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Con el temple del bambú

De la sabiduría oriental nos llega este proverbio: “Sé fuerte y flexible como el bambú que se dobla pero no se parte”. El roble, que se caracteriza por su gran robustez y firmeza, no es capaz de resistir los embates de una fuerte tempestad, sino el bambú que, por su gran flexibilidad puede doblarse sin partirse y mucho menos arrancarse de raíz. De nada sirve ser duro y estático si tarde o temprano nos quebramos o desarraigamos. Pasada la tormenta, sólo queda en pie el bambú delgado y liviano que, vacío de sí mismo, mantuvo firmes sus raíces a pesar de la tormenta.

Esta sencilla metáfora podemos aplicarla al dirigente demócrata-cristiano que desee prevalecer en el juego político manteniendo intactos sus principios éticos y doctrinales. En tiempos de dificultad como los que estamos viviendo, los robles duros son incapaces de mostrar segura resistencia. A veces confundimos posturas y principios fuertes, con dureza e intransigencia de carácter. Nada más lejano de eso. La verdad y la prudencia no exigen inflexibilidad sino adecuación de los valores y principios a las realidades concretas.
En lugar de asumir nuestra condición con la dureza del roble, el reto que se nos presenta es el de aprender a conjugar esa doble cualidad de fortaleza y flexibilidad del bambú. El Papa Francisco ha hecho enormes esfuerzos por abrir el corazón de los cristianos hacia el respeto y la acogida de todas las personas independientemente de sus posiciones, ideas, procedencias, creencias, etc.

En segundo lugar, la fortaleza se practica mediante dos actos complementarios: atacar y resistir. Sin duda, las propiedades del bambú nos invitan a pensar en la resistencia, la paciencia y lo que es más importante para vivir en la verdad: la humildad. Nos partimos cuando no somos capaces de resistir los embates de la política, cuando estamos tan llenos de nosotros mismos –soberbia, rencores, egos, temores, intereses, etc.–, que estamos tan pesados como el roble. El peso que debemos tener es el de nuestros ideales. “No se le puede prender una vela a San Miguel y otra al diablo” dice un adagio popular. En nuestra conducta política no puede haber dobles discursos ni principios de conducta que sean opuestos entre si. No podemos predicar ideas en los mítines y acciones y decisiones políticas que reflejan lo contrario. Deponer intereses, doblarnos, inclinarnos hacia lo mejor, lo más verdadero y justo aunque eso implique sacrificios y buena dosis humildad. Ése debe ser el temple de un dirigente socialcristiano.            

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