El gobierno perdió el discurso vanguardista y prometedor hace rato; se quedó sin oferta innovadora, se les rayó el disco hasta el punto de que no suena más. Recurren a los ejercicios militares casi que en sustitución de los mítines políticos. Están en su último sueño o pesadilla dorada: rodeados de milicianos y soldaditos hambrientos. Sólo se ocuparon de politizar las FFAA y ahora se quedaron sin el chivo y sin el mecate. Es realmente denigrante el estado de burda partidización de los militares. Sin embargo, persisten los llamados a la paz, a la amnistía, a la defensa de la Constitución respaldada por Hugo Chávez.
En el 2014 Leopoldo López, María Corina y Ledezma plantearon la Salida ya y el documento de transición. Maduro mal gobernó seis años y hoy, sobre la legitimidad de las elecciones parlamentarias ganadas de manera rotunda e irreversible por la oposición venezolana, se re-edita la salida ya de Maduro como condición para la transición (cese de la usurpación). La gente despierta (los ninis también) y el presidente Guaidó se convierte en un fenómeno de la política contemporánea al estilo Macron. El liderazgo de Juan Guaidó es joven, renovado, carismático y sobre todo, pacífico. Ha recuperado en tiempo record la esperanza y la confianza del venezolano en la política, y en la oposición. Guaidó no salió de la nada, pero casi: fue electo por los varguenses en el 2015 como diputado; participó activamente en las jornadas de protestas, acompañó al líder de su partido, Leopoldo López, en huelga de hambre, etc. El radicalismo se lleva en la sangre y él no parece llevarlo.
Mientras tanto, el plan de los norteamericanos corre y Guaidó parece ser su protagonista, con lo cual, no sólo está blindado de pueblo sino también de la potencia militar más grande del mundo. Según Jeffrey Sachs “Estados Unidos prometió respaldar a Guaidó como parte de un plan secreto desarrollado durante varias semanas”. Dos apoyos fundamentales (seguridad y aprobación popular) para desarrollar una política propia, un liderazgo a la altura de la crisis y dictadura que atraviesa el país.
¿Qué supone estar a la altura?
La política es -o debería ser- aquel ámbito de la vida donde se ejercita la capacidad de entendimiento, de acuerdo, de intercambio de visiones, de complementariedad para lograr fines comunes.
Democracia, pluralidad, diálogo, negociación, son medios para lograr el entendimiento y la convivencia pacífica. No son un fin. El fin de la política es la persona humana, su inviolable dignidad y libertad que deben ser respetados en toda comunidad y bajo cualquier signo ideológico de gobierno.
Uno puede tener convicciones inamovibles, ideales morales que no se negocian, propósitos de vida inalterables. Todo ello forma parte de la exigencia personal. En el terreno político vamos con todo ese bagaje a descubrir lo común, lo que une y nos hace capaces de convivir. Es entonces cuando la política se convierte en una palestra de crecimiento personal, porque conviviendo y explicando los propios puntos de vista se fortalecen y sinceran las convicciones.
En Venezuela existen, a grandes rasgos, dos modelos de país y de gobierno, dos modelos económicos. Ambos modelos son incompatibles; se acabará imponiendo el más fortalecido, o acabarán desapareciendo ambos y seremos una colonia de una potencia extranjera. La incompatibilidad va más allá de las ideologías de cada grupo: No nos estamos reconociendo como venezolanos. El Gobierno –o desgobierno de Maduro– nos puede llamar ultraderecha, agentes del imperio, etc., pero seguimos siendo venezolanos. Opositores podemos llamar al gobierno izquierda trasnochada, crimen organizado, dictadores, comunistas, agentes de Cuba y Rusia, y siguen siendo venezolanos. Hace falta un pacto de reconocimiento mutuo que no obstaculice el debido proceso y la ejecución de la justicia. Todo a su tiempo. Nada prescribe.
Una salida ya pero patriótica
Poner la solución de Venezuela en la geopolítica mundial implica un riesgo para todos y para las generaciones futuras. La única manera de sacarnos de ese escenario es mediante la conformación de un nuevo gobierno de unidad nacional. Chavismo tiene muchos dirigentes más allá de la camarilla criminal.
Un político bueno es aquel que coloca los intereses de la nación por encima de los intereses o preocupaciones personales y grupales. A Guaidó hay que reconocerle el aplomo, la integridad y la valentía. Puede ser el Walesa, el Havel y hasta el Mandela de la Venezuela sufrida y herida en su pacto de convivencia social. A Guaidó no lo respalda un movimiento político como el movimiento Solidaridad de Polonia que acompañó a Walesa y encontró, según Sachs, la forma más brillante de salir pacíficamente del estancamiento y la crisis mediante la solución denominada “Su presidente, nuestro primer ministro”: “Los comunistas retendrían la presidencia y los “poderes ministeriales” de Interior y Defensa, mientras que uno de los líderes de Solidaridad fue primer ministro con poder para designar su gabinete” explica Sachs.
Pero el mayor problema no es la falta de un movimiento como el de Solidaridad, sino la falta de interlocutores del lado del chavismo que complementen el perfil conciliador de Guaidó y lo acompañen en su política de amnistía, paz y gobernabilidad. No hace falta un pronunciamiento militar sino la voluntad política de recomponer la coexistencia pacífica, indispensable para la convivencia social y para la superación de la peor crisis socio-económica política vivida por todas las generaciones hodiernas. Para consensuar hacen falta las dos partes y un mediador. No hacen falta militares y tampoco shows de diálogos. Nadie quiere diálogo televisado; la gente no quiere diálogo como fin, porque no lo es. En eso el sentir popular es realista y acertado. Todos queremos paz y muy pocos deliran con una invasión al estilo juegos pirotécnicos de Disney World. Lograr el fin de la paz por los medios más rápidos e idóneos es el anhelo común de los venezolanos.
El Papa Francisco ha reiterado en varias ocasiones que si ambos grupos de mutuo acuerdo piden ayuda, la Santa Sede puede colaborar. El Papa Juan Pablo II fue clave en la superación pacífica del comunismo polaco. Las reformas económicas pueden ser más rápidas y exitosas si el liderazgo chavista colabora en su ejecución cosa que, por demás, sería lo responsable. Concluye Sachs: “Los comunistas no se inmiscuyeron en la gestión económica. Se revirtió el colapso económico de Polonia y se reanudó el crecimiento, lo que encausó al país para lograr la adhesión a la Unión Europea”. Por su parte, los norteamericanos no obstaculizarían un proceso así. De hecho han sido muy cautelosos en no hablar de chavismo, ni si quiera de madurismo, sino del régimen de Maduro. Orientar la política hacia una salida similar o cercana a la de Polonia: Éste sí que sería el verdadero “Guaidó Challenge”.
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