allí
explicados para reconocer a un alcohólico actual o potencial; de personas que han perdido a seres queridos en accidentes de tránsito a causa del alcohol, etc. Los rostros de Nancy y de Pedro, al oír esos testimonios, reflejaban el profundo dolor de comprobar -quién sabe por cuántas veces- que todavía hay mucho trabajo por hacer, que aún quedan muchos venezolanos por rehabilitarse y salir de este terrible padecimiento. Ellos eran, quizás, los únicos que estaban a la altura de recibir las confidencias llenas de dolor de estos jóvenes porque podían ponerse en su lugar y comprender perfectamente los problemas allí planteados. Yo creo que Nancy y Pedro veían como reflejadas sus vidas de hace 25 años. El paralelismo de tantas Nancy y de tantos Pedro que andan por allí perdidos, sin rumbo, y ellos, en cambio, ya curados. ¡Qué privilegio y cuánta responsabilidad!
Entendí que sufrir es aprender a llevar la cruz, no solo propia, sino también de tantas personas. Hay muchos cirineos por las calles de Venezuela, que saben compadecerse del dolor humano porque ellos también han sufrido; y así van por la vida ayudando a llevar la cruz de los demás. Ante estos cirineos del siglo XXI concluí que el dolor no debe ser tan malo, ya que hay quienes, después de sufrir lo propio, no pueden desentenderse de los dolores ajenos. Quizás porque encuentran allí un amor fiel e invencible pues, quien ama el dolor ¿de qué podrá sentirse defraudado?
El Cirineo comprendió que los mayores padecimientos de Cristo eran sobre todo de orden moral: injusticia, burla, desnudez, ira, traición. Llevando la cruz de Cristo captó el misterio del sufrimiento de un Dios perfecto y omnipotente que, sin embargo, se hace impotente frente a las decisiones de la libertad humana, aunque estas sean destructivas. Él ayudó a llevar esos padecimientos pues, al fin y al cabo, un alma cerca de Dios es el mayor alivio para un Dios creador.
Todo esto me vino a la mente hace pocos días, cuando tuve la suerte de acompañar a unos jóvenes a una charla con un grupo de Alcohólicos Anónimos en la ciudad de Maracaibo. A lo largo de la conferencia, nos fuimos convenciendo de la gravedad de esta enfermedad, de la poca conciencia pública que hay sobre ella, de la magnitud del daño que está ocasionando en destrucción de vidas humanas, familias y víctimas que cada fin de semana se cobra sin compasión ni medida. Mucho hablamos de la inseguridad, de los secuestros y del pésimo gobierno que tenemos, pero poco reflexionamos sobre el azote de las drogas y menos aún del alcohol que está destruyendo a nuestras familias.
Los testimonios de Nancy y Pedro, dos alcohólicos anónimos, fue lo que me movió a dedicarles estas líneas. Son anónimos porque, aunque siguen padeciendo la enfermedad, ahora nadie los reconoce gracias a haber superado el doloroso vicio de la bebida. Sobrios desde hace más de 25 años, este matrimonio encarna la máxima de San Agustín: "He conocido borrachos que me han enseñado a ser sobrio".
Sus palabras tocaron las fibras más íntimas del joven auditorio. Casi al final de su intervención, la audiencia se sintió lo suficientemente interpelada como para comenzar a abrir el corazón, cosa nada fácil en un público joven que cree que se las sabe todas. Salieron testimonios muy dolorosos de hijos de padres alcohólicos, de tíos, parientes, amigos que padecen mucho de los síntomas allí
explicados para reconocer a un alcohólico actual o potencial; de personas que han perdido a seres queridos en accidentes de tránsito a causa del alcohol, etc. Los rostros de Nancy y de Pedro, al oír esos testimonios, reflejaban el profundo dolor de comprobar -quién sabe por cuántas veces- que todavía hay mucho trabajo por hacer, que aún quedan muchos venezolanos por rehabilitarse y salir de este terrible padecimiento. Ellos eran, quizás, los únicos que estaban a la altura de recibir las confidencias llenas de dolor de estos jóvenes porque podían ponerse en su lugar y comprender perfectamente los problemas allí planteados. Yo creo que Nancy y Pedro veían como reflejadas sus vidas de hace 25 años. El paralelismo de tantas Nancy y de tantos Pedro que andan por allí perdidos, sin rumbo, y ellos, en cambio, ya curados. ¡Qué privilegio y cuánta responsabilidad!
Entendí que sufrir es aprender a llevar la cruz, no solo propia, sino también de tantas personas. Hay muchos cirineos por las calles de Venezuela, que saben compadecerse del dolor humano porque ellos también han sufrido; y así van por la vida ayudando a llevar la cruz de los demás. Ante estos cirineos del siglo XXI concluí que el dolor no debe ser tan malo, ya que hay quienes, después de sufrir lo propio, no pueden desentenderse de los dolores ajenos. Quizás porque encuentran allí un amor fiel e invencible pues, quien ama el dolor ¿de qué podrá sentirse defraudado?
@mercedesmalave
Comentarios