lunes 13 de octubre de 2014 12:00 AM
El siguiente relato es del filósofo existencialista Soren Kierkegaard: Érase una vez un circo, en Dinamarca, que se incendió. El director mandó al payaso, que ya estaba listo para la función, al pueblo cercano en busca de ayuda ante el peligro inminente de que las llamas alcanzasen la ciudad, a través de los campos secos ya cosechados. El payaso corrió a la aldea y pidió ayuda a los habitantes, pero éstos interpretaron su súplica como un excelente truco publicitario para atraer público al espectáculo. Y lo aplaudían, y se reían de él. Mientras más se lamentaba el payaso, e insistía en que no era una simulación sino algo muy serio, los ciudadanos lloraban de la risa al ver cómo interpretaba su papel de maravilla. Hasta que el incendio llegó a aquel pueblo, y ya era demasiado tarde para cualquier ayuda.
Releyendo esta fábula pensaba en el oficio del político en la actualidad, no sólo en Venezuela, sino también frente al panorama mundial que presenciamos a través de las grandes cadenas de noticias. Si existe una ocupación que ha sido sustancialmente alterada por los medios de comunicación de masas, ésa ha sido la del político. Se compara con las grandes estrellas del cine y del espectáculo; no hay momento en el que no sea interpelado por una cámara o por un micrófono; necesita de la notoriedad para poder hacer carrera; debe adquirir destrezas histriónicas, estar en buena forma, ser agradable al público, gustar a todos, enamorar, persuadir, hacer un show de calle, de vez en cuando.
El drama ocurre cuando el circo entra en llamas y hay peligro de que se incendie la ciudad. El político, el gobernante, dirige los destinos reales de un pueblo, pero a nosotros todo nos llega mediatizado, de allí el riesgo de confundir papeles. Pero la peor enfermedad que puede padecer un servidor público es confundir sus funciones con la dedicación a crear una imagen publicitaria de sí mismo, demostrando, a fin de cuentas, que a él sólo le importa su fama, su notoriedad, y no el beneficio y la protección de la colectividad.
El político debe vestirse de paisano para que los ciudadanos de a pie le crean. Esto supone no sólo estar en la calle atento a los problemas concretos de las personas, sino también saber mantenerse incólume en su posición discreta, cuando ésta no es atractiva para los medios. La política mediática, la "declarocracia" como le llamó hace años un periodista mexicano, es un vicio que se debe erradicar del oficio de quien rige los destinos de una nación. Para eso hace falta una doble colaboración: la de los ciudadanos que aprendan a ver y a comprender la política con un poquito menos de pasión y un poco más razón, y la del político para que no caiga en los brazos seductores de una vanidad estéril disfrazada de servicio.
A veces yo me pregunto si no es ésta la causa de que muchos venezolanos permanezcan apáticos frente al televisor -o al Twitter- en medio del drama nacional que estamos viviendo. ¿No será que vemos a los políticos como a aquel payaso del circo danés, y por eso, al final del día nos reímos, hacemos chistes y comentarios banales sobre las cosas que pasan? Muchos políticos se prestan al espectáculo porque, a pesar de la denunciada censura, todavía sobran espacios para seguir haciendo payasadas. Ejemplos hay de sobra, pero mejor no hacer alusión a singulares. Cada quien que recuerde el mejor show político que haya presenciado en los últimos meses.
Da la impresión de que no divisamos el incendio aunque se nos esté anunciando por todos los medios. Por el contrario, al ver los recientes trabajos de ilustradores y comediantes, profetas del drama nacional y de los padecimientos sociales, me pregunto si no estaremos en medio de una inversión de papeles: Ahora quien nos hace reflexionar sobre la muerte es un caricaturista, y quien nos insta a escuchar y a comprender a quienes piensan distinto es Bobby Comedia. Así estamos.
@mercedesmalave
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