Seamos sensatos: La corrupción no conoce color político; no es un asunto ideológico sino moral. La corrupción es un cáncer social que afecta principalmente a los más pobres, aunque raras veces ellos son conscientes de sus efectos. Se trata de un flagelo mundial que existe donde haya hombres y mujeres egoístas, mediocres y ambiciosos a la vez. La corrupción es tan antigua como los crímenes, la mentira, la soberbia y la vanidad; es anterior a cualquier modelo económico o sistema político. Del emperador Moctezuma II, y de otros grandes emperadores decadentes de antiguas civilizaciones, se conoce su escandaloso caudal producto de la explotación del pobre y de sus prácticas mal habidas.
Mucho daño le ha hecho a la ética, y a la economía también, achacar vicios éticos y malas prácticas económicas a un tema ideológico-político tradicionalmente catalogado como la izquierda o la derecha. En medio de esta diatriba política en la que, ciertamente, hay un sin fin de asuntos que pertenecen al género de lo opinable, se han llevado por delante -o al menos así lo han pretendido- teorías y normas de comprobada eficacia producto de la profundización y de los avances de estas dos ciencias fundamentales para el desarrollo humano y social. En Venezuela, la discusión sobre la crisis que vivimos se ha enfocado principalmente en el tema económico que, ciertamente, es el más crucial en este momento; pero detrás de un cambio de modelo económico que tarde o temprano habrá de venir, será necesario sanear las instituciones y organizaciones políticas de los corruptos. Lo bueno que tienen, hoy por hoy, los principales líderes de oposición es que son personas honradas; pero falta por ver la cantidad de corruptos que, actualmente y más aún en el futuro, rodean a estas figuras políticas. Por su parte, chavistas honrados deberían sumarse a la causa de la justicia y la equidad en Venezuela. Corruptos de la oposición deberían abandonar las filas de la política y de los partidos antes de que nuestra nación recupere plenamente la democracia.
La corrupción no es un tema de gobiernos únicamente sino también de empresas privadas. Es más, podemos decir que detrás de cada acto de corrupción pública hay un numero significativos de negocios privados que se prestan para ello. La corrupción no depende de las políticas públicas ni de los planes sociales, no es un problema de gobiernos socialistas o neoliberales, sino de las personas corruptas que las hay de todos los colores y formas de pensar. Los ciudadanos normalmente se cuestionan si han hecho bien por pagar a un gestor o para habilitar un documento. En realidad, este tipo de razonamientos son sanos y necesarios pero no son el verdadero problema que destruye y desprestigia a cualquier sistema de gobierno. La corrupción que verdaderamente importa es la de los policías con los narco, la de los ministros con las empresas privadas, la extorsión de los políticos para obtener dinero para sus campañas electorales.
La corrupción tiene causas y efectos complejos, y no se reduce a un tema material. Los corruptos no sólo roban dinero sino también incurren en todo tipo de vicios y excentricidades. Se puede hablar de una moda e incluso de un liderazgo que ejercen los corruptos. A mayor desigualdad social mayor seducción de la corrupción a los ciudadanos. La falta de educación y las apremiantes necesidades materiales hace que muchos jóvenes se inclinen hacia estas prácticas, abandonando un camino de progreso, trabajo y superación personal. Hace falta combatir culturalmente la corrupción. La eliminación de los corruptos mediante un sistema de justicia que funcione será el primer paso; pero progresivamente conviene infundir un profundo rechazo a las prácticas corruptas. Hacer que los ciudadanos aborrezcan la corrupción como hoy en día aborrecen las prácticas de sacrificios humanos que hacían los antiguos. Las sociedades occidentales avanzan en términos éticos, aunque en ocasiones comprobemos que estamos viviendo tiempos decadentes.
En Venezuela la corrupción es una moda y está bien vista. Una persona viva, sagaz, atenta a cada beneficio que pueda obtener por medios ilícitos se considera ejemplar y feliz. En cambio, el que no se deja sobornar ni transige en sus ideales es un idiota o un ingenuo. Temer a las leyes aquí no tiene mayor sentido. Combatir esta moda requiere firmeza, castigos concretos y una campaña creativa. En Costa Rica, país que se considera transparente, están presos actualmente dos ex-presidentes por corrupción. Conviene insistir en el tema del servicio público, del control que los ciudadanos pueden y deben ejercer sobre los funcionarios para que hagan bien su trabajo. De este modo erradicaremos la corrupción de nuestra cultura. Claro que se puede.
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