viernes 19 de septiembre de 2014 12:00 AM
Uno de los episodios más importantes que conocemos de la fascinante historia del pueblo hebreo, es que pasaron cuarenta años perdidos en la zona desértica de la península del Sinaí, luego de haber sido liberados de la esclavitud de los egipcios. Cuarenta años anduvieron errantes buscando la Tierra Prometida que habían abandonado en momentos de penuria. El guía espiritual y máxima autoridad de esta etapa de la historia de Israel fue Moisés, que apenas pudo vislumbrar el territorio concedido a su pueblo, ya que falleció poco antes de pisar Canaán. Su sucesor, Josué, recibió una importante advertencia cuando le fue confiado el mando sobre el Pueblo Elegido: "Sé valiente y firme: tú vas a poner a este pueblo en posesión del país que yo les daré, porque así lo juré a sus padres. Basta que seas fuerte y valiente para obrar en todo según la Ley que te dio Moisés. No te apartes de ella, ni a la derecha ni a la izquierda, y así tendrás éxito en todas tus empresas" (Josué 1, 6-8).
Una vez liberados de la opresión y del destierro, el pueblo debe mantenerse en el centro para llegar a su destino; marchar en línea recta, sin desviarse hacia la derecha o hacia la izquierda. Lógicamente, el mandato no solo está asociado a la orientación geográfica, sino también al cumplimiento de las leyes, a la moral y las buenas costumbres. Se le pide al nuevo líder que conduzca al pueblo con firmeza por el camino recto; que los preserve de desviaciones producidas por las corrientes de opinión suscitadas entre los mismos miembros del grupo social, y que no se deje llevar de fórmulas acomodaticias, atractivas o aparentemente milagrosas.
Es un consejo que puede servirnos para entender el arte del buen gobierno. Las ideologías tienden a orientar a las personas hacia un extremo, exagerando o absolutizando algún valor que es relativo, llámese libertad, colectivo, bienestar, pasiones, la nación, etc. Lo único absoluto en el ser humano es su incuestionable dignidad manifestada, entre otras cosas, en su relación de semejanza con Dios, y llamado a trascender los límites de este mundo, tan atractivo y seductor como caduco y pasajero.
Pero no es fácil mantenerse en la vía del centro. El problema de las llamadas corrientes de centro, o third way (tercera vía), es que no pueden concebirse solo teóricamente, ni firmarse en tratados, consensos o pactos de gobernabilidad, porque los valores que enmarcan una conducta centrada no se imponen ni se decretan, sino que se asumen con realismo y se practican. De lo contrario, estas nuevas corrientes se convierten en una especie de camuflaje o brazo "moderado" de las mismas tendencias extremistas. Ser de centro exige mucha disciplina ética y moral. No consiste en dar discursos moderados, guabinosos, donde todos quedan bien parados; en ocasiones habrá que alzar la voz para defender algún aspecto de la dignidad humana, como el derecho a la vida del no nacido, del anciano y del enfermo terminal que no está conectado a ninguna máquina artificial; del matrimonio basado en la unión natural entre un hombre y una mujer, de la familia, de los hijos, del derecho al ejercicio público de la religión, etc. Ser de centro no significa aceptar todo lo que proponen las "mayorías", los lobbies o las modas, sino mantener una misma ética, firme y consecuente, aunque se experimente la propia debilidad o no se reciba el elogio de la opinión pública. Buscar siempre el verdadero bien de la persona, de la vida política y social, y lo que realmente contribuye a su pleno desarrollo.
No desviarse ni a la izquierda ni a la derecha obliga a una vida coherente con los principios que se predican. Vivir las llamadas virtudes cívicas que no son otra cosa que exigencias de la propia conciencia para ejercer la libertad de manera plena y razonable, sin extremismos ni permisivismos. Mucha razón tiene el aforismo que dice que "el que no vive como piensa, acaba pensando como vive". No es cierto que se pueda mantener una postura realista, de centro, teniendo una vida desordenada, cómoda, superficial, dominada por el afán de poder, de dinero o de sexo. En este sentido, las corrientes de izquierda o de derecha no se diferencian en nada.
Lo que va a hacer que Venezuela tome un rumbo realmente distinto en su historia política es la presencia de una dirigencia más que de centro yo diría "centrada", firme, anclada en los altos valores de sinceridad, respeto, lealtad, honestidad, fidelidad, servicio, desprendimiento, dictados por su recta razón y motivados su buen amor a la nación.
@mercedesmalave
Una vez liberados de la opresión y del destierro, el pueblo debe mantenerse en el centro para llegar a su destino; marchar en línea recta, sin desviarse hacia la derecha o hacia la izquierda. Lógicamente, el mandato no solo está asociado a la orientación geográfica, sino también al cumplimiento de las leyes, a la moral y las buenas costumbres. Se le pide al nuevo líder que conduzca al pueblo con firmeza por el camino recto; que los preserve de desviaciones producidas por las corrientes de opinión suscitadas entre los mismos miembros del grupo social, y que no se deje llevar de fórmulas acomodaticias, atractivas o aparentemente milagrosas.
Es un consejo que puede servirnos para entender el arte del buen gobierno. Las ideologías tienden a orientar a las personas hacia un extremo, exagerando o absolutizando algún valor que es relativo, llámese libertad, colectivo, bienestar, pasiones, la nación, etc. Lo único absoluto en el ser humano es su incuestionable dignidad manifestada, entre otras cosas, en su relación de semejanza con Dios, y llamado a trascender los límites de este mundo, tan atractivo y seductor como caduco y pasajero.
Pero no es fácil mantenerse en la vía del centro. El problema de las llamadas corrientes de centro, o third way (tercera vía), es que no pueden concebirse solo teóricamente, ni firmarse en tratados, consensos o pactos de gobernabilidad, porque los valores que enmarcan una conducta centrada no se imponen ni se decretan, sino que se asumen con realismo y se practican. De lo contrario, estas nuevas corrientes se convierten en una especie de camuflaje o brazo "moderado" de las mismas tendencias extremistas. Ser de centro exige mucha disciplina ética y moral. No consiste en dar discursos moderados, guabinosos, donde todos quedan bien parados; en ocasiones habrá que alzar la voz para defender algún aspecto de la dignidad humana, como el derecho a la vida del no nacido, del anciano y del enfermo terminal que no está conectado a ninguna máquina artificial; del matrimonio basado en la unión natural entre un hombre y una mujer, de la familia, de los hijos, del derecho al ejercicio público de la religión, etc. Ser de centro no significa aceptar todo lo que proponen las "mayorías", los lobbies o las modas, sino mantener una misma ética, firme y consecuente, aunque se experimente la propia debilidad o no se reciba el elogio de la opinión pública. Buscar siempre el verdadero bien de la persona, de la vida política y social, y lo que realmente contribuye a su pleno desarrollo.
No desviarse ni a la izquierda ni a la derecha obliga a una vida coherente con los principios que se predican. Vivir las llamadas virtudes cívicas que no son otra cosa que exigencias de la propia conciencia para ejercer la libertad de manera plena y razonable, sin extremismos ni permisivismos. Mucha razón tiene el aforismo que dice que "el que no vive como piensa, acaba pensando como vive". No es cierto que se pueda mantener una postura realista, de centro, teniendo una vida desordenada, cómoda, superficial, dominada por el afán de poder, de dinero o de sexo. En este sentido, las corrientes de izquierda o de derecha no se diferencian en nada.
Lo que va a hacer que Venezuela tome un rumbo realmente distinto en su historia política es la presencia de una dirigencia más que de centro yo diría "centrada", firme, anclada en los altos valores de sinceridad, respeto, lealtad, honestidad, fidelidad, servicio, desprendimiento, dictados por su recta razón y motivados su buen amor a la nación.
@mercedesmalave
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