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¡Acepto el reto! Venezuela se escribe con V de Virtudes

Me pidieron un paréntesis en esta secuencia de virtudes en clave de Sol, para hablar de Valentía. Se me ocurrió entonces: ¿por qué no hablar también de la importancia del Esfuerzo, la Neutralidad, la Estabilidad de ánimo, el Zigzagueo, el sentido de Urgencia, el Entusiasmo, la Lealtad y el Amor a la patria? Así completamos la palabra VENEZUELA que se escribe con las letras de un maravilloso elenco de actitudes que podemos recodar y fomentar para construir un país mejor.


VALENTÍA
 “Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera” Esta frase de la santa Teresa de Jesús ¿no es acaso una buena descripción de lo que es una persona valiente?

En los últimos tiempos ¡cuántas veces hemos escuchado que es normal sentir miedo, pero que no debemos dejarnos paralizar por el miedo! Si tanto se repite es porque estamos en peligro, inseguros, indefensos, en riesgo de perder algo valioso.

La vida nos pone frente a situaciones límite, en las que tenemos que demostrar de qué somos capaces y hasta dónde nos atrevemos a llegar por amor a un ideal, a unas personas, a Dios. Esta vez es la Patria la que reclama hombres y mujeres valientes, atrevidos, guerreros que defiendan las tradiciones cívicas, las buenas costumbres y las instituciones a costa de cualquier esfuerzo. La historia nos pone en condiciones de ser héroes y tenemos que responder con decisión.

No somos dioses: no tenemos el desenlace asegurado ni la victoria alcanzada, pero sí que podemos tener la voluntad, el valor y el ánimo de luchar hasta el final por la victoria cueste lo que cueste.

Decía Lacordaire: "La elocuencia es hija de la pasión: dadme un hombre con una gran pasión –añadía– y os haré de él un orador". El orador de la República es aquel que convoca los corazones, despierta la indignación ante lo injusto y el entusiasmo por una causa justa. Pero no basta la valentía del que convoca, también es menester valentía para los convocados. Por eso todos, todos, en mayor o menor medida, tenemos que ser muy valientes.

ESFUERZO
Debemos huir de la mentalidad de la ley del mínimo esfuerzo. Por el mínimo esfuerzo nos hemos convertido en un país rentista: tener petróleo no  exige tal modelo económico. Por la ley del mínimo esfuerzo tenemos una concepción exageradamente paternalista del Estado. Quizás debamos a la ley del mínimo esfuerzo el terrible saldo negativo que tenemos en educación, en salud y en bienestar social. Un país que ejecuta sus políticas públicas bajo la supervisión de la ley del mínimo esfuerzo no le queda más remedio que vivir apagando incendios, arrancando de cero, montando operativos provisionales y repartiendo bienes y promesas.

Al igual que la valentía, el esfuerzo es otro hijo de la fortaleza. Aspirar a bienes difíciles, conquistar metas arduas pero valiosas y duraderas, todo ello requiere esfuerzo, constancia, tenacidad. Deberíamos plantearnos una ley de perdurabilidad, que nos exija mantener las cosas en buen estado, y no cambiar un modelo, un programa o un plan de la nación hasta que no lo hayamos sudado lo suficiente, reparado, cuidado y mantenido lo necesario. Lo desechable es lo que se tira a la basura; lo humano, en cambio, se cuida, se corrige, se mejora, se cura y se le dan mil oportunidades de surgir. No son ideas brillantes lo que necesitamos, sino venezolanos constantes, esforzados.  

NEUTRALIDAD
No podemos olvidar que la neutralidad también es virtud que obliga al Estado, a los hombres y mujeres que ejercen cargos de gobierno.

El Papa Benedicto XVI se lamentaba de la progresiva pérdida del elemento de neutralidad que abre espacios de libertad a todos los ciudadanos. Cuando un Estado pierde la prudente neutralidad que le corresponde, se transforma en un armatoste de ideología asfixiante, que se impone a través de un pensamiento político único, y censura los espacios públicos de los que piensan distinto. Así, se acaba con el sano pluralismo democrático, tan enriquecedor, y se relega a los que piensan distinto al ámbito estrictamente privado y, por eso, es un pensamiento mutilado.

No hay que confundir la neutralidad con la firme defensa de los valores éticos, de las leyes y de las buenas costumbres de un pueblo o nación. Poco se habla del relativismo como ideología, también asfixiante, que en el fondo es la actitud de los débiles y de los cobardes que pretenden imponer al Estado su cómoda postura del “todo da igual”. Una cosa es ser neutral frente a lo que puede ser la diversidad de opiniones, de doctrinas políticas y de perspectivas, y otra muy distinta es no reaccionar frente a los peligros en los que pueden caer nuestros jóvenes, nuestros niños si no gritamos un firme “basta” a todo aquello que conduce al descamino y a la ruina de la moral de un pueblo. El relativismo corroe, lentamente, los pilares de la democracia que son de carácter ético. No hay otros.


ESTABILIDAD
Recuerdo la famosa figura del porfiado que vendían los buhoneros en las esquinas de Caracas y en los “pare” de los semáforos, ya hace algún tiempo. Es una imagen que ayuda a pensar en lo que es el ejercicio de la estabilidad como virtud. Se cae y se vuelve a levantar, lo golpean y surge de nuevo. Parece invencible.

Venezuela necesita personas estables, porfiadas. Gente de base sólida, bien pegadas al suelo y capaces de recibir los palos que hagan falta. La estabilidad la da el peso de la base, o sea, la firmeza de las creencias, de los principios y de los fines que cada uno se propone.

La estabilidad requiere, una vez más, mucha fortaleza de espíritu. No es cuestión de temperamento únicamente sino de fuerza espiritual, de moral elevada. La estabilidad exige cierta disciplina de vida, ejercicio ascético, entrenamiento diario. Levantarse a la hora, ser puntual, trabajar con intensidad, no rendirse a la primera, cultivar las virtudes, etc., todo eso nos dará el aplomo, plomo en la base, que necesitamos para ser personas que gozan de gran estabilidad moral y emocional.

ZIGZAGUEO
A los amantes de las teorías y de los principios de la gerencia, les propongo desarrollar una idea: la aplicación de la trigonometría al ejercicio del buen gobierno. La trigonometría nos enseña a triangular, a medir largas distancias sin emplear la línea recta ya que nunca llegaríamos a su fin; a ir por la tangente, a aprovechar los ángulos –distancia entre dos líneas o dos posiciones- para hacer cálculos provechosos.

Todo esto lo podemos aplicar a la relaciones humanas: aprender a zigzaguear es aprender a triangular, evitando las rigideces y los caminos muy directos que no nos permiten llegar tan lejos como quisiéramos con las personas. El zigzag está formado por pequeñas líneas inclinadas que unen dos puntos paralelos, es decir, puntos que no se encontrarían nunca si no fuera por el zigzag. Aquellos que sepan zigzaguear serán los buenos políticos de mañana, los que podrán dialogar, mediando entre posiciones contrarias con firmeza, sin parcializarse con ninguna de las dos líneas, procurando unir por lo bueno que tiene cada posición.

Los amantes de los montes saben lo útil que es subir y bajar en zigzag. La cuesta se hace menos inclinada y la pendiente menos resbaladiza. Un buen modo de evitar rendirse antes de llegar a la cumbre, y de evitar caídas en el descenso, consiste en este ir subiendo y bajando tocando puntos contrarios: de un extremo al otro sin quedarse en ninguno de ellos. 

URGENCIA
Trabajar con sentido de urgencia. Intentar recuperar el tiempo perdido.  Es otra de las actitudes valiosas que necesita nuestro país.

Trabajar con sentido de urgencia exige, en primer lugar, orden. Evitar las improvisaciones, tener un plan de trabajo y una lista jerarquizada de tareas. El desorden se come el tiempo, y con ello todo se retrasa, se posterga, se eterniza. El desorden es el cáncer de la burocracia. La gente se queja de la burocracia cuando, en realidad, la esencia del problema no es la burocracia en sí misma sino el desorden. El Diccionario de la Real Academia define la burocracia como una “organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos”. La burocracia es buena, es conveniente y necesaria; el problema es el desorden, los retrasos, la improvisación y la pereza.

En los lugares donde se trabaja con emergencias se hacen guardias, alguien se queda vigilando, pendiente por si ocurre algo. Por eso, aunque no se trata de instaurar un sistema inmisericorde de trabajo, vale la pena plantearse estar de guardia por lo menos un día a la semana. Ese día trabajamos con más intensidad, servimos más y mejor a las personas, nos esforzamos por acabar alguna tarea pendiente y por ayudar al de al lado. Estar de guardia es estar menos pendiente de nosotros mismos y más atentos de los demás, del vecino, del colega, de la propia familia.

Lo urgente no es para hoy sino para ayer. Enemigo de la urgencia es la lengua, la habladera insustancial… ¡y de lo mismo para colmo de males! Confieso que me sorprende la gente que no entiende que se pueda –es más ¡se deba!– trabajar en silencio. Si uno está callado trabajando es porque le pasa algo, está de mal humor, se molestó, le fue mal etc. ¡Qué poco amigos somos del silencio! Recuperar el hábito del silencio y de la concentración nos ayudará a multiplicar el tiempo. Así trabajaremos con mayor sentido de urgencia.

 ENTUSIASMO
Una vez más el diccionario nos da una buena pista para entender el contenido de esta virtud. Entusiasmo se define como “adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño”. Y adhesión es compromiso, unión, vinculación. El entusiasmo no tiene porqué ser un sentimiento pasajero, ni un arrebato de furor, sino un ejercicio de la libertad y de la voluntad que se esfuerzan por querer siempre lo mismo con intensidad, porque se tiene claridad del fin que se desea alcanzar. Trabajar con entusiasmo supone permanecer fieles a la causa, empeñados en el logro de unas metas.

El entusiasmo también se define como inspiración. La inspiración mueve al artista a plasmar bellísimas obras pero, como decía Leonardo Da Vinci, esta musa invade al artista sólo después de horas de trabajo seco y aparentemente estéril. La inspiración lleva al acabamiento perfecto de una tarea que se ha comenzado con gran sacrificio y sin muchas luces. Quien permanece trabajando un día y otro, aun a costa de las propias ganas, acaba inspirado, es decir, entusiasmado.

LEALTAD
Leales a la patria, a su soberanía, a sus leyes, a sus tradiciones y a su historia. La lealtad es uno de los valores esenciales de un buen ciudadano, de un buen venezolano. Leales en Venezuela y fuera de Venezuela. Los usurpadores de esta virtud abundan tanto aquí cerquita como allá bien lejos. Son los que chupan la sangre de nuestra Nación, y los que se desentienden de ella y son incapaces de hacer el menor sacrificio por el país que les vio nacer, que les alimentó y les educó.

Nuestro país está herido por la deslealtad en su soberanía, en sus leyes, en sus tradiciones y en su historia. Cada uno según su perspectiva que enumere las fisuras por donde entran los ataques de otras potencias, de otros sistemas ideológicos, de intereses foráneos. Sin duda, hay que ponerle freno y coto a todo el que viene a hacerse con lo bueno de este país como sí no tuviera dolientes, venezolanos en guardia para defenderlo.

Constituye una falta de lealtad a la patria cualquier manifestación de culto a la personalidad de un líder coyuntural y pasajero, como si fuera la salvación de la nación. No podemos ser ingenuos, no debemos poner todas nuestras esperanzas en un solo hombre por más genuino luchador que sea. La lealtad a la patria exige apertura, vigilancia, exigencia al mandatario para que conduzca el país por buen camino, y mano dura para el que incumple su tarea. ¿Cómo vamos a ser condescendientes con el que le hace daño a nuestros padres? La patria es madre y padre, por eso no podemos ir ciegamente detrás de un líder, sino detrás del bien de la nación, fomentando un pensamiento libre y comprometido sólo con la verdad que también se escribe con V de Venezuela.

Además del culto a la personalidad, el adoctrinamiento ideológico también constituye una grave deslealtad a la patria. Nos interesa el país, no el modelo político o económico tal o cual. Nos interesa el bien común de los venezolanos, sin que nos tomen como una masa definida por las distintas teorías como esto o lo otro. 

AMOR A LA NACIÓN
La definición clásica de amor es “querer el bien del otro”. Por “otro” entendemos aquí no un individuo sino muchas personas; y por "bien" entendemos no sólo el bien de unos pocos sino el bien común, el bien de todos.

Hay quienes piensan que el bien común se consigue sumando el máximo de bienes de cada uno. Por eso, el amor al país se concibe como el modo de procurar que todos estén bien, que nadie pase necesidad, que todos tengan igualdad de oportunidades.

Ahora bien ¿esto es realmente posible? La trampa perenne del amor consiste en pretender buscarlo o ejercerlo sin sacrificio. Amar implica sufrimiento, ser capaces de sufrir por el ser amado. De lo contrario, el amor se queda en frases bonitas, en encuentros sin sustento, de poca entidad.

Pretender el bien común sin sacrificio personal, sin practicar la generosidad constantemente, es una falacia. Quien busca ganarse a los demás dándole el máximo de bienestar para que sean felices y nos dejen tranquilos, demuestra un amor pobre y egoísta a la nación. Hay que querer el bien del otro de verdad, hace falta ser capaces de dar de lo que duele y no de lo que sobra.

Para realizar el bien común no hace falta regalar televisores y electrodomésticos a la gente, sino ofrecer salud y cuidados médicos a los enfermos de un hospital; educación de calidad a niños y jóvenes; pensiones, servicios y cuidados dignos a los jubilados y a los ancianos. El mal común -de un bando y de otro- es el populismo: estrategia denigrante de utilizar a los ciudadanos como trampolines de poder, dándoles "pan y circo" para que voten por unos y por otros. A veces nos cansamos de formar, de educar, y optamos por la vía de la manipulación electorera. Aspirar al bien común no consiste en quitarle a unos para darle a otros, sino en hacer que todos, ricos y pobres, trabajen por ellos mismos y por el país, para el bien individual y el de los demás. Así se construye una nación blindada, soberana.



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