Una cosa es ser un mandado y otra un servidor. A pesar de la enorme crisis social y ética que atraviesa nuestro país, he podido comprobar en los últimos meses que una pequeña ventana se está abriendo hacia la comprensión del verdadero desarrollo humano y social, que exige un cambio de mentalidad en materia de atención al cliente, y aumento del prestigio de las profesiones técnicas, manuales y de atención directa a la persona.
Mucho se habla de salir de la zona de confort para arriesgar y ganar más dinero. Pero existe una zona de confort menos pecuniaria y más decisiva para el desarrollo social que es la zona de quien se siente mandado, de quienes no quieren, o no saben, ejercer su libertad a diario empeñándose por trabajar mejor, con más amor, con mayores detalles de servicio y de delicadeza hacia cada persona que se acerca a solicitar algo. Desde esta mentalidad de servicio se construye, sin duda, la Venezuela de la prosperidad, y se deja, de una vez por todas, el país de la servidumbre y del conformismo.
Me pasó que estaba en una conocida panadería y pedí un café. Cuando me lo entregaron, pregunté al que me atendía si vendían pastas secas por unidad. Me dijo que sí, y enseguida me preguntó cuántos gramos quería. Insistí en que sólo quería una galleta para tomar con el café. Me miró sonriente, con la sonrisa de quien se siente libre, autónomo, señor de su trabajo, y me dijo: "así no las vendemos, pero le voy a regalar una; si me preguntan le diré a mi jefe que usted va a volver y se va a llevar varios kilos de pasta seca la próxima vez". No estaba lejos de la verdad ese muchacho; y razonó bien simplemente porque se siente autónomo y libre. No fue éste el único gesto profesional, y de cercanía, que tuvo con los clientes. Dejé el recinto con la convicción de que tenían un tesoro: un servidor y no un mandado.
Un grupo de comunicadoras sociales jóvenes han decidido abandonar, en parte, la seguridad de un trabajo tiempo completo, para emprender una batalla de formación humana del personal que labora en empresas de servicio. Iniciaron su aventura gracias a la confianza que depositó en ellas el dueño de una de las pastelerías más prestigiosas de Caracas, luego de haberles confesado una cantidad de problemas, situaciones, conflictos y dificultades que actualmente afronta con su personal, que ronda los 150 empleados. Se abandonó en ellas prácticamente como quien espera un milagro. Ellas, convencidas de la dignidad de la persona y del trabajo manual, se lanzaron a hablar con cada empleado, a hacer diagnósticos y elaborar talleres orientados a iluminar las conciencias de cada trabajador para que comprendieran más a fondo el valor de su trabajo y las grandes posibilidades de crecimiento personal que se les presentan a diario. Los logros fueron palpables: han levantado un montón de alas caídas, o simplemente les han dado las técnicas para aprender a volar. En sus manos está ahora la posibilidad de trabajar como servidores y señores de su zonas de trabajo.
Mucho se habla de salir de la zona de confort para arriesgar y ganar más dinero. Pero existe una zona de confort menos pecuniaria y más decisiva para el desarrollo social que es la zona de quien se siente mandado, de quienes no quieren, o no saben, ejercer su libertad a diario empeñándose por trabajar mejor, con más amor, con mayores detalles de servicio y de delicadeza hacia cada persona que se acerca a solicitar algo. Desde esta mentalidad de servicio se construye, sin duda, la Venezuela de la prosperidad, y se deja, de una vez por todas, el país de la servidumbre y del conformismo.
Me pasó que estaba en una conocida panadería y pedí un café. Cuando me lo entregaron, pregunté al que me atendía si vendían pastas secas por unidad. Me dijo que sí, y enseguida me preguntó cuántos gramos quería. Insistí en que sólo quería una galleta para tomar con el café. Me miró sonriente, con la sonrisa de quien se siente libre, autónomo, señor de su trabajo, y me dijo: "así no las vendemos, pero le voy a regalar una; si me preguntan le diré a mi jefe que usted va a volver y se va a llevar varios kilos de pasta seca la próxima vez". No estaba lejos de la verdad ese muchacho; y razonó bien simplemente porque se siente autónomo y libre. No fue éste el único gesto profesional, y de cercanía, que tuvo con los clientes. Dejé el recinto con la convicción de que tenían un tesoro: un servidor y no un mandado.
Un grupo de comunicadoras sociales jóvenes han decidido abandonar, en parte, la seguridad de un trabajo tiempo completo, para emprender una batalla de formación humana del personal que labora en empresas de servicio. Iniciaron su aventura gracias a la confianza que depositó en ellas el dueño de una de las pastelerías más prestigiosas de Caracas, luego de haberles confesado una cantidad de problemas, situaciones, conflictos y dificultades que actualmente afronta con su personal, que ronda los 150 empleados. Se abandonó en ellas prácticamente como quien espera un milagro. Ellas, convencidas de la dignidad de la persona y del trabajo manual, se lanzaron a hablar con cada empleado, a hacer diagnósticos y elaborar talleres orientados a iluminar las conciencias de cada trabajador para que comprendieran más a fondo el valor de su trabajo y las grandes posibilidades de crecimiento personal que se les presentan a diario. Los logros fueron palpables: han levantado un montón de alas caídas, o simplemente les han dado las técnicas para aprender a volar. En sus manos está ahora la posibilidad de trabajar como servidores y señores de su zonas de trabajo.
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