Me pidieron un paréntesis en esta secuencia de virtudes en
clave de Sol, para hablar de Valentía. Se me ocurrió entonces: ¿por qué no
hablar también de la importancia del Esfuerzo, la Neutralidad, la Estabilidad
de ánimo, el Zigzagueo, el sentido de Urgencia, el Entusiasmo, la Lealtad y el
Amor a la patria? Así completamos la palabra VENEZUELA que se escribe con las
letras de un maravilloso elenco de actitudes que podemos recodar y fomentar para
construir un país mejor.
VALENTÍA |
En los últimos tiempos ¡cuántas veces hemos escuchado que es
normal sentir miedo, pero que no debemos dejarnos paralizar por el miedo! Si
tanto se repite es porque estamos en peligro, inseguros, indefensos, en riesgo
de perder algo valioso.
La vida nos pone frente a situaciones límite, en las que tenemos
que demostrar de qué somos capaces y hasta dónde nos atrevemos a llegar por
amor a un ideal, a unas personas, a Dios. Esta vez es la Patria la que reclama
hombres y mujeres valientes, atrevidos, guerreros que defiendan las tradiciones
cívicas, las buenas costumbres y las instituciones a costa de cualquier
esfuerzo. La historia nos pone en condiciones de ser héroes y tenemos que
responder con decisión.
No somos dioses: no tenemos el desenlace asegurado ni la
victoria alcanzada, pero sí que podemos tener la voluntad, el valor y el ánimo
de luchar hasta el final por la victoria cueste lo que cueste.
Decía Lacordaire: "La elocuencia es hija de la pasión:
dadme un hombre con una gran pasión –añadía– y os haré de él un orador". El orador de la República es aquel que convoca los corazones, despierta la
indignación ante lo injusto y el entusiasmo por una causa justa. Pero no basta
la valentía del que convoca, también es menester valentía para los convocados.
Por eso todos, todos, en mayor o menor medida, tenemos que ser muy valientes.
ESFUERZO |
Debemos huir de la mentalidad de la ley del mínimo esfuerzo.
Por el mínimo esfuerzo nos hemos convertido en un país rentista: tener petróleo
no exige tal modelo económico. Por la
ley del mínimo esfuerzo tenemos una concepción exageradamente paternalista del
Estado. Quizás debamos a la ley del mínimo esfuerzo el terrible saldo negativo
que tenemos en educación, en salud y en bienestar social. Un país que ejecuta
sus políticas públicas bajo la supervisión de la ley del mínimo esfuerzo no le
queda más remedio que vivir apagando incendios, arrancando de cero, montando
operativos provisionales y repartiendo bienes y promesas.
Al igual que la valentía, el esfuerzo es otro hijo de la fortaleza.
Aspirar a bienes difíciles, conquistar metas arduas pero valiosas y duraderas,
todo ello requiere esfuerzo, constancia, tenacidad. Deberíamos plantearnos una
ley de perdurabilidad, que nos exija mantener las cosas en buen estado, y no
cambiar un modelo, un programa o un plan de la nación hasta que no lo hayamos
sudado lo suficiente, reparado, cuidado y mantenido lo necesario. Lo desechable
es lo que se tira a la basura; lo humano, en cambio, se cuida, se corrige, se
mejora, se cura y se le dan mil oportunidades de surgir. No son ideas
brillantes lo que necesitamos, sino venezolanos constantes, esforzados.
NEUTRALIDAD |
No podemos olvidar que la neutralidad también es virtud que
obliga al Estado, a los hombres y mujeres que ejercen cargos de gobierno.
El Papa Benedicto XVI se lamentaba de la progresiva pérdida
del elemento de neutralidad que abre espacios de libertad a todos los
ciudadanos. Cuando un Estado pierde la prudente neutralidad que le corresponde,
se transforma en un armatoste de ideología asfixiante, que se impone a través
de un pensamiento político único, y censura los espacios públicos de los que
piensan distinto. Así, se acaba con el sano pluralismo democrático, tan
enriquecedor, y se relega a los que piensan distinto al ámbito estrictamente
privado y, por eso, es un pensamiento mutilado.
No hay que confundir la neutralidad con la firme defensa de los
valores éticos, de las leyes y de las buenas costumbres de un pueblo o nación.
Poco se habla del relativismo como ideología, también asfixiante, que en el fondo
es la actitud de los débiles y de los cobardes que pretenden imponer al Estado
su cómoda postura del “todo da igual”. Una cosa es ser neutral frente a lo que
puede ser la diversidad de opiniones, de doctrinas políticas y de perspectivas,
y otra muy distinta es no reaccionar frente a los peligros en los que pueden
caer nuestros jóvenes, nuestros niños si no gritamos un firme “basta” a todo
aquello que conduce al descamino y a la ruina de la moral de un pueblo. El
relativismo corroe, lentamente, los pilares de la democracia que son de
carácter ético. No hay otros.
ESTABILIDAD |
Recuerdo la famosa figura del porfiado que vendían los
buhoneros en las esquinas de Caracas y en los “pare” de los semáforos, ya hace
algún tiempo. Es una imagen que ayuda a pensar en lo que es el ejercicio de la
estabilidad como virtud. Se cae y se vuelve a levantar, lo golpean y surge de
nuevo. Parece invencible.
Venezuela necesita personas estables, porfiadas. Gente de
base sólida, bien pegadas al suelo y capaces de recibir los palos que hagan
falta. La estabilidad la da el peso de la base, o sea, la firmeza de las
creencias, de los principios y de los fines que cada uno se propone.
La estabilidad requiere, una vez más, mucha fortaleza de
espíritu. No es cuestión de temperamento únicamente sino de fuerza espiritual,
de moral elevada. La estabilidad exige cierta disciplina de vida, ejercicio
ascético, entrenamiento diario. Levantarse a la hora, ser puntual, trabajar con
intensidad, no rendirse a la primera, cultivar las virtudes, etc., todo eso nos dará el aplomo, plomo en la base, que necesitamos para ser personas que gozan
de gran estabilidad moral y emocional.
ZIGZAGUEO |
A los amantes de las teorías y de los principios de la
gerencia, les propongo desarrollar una idea: la aplicación de la trigonometría
al ejercicio del buen gobierno. La trigonometría nos enseña a triangular, a
medir largas distancias sin emplear la línea recta ya que nunca llegaríamos a
su fin; a ir por la tangente, a aprovechar los ángulos –distancia entre dos
líneas o dos posiciones- para hacer cálculos provechosos.
Todo esto lo podemos aplicar a la relaciones humanas:
aprender a zigzaguear es aprender a triangular, evitando las rigideces y los
caminos muy directos que no nos permiten llegar tan lejos como quisiéramos con
las personas. El zigzag está formado por pequeñas líneas inclinadas que unen
dos puntos paralelos, es decir, puntos que no se encontrarían nunca si no
fuera por el zigzag. Aquellos que sepan zigzaguear serán los buenos políticos de
mañana, los que podrán dialogar, mediando entre posiciones contrarias con
firmeza, sin parcializarse con ninguna de las dos líneas, procurando unir por
lo bueno que tiene cada posición.
Los amantes de los montes saben lo útil que es subir y bajar en zigzag. La cuesta se hace menos inclinada y la pendiente menos resbaladiza. Un buen modo de evitar rendirse antes de llegar a la cumbre, y de evitar caídas en el descenso, consiste en este ir subiendo y bajando tocando puntos contrarios: de un extremo al otro sin quedarse en ninguno de ellos.
Los amantes de los montes saben lo útil que es subir y bajar en zigzag. La cuesta se hace menos inclinada y la pendiente menos resbaladiza. Un buen modo de evitar rendirse antes de llegar a la cumbre, y de evitar caídas en el descenso, consiste en este ir subiendo y bajando tocando puntos contrarios: de un extremo al otro sin quedarse en ninguno de ellos.
URGENCIA |
Trabajar con sentido de urgencia. Intentar recuperar el
tiempo perdido. Es otra de las actitudes
valiosas que necesita nuestro país.
Trabajar con sentido de urgencia exige, en primer lugar, orden. Evitar las improvisaciones, tener un plan de trabajo y una lista
jerarquizada de tareas. El desorden se come el tiempo, y con ello todo se
retrasa, se posterga, se eterniza. El desorden es el cáncer de la burocracia.
La gente se queja de la burocracia cuando, en realidad, la esencia del problema
no es la burocracia en sí misma sino el desorden. El Diccionario de la Real Academia
define la burocracia como una “organización regulada por normas que establecen
un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos”.
La burocracia es buena, es conveniente y necesaria; el problema es el desorden,
los retrasos, la improvisación y la pereza.
En los lugares donde se trabaja con emergencias se hacen guardias, alguien se queda vigilando, pendiente por si ocurre algo. Por eso, aunque no se trata de instaurar un sistema
inmisericorde de trabajo, vale la pena plantearse estar de guardia por lo menos un
día a la semana. Ese día trabajamos con más intensidad, servimos más y mejor a
las personas, nos esforzamos por acabar alguna tarea pendiente y por ayudar al de al
lado. Estar de guardia es estar menos pendiente de nosotros mismos y más
atentos de los demás, del vecino, del colega, de la propia familia.
Lo urgente no es para hoy sino para ayer. Enemigo de la
urgencia es la lengua, la habladera insustancial… ¡y de lo mismo para colmo de
males! Confieso que me sorprende la gente que no entiende que se pueda –es más
¡se deba!– trabajar en silencio. Si uno está callado trabajando es porque le
pasa algo, está de mal humor, se molestó, le fue mal etc. ¡Qué poco amigos
somos del silencio! Recuperar el hábito del silencio y de la concentración nos
ayudará a multiplicar el tiempo. Así trabajaremos con mayor sentido de
urgencia.
ENTUSIASMO |
Una vez más el diccionario nos da una buena pista para
entender el contenido de esta virtud. Entusiasmo se define como “adhesión
fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño”. Y adhesión es
compromiso, unión, vinculación. El
entusiasmo no tiene porqué ser un sentimiento pasajero, ni un arrebato de furor, sino un ejercicio de la libertad y de la voluntad que se esfuerzan por
querer siempre lo mismo con intensidad, porque se tiene claridad del fin que se desea alcanzar. Trabajar con entusiasmo supone permanecer fieles a la causa,
empeñados en el logro de unas metas.
El entusiasmo también se define como inspiración. La
inspiración mueve al artista a plasmar bellísimas obras pero, como decía
Leonardo Da Vinci, esta musa invade al artista sólo después de horas de trabajo
seco y aparentemente estéril. La inspiración lleva al acabamiento perfecto de
una tarea que se ha comenzado con gran sacrificio y sin muchas luces. Quien
permanece trabajando un día y otro, aun a costa de las propias ganas, acaba
inspirado, es decir, entusiasmado.
LEALTAD |
Leales a la patria, a su soberanía, a sus leyes, a sus
tradiciones y a su historia. La lealtad es uno de los valores esenciales de un
buen ciudadano, de un buen venezolano. Leales en Venezuela y fuera de
Venezuela. Los usurpadores de esta virtud abundan tanto aquí cerquita como allá bien lejos. Son los que chupan la sangre de nuestra Nación, y los que se
desentienden de ella y son incapaces de hacer el menor sacrificio por el país que
les vio nacer, que les alimentó y les educó.
Nuestro país está herido por la deslealtad en su soberanía,
en sus leyes, en sus tradiciones y en su historia. Cada uno según su
perspectiva que enumere las fisuras por donde entran los ataques de otras
potencias, de otros sistemas ideológicos, de intereses foráneos. Sin duda, hay
que ponerle freno y coto a todo el que viene a hacerse con lo bueno de este país como sí no
tuviera dolientes, venezolanos en guardia para defenderlo.
Constituye una falta de lealtad a la patria cualquier
manifestación de culto a la personalidad de un líder coyuntural y
pasajero, como si fuera la salvación de la nación. No podemos ser ingenuos, no debemos poner todas nuestras esperanzas en un solo hombre por más genuino
luchador que sea. La lealtad a la patria exige apertura, vigilancia, exigencia al mandatario para que conduzca el país por buen camino, y mano dura para el que
incumple su tarea. ¿Cómo vamos a ser condescendientes con el que le hace daño a
nuestros padres? La patria es madre y padre, por eso no podemos ir ciegamente detrás de un líder, sino detrás del bien de la nación, fomentando un pensamiento libre y
comprometido sólo con la verdad que también se escribe con V de Venezuela.
Además del culto a la personalidad, el
adoctrinamiento ideológico también constituye una grave deslealtad a la patria. Nos interesa
el país, no el modelo político o económico tal o cual. Nos interesa el bien común de los venezolanos, sin que nos tomen como una masa definida por las distintas teorías como esto o lo otro.
AMOR A LA NACIÓN |
La definición clásica de amor es “querer el bien del otro”.
Por “otro” entendemos aquí no un individuo sino muchas personas; y por "bien" entendemos no sólo el bien de unos pocos sino el bien común, el bien de todos.
Hay quienes piensan que el bien común se consigue sumando el
máximo de bienes de cada uno. Por eso, el amor al país se concibe como el modo de procurar
que todos estén bien, que nadie pase necesidad, que todos tengan igualdad de
oportunidades.
Ahora bien ¿esto es realmente posible? La trampa perenne del
amor consiste en pretender buscarlo o ejercerlo sin sacrificio. Amar implica
sufrimiento, ser capaces de sufrir por el ser amado. De lo contrario, el amor
se queda en frases bonitas, en encuentros sin sustento, de poca entidad.
Pretender el bien común sin sacrificio personal, sin
practicar la generosidad constantemente, es una falacia. Quien busca ganarse a
los demás dándole el máximo de bienestar para que sean felices y nos dejen
tranquilos, demuestra un amor pobre y egoísta a la nación. Hay que querer el bien
del otro de verdad, hace falta ser capaces de dar de lo que duele y no de lo
que sobra.
Para realizar el bien común no hace falta
regalar televisores y electrodomésticos a la gente, sino ofrecer salud y cuidados médicos a los enfermos
de un hospital; educación de calidad a niños y jóvenes; pensiones, servicios y cuidados dignos a los jubilados y a los ancianos. El mal común -de un bando y de otro- es el populismo: estrategia denigrante de utilizar a los ciudadanos como trampolines de poder, dándoles "pan y circo" para que voten por unos y por otros. A veces nos cansamos de formar, de educar, y optamos por la vía de la manipulación electorera. Aspirar al bien
común no consiste en quitarle a unos para darle a otros, sino en hacer que
todos, ricos y pobres, trabajen por ellos mismos y por el país, para el bien individual y el de los demás. Así se
construye una nación blindada, soberana.
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