Voy a traer un hecho histórico para sacar de allí alguna conclusión sobre la esperanza del venezolano. En el año 410 ocurrió el saqueo de Roma. Un acontecimiento sin precedente que golpeó fuertemente la conciencia cristiana. ¿Cómo es posible que Roma, la ciudad donde reposan los restos de los grandes apóstoles san Pedro y san Pablo, donde se adora al verdadero Dios, haya caído en manos de hombres sin escrúpulos, sin religión? Los romanos, por su parte, sostenían que todas las desgracias habían sobrevenido al Imperio desde que se hizo cristiano: “sí adorásemos a los dioses y diosas del imperio no habríamos sucumbido bajo el poder de los bárbaros”.
Sabemos que el Imperio Romano sufría una terrible decadencia moral y por eso estaba extinguiéndose. Así como un cuerpo descompuesto llama a otros organismos a habitarlo, atrae a los invasores, así la Roma imperial llamaba a los bárbaros a poblarla. Sin embargo, la pregunta queda sin respuesta: ¿Por qué los cristianos no lograron revertir esa descomposición moral que amenazaba con destruir la que de ahora en adelante sería la capital del cristianismo? La respuesta es sencilla y está en la misma esencia de la palabra catolicismo: porque la misión del cristianismo es universal: consiste en evangelizar a todos los pueblos, razas, lenguas y naciones, y no en preservar las murallas y el sistema político de un imperio.
El cristianismo se abrirá paso entre los pueblos invasores: así nació la Europa cristiana, gracias a la evangelización de los bárbaros: titánica labor de los monjes medievales. San Agustín le reprochaba a quienes difundían esas lamentaciones ante la extinción del Imperio Romano que, ciertamente, en Roma reposa la memoria de los apóstoles en restos e iglesias, pero que ojalá reposara en sus corazones. Porque a Dios no le importan ni los cementerios, ni las reliquias, ni las basílicas sino el corazón de las personas, y quién sabe si toda la calamidad que estaban viviendo Dios la permitía para salud de sus almas.
Las similitudes con la situación actual del país saltan a la vista ¡Cuántas veces hemos oído hablar del saqueo de Venezuela! Desde 1992 hasta nuestros días estamos presenciando la historia del gran saqueo. La bonanza petrolera más importante de la historia cayó en manos de mafias, invasores y ladrones. Venezuela, país cristiano, evangelizado de forma más o menos exitosa desde los tiempos de la colonia, padece una crisis moral de dimensiones importantes. No podemos lamentarnos como esos cristianos romanos, pues aquí no reposan los restos de los apóstoles, pero sí que podemos examinar el lugar donde tenemos puestas las esperanzas porque, aunque no sean basílicas ni restos mortales, sí que puede que la tengamos puesta igualmente en el subsuelo. En Venezuela, el sistema político contemporáneo ha estado siempre ligado al dinamismo de la riqueza del subsuelo: somos un pueblo minero y rentista. ¿Cómo afecta eso la esperanza del venezolano?
Hace unos meses escuché una reflexión de Rodolfo Izaguirre sobre el petróleo. El petróleo -decía- es para el venezolano, la madre. Esto nos remite a la diosa de la fertilidad, a la exhuberante diosa madre, a la madre tierra, etc. Fetichismo, superstición, magia o culto a la riqueza en la que hemos caído como sociedad pretendiendo hacerlo compatible con la esperanza cristiana. La madre es el petróleo: la que nos da de comer, la que nos viste y nos da techo, la que nos consiente, la que nos protege, la que nos malcría y sobreprotege; y también es la madre que castiga, que manipula con su poder, que se venga, que maltrata, la que humilla, la que abandona. Vivimos una relación de dependencia patológica con el petróleo.
Tenemos que dejar atrás esa enfermedad que no nos permite conquistar la libertad de acción, de emprendimiento, de crecimiento y desarrollo nacional. Cuando murió Chávez, Fernando Mires escribió “a Venezuela le falta Dios” al comprobar cómo cientos de miles de venezolanos lloraban desesperanzados porque el mesías, el enviado de la diosa madre, de la madre tierra, se había marchado. Chávez encarna la última fase de dependencia crónica de la riqueza fácil y por eso malgastada. La política venezolana es la principal responsable de alimentar esta falsa esperanza, con sus ofertas demagógicas y populistas, con su afán de manipular el voto del venezolano, valiéndose de la riqueza nacional. Necesitamos políticos y políticas públicas serias que refuercen la conciencia de la dignidad personal, que promuevan el valor del propio esfuerzo, que fomenten la cultura de la vida, la cultura del trabajo y de la superación personal, de la solidaridad y el compromiso social. Sólo así elevaremos nuestro gentilicio y nuestra identidad. Un cristiano es consciente de que posee una dignidad que está por encima de todas las criaturas y riquezas de esta tierra. Somos seres libres y racionales, tenemos voluntad y capacidad de perfeccionarnos y mejorarnos a nosotros mismos. No debemos adorar a ninguna riqueza, sino al único Dios vivo y verdadero “que existe desde siempre y vive para siempre; luz sobre toda luz” a cuya imagen y semejanza hemos sido creados. En la medida en que perdemos esta conciencia vamos perdiendo la esperanza. Vivimos bajo la amenaza de la madre que a veces nos ama, a veces nos odia. Seguiremos tocando fondo.
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