Sin tapujos digo que precisamos más de acuerdos y unidad de propósito, que de eternas discusiones principistas. Lo digo porque el tema de las elecciones puede y de hecho se está convirtiendo en una de estas batallitas internas que solo contribuyen a menguar fuerzas frente al adversario.
Y es que hablar de elecciones en Venezuela exige hoy recorrer el camino áspero y antipático en que ha devenido el debate político nacional. Enfrentar actitudes enquistadas que bien podrían catalogarse como participacionistas y abstencionistas. Luego de tanto debate, ambas lucen carentes de nueva argumentación y sano realismo. Recuperar la vía electoral obliga asumir posturas de centro, conciliadoras y abiertas. Exige recuperar a diario el equilibrio, revisar una y otra vez escenarios y encuestas, abrirse a las necesidades de otros, ponerse en su lugar, mejorar capacidades de interpretar, de colaborar, de reencontrarse, salvando siempre la intención de todos pues, aunque torcidas, las subjetividades humanas son insondables e inescrutables.
Quienes hemos defendido la participación electoral desde un principio, corremos el riesgo de convertirlas en un punto de honor, una especie de ultimátumo momentumúnico de las fuerzas democráticas opositoras. Olvidados de que las elecciones son un medio, nunca un fin, la defensa de la participación electoral se convierte en el emblema de la inteligencia, de la coherencia política, de la buena estrategia.
Bajo premisas ciertas, reales y comprobables como aquella de que dictadura no da condiciones, y de que eventos electorales detonan acontecimientos que empujan a los países a transiciones hacia la democracia, esa postura hoy no moviliza, no convence, no atrae; no empatiza con un liderazgo político democrático que sí ha bregado electoralmente en condiciones adversas desde hace años, y que hoy permanece en situación de inhabilitados, ilegalizados, perseguidos, amenazados y sin partidos políticos, y por eso se niega a ver el proceso electoral como una especie de juego amistoso en el que lo importante es la calidad de los contendientes y no el árbitro ni el conteo ni las reglas de juego.
Actitudes que pretenden convertir las elecciones en una especie de juego amistoso, son las que vemos hoy a favor de la participación electoral en el peor de todos los escenarios que es el que está construyendo el régimen. Léase bien que no se trata de elecciones sin condiciones, sino de un escenario donde la única forma de participar sea dentro de un ecosistema controlado por el chavismo con su oposición “ad hoc”.
Además, partir de la idea de que dictadura no da garantías nos pone en situación de no exigir seriamente condiciones mínimas de participación. Es tan absurdo como la actitud de “si no hay condiciones no participo”. Cualquier condicionamiento manifiesta prejuicios que inhiben las posibilidades de negociar porque evidencia decisiones tomadas de antemano.
Si bien la abstención ha demostrado de sobra que no rinde frutos de ningún género, preciso es indagar con apertura y sin dogmatismo en opciones de participación combinadas con astucia y cierta dosis de pragmatismo para no sucumbir en las agresiones del barbarismo que pisotea, destruye y socava a diario el sistema democrático y electoral.
Partidos de centro-izquierda más alejados de Guaidó que del chavismo, exploran desde hace meses caminos de acuerdos electorales y garantías de participación. El gobierno se burla de ellos, dejándolos con los crespos hechos, renovando promesas que no ven ni la más remota luz. Los acontecimientos en la Asamblea Nacional y el éxito de la estrategia de Parra, Brito, Duarte, Morales, etc., hace pensar que la mesa de diálogo fue sustituida por un parlamento sin quórum, sin partidos auténticos, sin liderazgo.
Pero Guaidó tampoco está en situación de exigir condiciones electorales reales. La intromisión de USA en los asuntos internos de Venezuela da argumentos a Maduro para defenderse con fuerza ante la comunidad internacional. ¿Es que acaso USA ha reconocido presidentes autoproclamados en una plaza pública de China, Vietnam o Arabia Saudita? Sin embargo, las relaciones diplomáticas con esos países (no democráticos) son óptimas. El respeto a la soberanía de los países, a que cada país tenga el sistema político que le dé la gana, parece un argumento difícil de refutar a un año del reconocimiento de presidente encargado, sanciones y bloqueos estériles.
Comienzan a ganar terreno internacional los argumentos del régimen a favor de la soberanía nacional que hoy reposa, de facto, en el régimen de Maduro. A nosotros sólo nos queda el soberano, el pueblo de Venezuela, que debe reivindicar el principio de soberanía. Es la cultura democrática lo que tenemos que recuperar, porque los únicos que podemos salvar la democracia somos nosotros. Por eso, más allá o más acá de la ética electoral y democrática, cualquiera que sea la decisión que se tome, todas ellas deben pasar por alguna forma de participación popular amplia, ancha e inclusiva de la mayor cantidad de ciudadanos. Y es que para ser éticos primero tenemos que buscarle resquicios a la libertad.
Mercedes Malavé González.
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