Publicado en La Patilla, 4 feb. 2015
Nos preguntamos cuándo y cómo acabará la triste historia del socialismo chavista del siglo XXI. Quisiéramos tener, al menos, algunas pistas que nos permitan estar preparados para lo que viene, mentalizarnos y ser capaces sobrellevarlo. Sabemos que se avecina lo peor, lo que suelen llamar la última tentación del poder, y no sabemos cómo afrontarlo.
¿Cuál es la última tentación? ¿En qué consiste? ¿Cómo se manifiesta y cómo podremos resistirla? Diversos acontecimientos de la historia universal lo demuestran: ha habido regímenes totalitarios que han pretendido un poder absoluto y asfixiante de toda la sociedad, pero que han caído estrepitosamente, algunos sin derramamiento de sangre. Pero brilla por excelencia, para mí, el relato bíblico de la última tentación de Cristo, pues ofrece una descripción nítida y acertada que bien
podríamos trasladarla a nuestra situación actual, a fin de obtener esa mínima fuente de paciencia que otorga la comprensión de las cosas.
Llevado al desierto, Jesús es conducido a un monte muy alto, y divisa toda la ciudad de Jerusalén. El demonio tentador le ofrece todo el poder y sus pompas, ser el soberano del mundo. Las pompas del poder son sus prerrogativas: hacer todo lo que se quiere, gozar de todo lo que se desee, disponer de las fuerzas totales, controlarlo todo, tener los primeros puestos, experimentar el goce de ver cómo poblaciones enteras se arrodillan ante ti. En definitiva, la última tentación del poder es ser la caricatura de un dios todopoderoso y déspota, enemigo de la libertad y del desarrollo de cada persona. Por eso Jesús la rechaza de plano, y ahí culmina su paso por el desierto fatigoso lleno de carencias, dificultades físicas y hambre devoradora.
El tentador ofreció poder absoluto a costa de un gran precio a pagar: la difusión del terror, del miedo, la promoción de la codicia y de todos los vicios entre un grupo minoritario; la expansión de la violencia entre hermanos; el endiosamiento y la seguridad de ser invencibles. Éste es el precio a pagar; el que quiere malamente dominar debe hacerlo a través de la opresión, la amenaza y el miedo. Y ¿cómo sobrellevar una situación en la que el bien no tiene ningún tipo de participación, ni su voz se permite ser escuchada?
Es la hora de fomentar una nueva esperanza. Las fuerzas del bien y la verdad se manifiestan siempre como en estado de agonía. No es la primera vez, ni será la última, que unos jerarcas cedan hasta la última tentación del poder, para quedar finalmente carcomidos de su mismo mal y enfermedad moral; sumidos en ese desierto que ellos mismos crearon. No ha habido déspota, ni asesino, ni opresor que no haya bebido de su propio veneno y en sus propias manos el fin.
Por eso, no hay mayor oposición frontal que la que se hace el mismo régimen con su tremenda capacidad de destrucción e incapacidad de gobernar para los ciudadanos. Y no veo otra función más valiosa para los políticos honrados, hoy por hoy, que ser esa voz de esperanza y otorgar confianza; acompañar al pueblo venezolano en sus sufrimientos. Acercarse a cada caserío, escuela, hospital, en todos los rincones del país, para llevar consuelo, fortaleza y optimismo. Es la hora de cargar con los padecimiento de muchos, tal y como lo representa la figura del buen Pastor, de ser los últimos en rendirse y desesperarse. De poco sirve enfrentarse directamente a las armas, al cinismo y a la vileza porque si jugamos al enfrentamiento y a la muerte es obvio que estamos perdidos. Nuestra misión es que nadie tire la toalla, que ninguno sucumba a las fuerzas del mal, que a nadie le falte una palabra de aliento para que todos lleguemos al final y tengamos la posibilidad de ver, con nuestros propios ojos, la forma de vivir en una sociedad más justa, solidaria y digna; en la verdadera Venezuela del siglo XXI que se está gestando y que estamos llamados a dar con ella sus primeros pasos.
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