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Nuestra motivación originaria

Dice Gutenberg Martínez que “la motivación originaria es, sigue siendo, nítida: la insatisfacción espiritual que resuena en el fondo de la conciencia humana ante la saturación de propuestas meramente materialistas que conducen a la deshumanización. Una insatisfacción que mueve a la reacción ante la injusticia social, pero también frente a la pretensión de reducir la grandeza de la condición humana en un destino mediocre, carente de trascendencia. La identidad socialcristiana se construye alrededor de una certeza y una voluntad: la certeza de que existe alternativa al individualismo, al egoísmo, al utilitarismo y, en definitiva, a la mediocridad; la voluntad de crear espacios para la presencia, la participación, la militancia y la influencia de los socialcristianos en la vida pública y en el escenario político”. 

¿Qué nos pasa cuando olvidamos nuestra motivación originaria, y caemos en el lodazal de la politiquería y de la mediocridad de aspiraciones? Lo diré aplicando la fábula que narra Soren Kierkegaard: Érase una vez un circo, en Dinamarca, que se incendió. El director mandó al payaso al pueblo cercano en busca de ayuda ante el peligro inminente de que las llamas alcanzasen la ciudad, a través de los campos secos ya cosechados. El payaso corrió a la aldea y pidió ayuda a los habitantes, pero éstos interpretaron su súplica como un excelente truco publicitario para atraer público al espectáculo. Y lo aplaudían, y se reían de él. Mientras más se lamentaba el payaso e insistía en que no era propaganda sino algo muy serio, los ciudadanos lloraban de la risa al ver cómo interpretaba su papel de maravilla. Hasta que el incendio llegó a aquel pueblo, y ya era demasiado tarde para cualquier ayuda. 

Un relato que se puede adaptar perfectamente a la relación entre el país y los políticos frente a la crisis nacional. Los políticos y líderes de opinión ya no hallan cómo calificar la gravedad de lo que está pasando en Venezuela. Hablan de crisis humanitaria, de saqueo a la nación, de narco-estado, de secuestro del poder y de las instituciones públicas. Pero todos estos planteamientos parecen insuficientes para describir el peligro que corren los venezolanos. Ningún líder político, a pesar de los enormes sacrificios que hacen, tanto los que están en libertad como aquellos que están tras las rejas, reúne autoridad y credibilidad suficiente como para convocar a la totalidad del país en una sola misión: apagar el incendio. ¿No será que vemos a los políticos como a aquel payaso del circo danés, y por eso, al final del día nos reímos, hacemos chistes y comentarios banales sobre las cosas que pasan? Muchos se prestan al espectáculo porque, a pesar de la denunciada censura, todavía sobran espacios para seguir haciendo payasadas. Ejemplos hay de sobra, basta ver el estudio de grabación en el que se ha convertido la Asamblea Nacional, sin hacer alusión a singulares. Cada quien que recuerde el mejor show político que haya presenciado en los últimos meses. 

 En distintas ocasiones he manifestado la preocupación de que los socialcristianos estemos cayendo en este circo, producto de la política entendida como performance frente al gran público. Algo que alguna vez un periodista llamó “declarocracia”, afán de figurar frente a la opinión pública aunque se tenga que inventar la declaración, porque en realidad no se tiene nada verdadero y útil qué decir. Pienso que la peor enfermedad que puede padecer un político y un servidor público es la de entender su oficio como una forma de crear una imagen publicitaria de sí mismo. La política debe recuperar su valor y autenticidad para que los ciudadanos de a pie nos crean. Esto supone no sólo estar en la calle atento a los problemas concretos de las personas, sino también saber mantenerse incólume en la defensa de principios y valores, aun cuando éstos no sean atractivos para los medios. Pero eso requiere formación, mucha formación.

 La tarea formativa es la esencia de la militancia política, es decir, lo propio y lo fundamental: "Cuando hacemos política -observa Fernando Mires- estamos formando parte de la historia de un mundo al que llegamos no sólo para vivirlo sino también para disputarlo". Un ejemplo: En 1810 un grupo de venezolanos decidió disputarle a los colonizadores la tierra donde nacieron para formar una república independiente. Hicieron política. No tenemos nada valioso qué conquistar si no estamos bien formados. 

La formación no consiste en ponernos apelativos ni en repetir frases hechas. Si una palabra se asocia con la tarea formativa ésa es el criterio. Estar formado consiste en tener criterio: posición clara frente a los problemas, saber hacia dónde vamos, qué queremos conquistar y cuáles son los medios que tenemos para hacerlo. La formación otorga peso, estabilidad, credibilidad y confianza. Nos quita ese disfraz de payaso de circo y nos da los recursos para ser guías de hombres. La formación, además, es condición para el diálogo y la sana pluralidad. La falta de cultura política, de formación, conduce a la incomunicación o, al menos, a la banalización del discurso. La incomunicación, la frivolidad, la falta de criterio y de doctrina son formas, al fin y al cabo, de aislamiento, o sea, de totalitarismo. 

 La formación en los valores de la democracia cristiana es una tarea fascinante y el mejor aporte que podemos legar a nuestra patria. Ya podemos alcanzar el poder, y el poder cesará; ya podemos enderezar el país, y el país se volverá a torcer si no procuramos a las generaciones futuras la formación necesaria para mantener y mejorar lo logrado. La formación socialcristiana hunde sus raíces en el Evangelio. Dicen los teólogos que Cristo vino a la tierra y no dejó libros, ni tratados, ni bibliotecas, ni edificios, ni ciudades, ni nada: Dejó a doce hombres bien formados, dispuestos a dar la vida por unos ideales y eso bastó y sobró para fundar la institución más sólida que conocemos. 

Nosotros creemos en la formación de las personas porque somos cristianos; valoramos la libertad, la perfectibilidad, la recta razón y la conciencia. La formación que damos no es ideológica ni pasajera, sino que es doctrina viva y universal. Es perfecta y completa en sí misma, pero difícil de aplicar y vivir a cabalidad. No es que nos creamos los dueños de la verdad, sino sus máximos seguidores: “yo no tengo la verdad –dijo una vez Benedicto XVI- en todo caso es la verdad la que me tiene a mí”. Bonita expresión de una persona orientada y bien formada. 

 Las charlas, talleres y clases magistrales son parte de la formación, así como también el buen ejemplo, el consejo y la orientación personal. Dice un refrán popular que el mejor predicador es fray ejemplo. No basta con dar, hace falta ser eso que profesamos. No es suficiente explicar lo general, es menester descender hasta lo más concreto y pragmático para aplicar allí los principios y valores que nos sustentan. En eso consiste la prudencia del dirigente. 

 Hoy se habla de emergencia económica, política y social. Hemos llegado a este estado de catástrofe por descuido en la formación de los políticos. El incendio está a las puertas porque al payaso no le creen. Urge que nos tomemos en serio la formación de nuestros dirigentes. Para ello tenemos que agotar y sacar partido de todos los recursos institucionales y humanos que tenemos a disposición, porque estamos en emergencia formativa. 

Comentarios

Yo dijo…
Interesante, acertado y vigente. Y el personaje del payaso debe ser más responsable, al pretender representar al pueblo y tal vez no estar preparado. Incluyendo a la institución que lo promueve.

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