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Libertad y autorrealización personal

Libertad es la tendencia natural de las cosas. Si un globo con helio, por ejemplo, tiende a elevarse, entonces se puede decir  que se libera cuando quitan la lona y le permiten volar: Es un globo libre, no cautivo. Igualmente, se suele hablar de desplazamiento libre, en contraposición a un desplazamiento acelerado, es decir, promovido por una fuerza externa al objeto.
 En este sentido, para que un acto humano sea libre basta con que no sea forzado u obligado desde fuera, sino que nazca del mismo individuo


No obstante, en los seres humanos haría falta  distinguir distintos niveles de actos libres:

1. Hay actos inconscientes, como respirar, estar dormido, hacer la digestión, segregar hormonas, desechar residuos, etc. A estos actos les podemos llamar orgánicos. No todos los actos inconscientes son meramente fisiológicos. También  acciones tales como pensar, conocer, querer, apetecer y amar poseen un cierto grado de inconsciencia, por lo tanto forman parte del organismo cuerpo-alma humano, aunque se diferencien de los primeros (fisiológicos) en que no agotan su función en este primer nivel, sino que tienden a elevarse a otros estadios de libertad. Mientras que los actos fisiológicos permanecen siempre en el estado de inconsciencia, los actos del organismo corpóreo-espiritual trascienden este nivel. Sin embargo, es importante recordar que ellos, aún siendo espirituales, poseen un cierto grado de inconsciencia o involuntariedad. Por eso, el hombre nunca deja de ser hombre (unión cuerpo-alma), ni siquiera cuando realiza operaciones únicamente inconscientes. Pensemos, por ejemplo, en el caso de una persona que ha quedado en estado vegetal: ¿Piensa? ¿Ama? ¿Desea? ¿Conoce? ¿Quiere? ¿Realiza estas operaciones aunque sea mínimamente? No lo podemos saber. Algunas personas se han recuperado de un estado de coma profundo y recuerdan eventos, reflexiones, relaciones, etc. Quizás tengas un ejemplo que compartir en la próxima clase.

La industria gastronómica.
2. Otras acciones son medianamente conscientes y voluntarias, en el sentido que, si bien son necesarias para el hombre, éste los puede graduar, regular o postergar, modelar, etc. Comer, moverse, vestirse, dormir un número de horas, saciar la pulsión sexual, hablar, razonar, aprender... En este segundo nivel de actos se nota cómo la intervención del intelecto es más decisiva. Una cosa es saciar la necesidad de comer, y otra cosa es hacer gastronomía, puesto que el hombre se cansa de comer siempre lo mismo. Existen muchos modos de desplazamiento: lento, rápido, corriendo, recto, torcido, etc., y un sinnúmero de intenciones al movernos. Lo mismo podemos decir del resto de las acciones. En este sentido, vemos cómo una serie de actos necesarios en el hombre poseen un grado de riqueza y de variabilidad enormes, que los animales no pueden alcanzar. La cualidad esencial de las acciones humanas necesarias es que vienen mediadas por el intelecto que otorga una forma -concreta y nueva- de satisfacerse.   

El perro puede imitar el acto corporal, mas no el acto
libre, voluntario de rezar. 
3. Por último, reconocemos en el hombre una serie de actos plenamente libres y voluntarios, no necesarios, ni condicionados por el organismo fisiológicos. Escoger una carrera, viajar, emprender un proyecto laboral, hacer deporte, ir a un museo, comer en un restaurante, escribir un libro, dar una conferencia, navegar por Internet, pintar un cuadro... y un largo etc. Podemos incluir en este grupo de acciones los hábitos morales o virtudes, tales como la honestidad, la disciplina, la responsabilidad, la constancia, la solidaridad, etc. Ahora bien, si en el primer grupo insistíamos en que el componente espiritual estaba presente -aunque fuera mínimamente-, ya que ningún acto humano, ni siquiera los más fisiológicos, impide el desenvolvimiento de acciones inconscientes y no fisiológicas, en este tercer nivel debemos insistir en lo contrario: todo acto libre y voluntario, por más espiritual y trascendente que sea -como amar, reflexionar, decir la verdad, rezar, etc.- necesita y exige aunque sea un mínimo de corporeidad. No existen actos voluntarios espiritualmente puros; en todos ellos hay un componente fisiológico necesario para que el acto pueda ejercerse.

Retomando el concepto de libertad como la tendencia natural de las cosas, resulta fácil comprobar cómo cada cosa tiene su ley, en el sentido de que ellas tienden a ser, naturalmente, lo que su ley intrínseca les pide. Ley es un principio de comportamiento práctico.  Libertad y ley no se contraponen pues cada se comporta según su naturaleza, según sus leyes. El helio, por ejemplo, es el segundo elemento químico más ligero que existe en el planeta, por eso se usa en globos y dirigibles: una cantidad de helio puede liberar a la materia -a un globo- de la fuerza de gravedad. La ley del helio es dar ligereza, y no puede actuar de otro modo. La ligereza, a su vez, es un principio activo, que influye en las cosas, por eso hablamos de un principio práctico.

En el caso del hombre, la relación naturaleza-ley-libertad es compleja, y varía según los distintos niveles de actos que hemos estudiado. La persona humana es el único ser capaz de autodeterminarse, es decir, de actuar según un fin que, en cierta medida, se da a sí mismo. En otras palabras, las personas pueden darse sus propias leyes. Esto se hace más notorio en la medida en que se asciende en la escala de los actos libres: a mayor voluntariedad, mayor libertad, por lo tanto, a mayor voluntariedad mayor capacidad de autodeterminación. La plena realización del hombre se juega en el tercer grupo de actos libres, en los actos voluntarios.

Cabe hacerse ahora la siguiente pregunta: ¿a mayor cumplimiento de la ley mayor libertad?  La experiencia parece demostrarnos que sí: el helio es más libre en la medida en que pueda elevarse más, conforme a su ley de ligereza. En cambio, la experiencia humana en este sentido es confusa: no es más libre la persona que sólo responde a sus leyes orgánicas. Más bien, puede haber casos en los que esas leyes inmanentes le opriman, le hagan esclavo de sí mismo. Por eso, ser plenamente hombre implica, en ocasiones, negarse a seguir, voluntariamente, ciertas leyes inmanentes. No pensemos sólo en las cuestiones fisiológicas: Por ejemplo, a algunas personas se les recomienda que procuren no llorar por cualquier cosa. El llanto, si bien, es una reacción fisiológica, responde a motivaciones de carácter espiritual, a veces inconscientes o subconscientes.

Por eso, la libertad plenamente humana no es tanto la que mueve al hombre a comportarse según su ley, según su naturaleza, sino según su bien. El bien hace referencia al fin integral de la persona, a su felicidad. Por eso, la libertad humana ha sido definida, clásicamente, como capacidad de elegir el bien, esto es, de autodirigirse al propio fin.


Esperamos la estatua de la
Responsabilidad.
Por lo tanto, no es plenamente libre la persona que cumple a cabalidad las leyes fisiológicas, claramente, ni tampoco aquél que obedece a las leyes establecidas por una autoridad externa. Tampoco es libertad plena hacer lo que me dé la gana, sin perseguir un fin que es bueno para mí y que es razonable. Es libre quien actúa voluntariamente y con plena conciencia de lo que es su bien en cada momentoComo la libertad es la capacidad de autodirigirse al propio bien, a un bien no impuesto ni por la biología ni por la autoridad externa, la libertad engendra responsabilidad. Soy libre y por eso soy el primer responsable de mi propio bien. Nadie puede responder por el bien de cada uno, si no lo hace cada uno, valga la redundancia.


En la sociedad de hoy, las personas somos muy conscientes del valor de la libertad. Sin embargo, existe una especie de disociación peligrosa entre bien y libertad, entre libertad y responsabilidad. ¿A qué se debe esta ruptura? Mucho se ha escrito sobre este asunto, que admite, a su vez, infinidad de respuestas. Una de ellas es el escepticismo -incoado por los grandes pensadores de la historia desde la época de los griegos-. El escepticismo moderno sostiene que el hombre no puede llegar a saber si conoce las cosas tal y como son (lo que llamamos verdad). Nótese que se trata de una duda fundamental, no de una afirmación o de una negación rotunda. Pero la duda no es un principio de acción práctica, sino racional. Para actuar hace falta elegir entre una cosa u otra. Incluso suspender un acto porque dudo es un modo de actuar.

Si el hombre no puede saber si conoce la verdad acerca de sí mismo -su origen, su razón de ser, su fin, etc.-, entonces  tampoco puede darse a sí mismo un fin bueno. En el obrar, verdad y bien se identifican: se trata de conseguir el verdadero bien. Desde el punto de vista intelectual, el escepticismo moral dice que no somos capaces de discernir entre los actos buenos y malos. Desde el punto de vista práctico, la consecuencia es clara: la persona actúa con irresponsabilidad, desligada de su fin, sin sentido.


Una sociedad valora realmente la libertad cuando promueve, al mismo tiempo, la responsabilidad personal, unido a la necesidad de tener un proyecto vital integral. De lo contrario, se acaba valorando una libertad inmadura, menor de edad, confundida, arbitraria, desorbitada. Es la libertad que presume de ser independiente cuando, en realidad, se deja deslizar por la "pendiente" de lo fácil, de la corriente, de las modas, de las ideologías de turno, de los intereses egoístas, etc. Como dice Romano Guardini, el hombre sabio es aquel "que sabe el final y lo acepta (...).  Al aceptarlo, la actitud de la persona adquiere una peculiar calma y una cierta elevación y superioridad en sentido existencial (...). Es la superación de actitudes como el miedo, el afán de disfrutar de las cosas todavía un poco más, el deseo de apurar lo que reste de vida, la inquietud por llenar de contenidos materiales un tiempo del que cada vez queda menos (Las etapas de la vida, p. 93)




   

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola Profe,

Excelente tema! Creo que nos llega a todos como seres humanos. Por cierto, las caricaturas de Mafalda, están muy buenas.

Saludos,

Adriana

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