Nuestro mundo pareciera tener muchos problemas. Sin embargo, cuando vamos profundizando, las raíces de los males se van como reduciendo a una sola cuestión. Pienso que se trata, un poco, de lo que el filósofo francés Charles Peguy definió como "el gran debate de todo el pensamiento moderno": la crisis de la cultura humanística.
Se puede describir el inicio del Humanismo moderno de muchas maneras: puede mencionarse la Ilustración europea como el principal movimiento que decidió tener como proyecto la formación del hombre para la República, rebelándose de toda referencia a la trascendencia y al teocentrismo de las sociedades medievales. También se puede afirmar que el Humanismo moderno comenzó con el desarrollo de la Ciencia moderna, y su progresiva aplicación al ámbito de lo humano, de la sociedad, de la política, etc. En el campo filosófico, se considera que la Modernidad propiamente inicia cuando el hombre se da cuenta de que "mi razón" es el punto de partida de la existencia de las cosas: la famosa frase del filósofo francés Descartes, "Pienso, luego existo", que tiene su origen en el nominalismo de Guillermo de Occam. Por último, creo que se puede asociar el origen de nuestro Humanismo moderno con un nuevo modo de ver la relación del hombre con Dios (religión), que inició con el auge del protestantismo. Se trata de una visión más personal de la religión ("yo con Dios" en lugar de "nosotros con Dios"), menos centralizada (sin autoridad), más autónoma, digámoslo así, lo cual tiene sus innegables ventajas y desventajas.
La presunción de la autosuficiencia
Todo esto parece apuntar hacia un protagonismo de lo humano, del hombre, sobre todo de su razón. Es como si, de repente, nos hubiésemos despertado para darnos cuenta de la enorme potencialidad que guardaba la inteligencia, tanto por su capacidad de conocer, como de crear, de construir el futuro, de realizar el progreso de la sociedad... La debilidad del hombre pequeño, que se siente "vigilado" por Dios y expuesto a calamidades naturales, pronto sería superada, gracias al desarrollo de la inteligencia y de la ciencia.
Sin embargo, el problema se presenta cuando empezamos a dialogar unos con otros, en los términos del Humanismo moderno: mi razón-tu razón. Toda esa ilusión de autosuficiencia del hombre va llevando a un individualismo aislante, que dificulta las relaciones humanas y el hecho de poder compartir proyectos comunes de futuro. Simplificando un poco las cosas, es como lo ilustra esta tira de Mafalda:
Por otra parte, vemos que el problema del Humanismo moderno sigue siendo el mismo que los modernos creían haber superado. Se trata de esa debilidad humana llamada egoísmo, que queda tan manifiesta en el pensamiento de Susanita, pero que otras veces se disfraza de sabiduría, de academia, de lenguaje complicado. La única diferencia es que ahora los débiles se creen fuertes, o sea los egoístas nos sentimos con derecho y autoridad de serlo, como lo muestra esta otra tira de Calvin y Hobbes:
Calvin: Antes odiaba escribir mis tareas, pero ahora las disfruto.
(Hobbes continúa impávido ante los planteamientos de Calvin)
Calvin: ¡Con un poco de práctica escribir puede ser una niebla impenetrable e intimidatoria! ¿Quieres ver mi cuaderno?
Hobbes: (Leyendo el cuaderno de Calvin) “La dinámica de entrecruzamiento y los imperativos fonológicos en Dick y Jane: un estudio transrelacional psíquico en la modalidad de los géneros”
Calvin: -¡Academia aquí vengo!
Pecado original y el síndrome de Popeye
Aunque parezca redundante, el origen de nuestra debilidad como seres humanos es, justamente, el no reconocer que somos débiles y dependientes, la presunción de la autosuficiencia. En este sentido, me parece iluminante la reflexión de Benedicto XVI: "A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. (...) «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres»" (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 34).
El pecado original no es una invención religiosa. Se trata de una experiencia diaria enormemente misteriosa, tanto para los antiguos como para los modernos. Sin embargo, aceptarla nos puede iluminar y ayudar a comprendernos y comprender a los demás. Negarse a reconocerlo equivale a vivir como si Popeye rechazara las espinacas porque no quiere adquirir una fuerza superior. Cosa, por cierto, bastante común, no sólo porque las espinacas no parecen ser un plato suculento -aunque lo son-, sino también porque a veces queremos buscar soluciones externas a los problemas internos, a esas contrariedades de la vida que casi siempre tienen su razón de ser en nuestra propia debilidad. Mira qué bien lo refleja este sketch de Popeye:
Es una realidad: el hombre fuerte fortalece su entorno: su casa, su familia y, poco a poco, la sociedad. Pero para ser fuertes hace falta alimentarse por dentro, necesitamos nutrir bien nuestra interioridad.
La semántica antropológica del pecado es muy sencilla: el hombre, como ser corpóreo-espiritual, tiene un principio de debilidad dentro de sí mismo, que le hace incapaz de vencer el mal, de conquistar el mundo y de conquistarse a sí mismo. Pero existe un modo de cultivarse, una solución alimenticia, que le hace fuerte por dentro. Este alimento no es la autosuficiencia, ni la arrogancia, ni el creerse capaz de entenderlo todo y de revolucionar con la técnica para resolver todos los problemas del mundo. Se trata de algo superior: de una apertura de todo nuestro ser a la trascendencia. Es la conciencia de que Dios existe y me quiere, no como un esclavo sumiso y débil, sino como un hijo fuerte y bueno. Para eso me dio la libertad, y me sigue dando los medios para conquistar el mundo con todos sus problemas y complejidades.
Dios está dispuesto a ayudarnos en la construcción de la sociedad, del progreso y de nuestras aspiraciones. Éste es el punto en donde, a mi parecer, el diálogo personal con Dios, con la religión, y, en concreto, con la idea de que existe un plan de salvación para mí, para ti, para cada persona, resulta clave para la construcción de un humanismo realista, que contribuya a ir solucionando los problemas del mundo desde dentro y de modo fuerte. Una vez más el Papa nos da la clave cuando dice que "la promoción de los derechos humanos se apoya en la reflexión racional, como una forma en que estos derechos pueden ser presentados a toda persona de buena voluntad, independientemente de la afiliación religiosa que pueda tener. Sin embargo, la razón humana debe ser constantemente purificada por la fe, en la medida en que está siempre en peligro de una cierta ceguera ética causada por las pasiones desordenadas y el pecado. (...) La libertad humana - que progresa a través de la sucesión de elecciones libres- siempre es frágil, y la persona humana necesita el amor y la esperanza incondicionales que sólo pueden encontrarse en Dios y que llevan a participar en la justicia y en la generosidad de Dios a los demás (cf. Deus Caritas Est, 18, y Spe Salvi, 24)".
Nietzsche propuso la idea del "superhombre". Sus ideas son claves para entender la crisis del pensamiento moderno. |
La presunción de la autosuficiencia
Jim Carry en The Truman Show |
Sin embargo, el problema se presenta cuando empezamos a dialogar unos con otros, en los términos del Humanismo moderno: mi razón-tu razón. Toda esa ilusión de autosuficiencia del hombre va llevando a un individualismo aislante, que dificulta las relaciones humanas y el hecho de poder compartir proyectos comunes de futuro. Simplificando un poco las cosas, es como lo ilustra esta tira de Mafalda:
Por otra parte, vemos que el problema del Humanismo moderno sigue siendo el mismo que los modernos creían haber superado. Se trata de esa debilidad humana llamada egoísmo, que queda tan manifiesta en el pensamiento de Susanita, pero que otras veces se disfraza de sabiduría, de academia, de lenguaje complicado. La única diferencia es que ahora los débiles se creen fuertes, o sea los egoístas nos sentimos con derecho y autoridad de serlo, como lo muestra esta otra tira de Calvin y Hobbes:
Calvin: Antes odiaba escribir mis tareas, pero ahora las disfruto.
(Hobbes permanece observándolo)
Calvin: Me di cuenta que el propósito de escribir es inflar ideas débiles, oscurecer un pobre razonamiento, e impedir la claridad.
Pecado original y el síndrome de Popeye
Aunque parezca redundante, el origen de nuestra debilidad como seres humanos es, justamente, el no reconocer que somos débiles y dependientes, la presunción de la autosuficiencia. En este sentido, me parece iluminante la reflexión de Benedicto XVI: "A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. (...) «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres»" (Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n. 34).
La doctrina del pecado original es un misterio que ilumina |
Es una realidad: el hombre fuerte fortalece su entorno: su casa, su familia y, poco a poco, la sociedad. Pero para ser fuertes hace falta alimentarse por dentro, necesitamos nutrir bien nuestra interioridad.
La semántica antropológica del pecado es muy sencilla: el hombre, como ser corpóreo-espiritual, tiene un principio de debilidad dentro de sí mismo, que le hace incapaz de vencer el mal, de conquistar el mundo y de conquistarse a sí mismo. Pero existe un modo de cultivarse, una solución alimenticia, que le hace fuerte por dentro. Este alimento no es la autosuficiencia, ni la arrogancia, ni el creerse capaz de entenderlo todo y de revolucionar con la técnica para resolver todos los problemas del mundo. Se trata de algo superior: de una apertura de todo nuestro ser a la trascendencia. Es la conciencia de que Dios existe y me quiere, no como un esclavo sumiso y débil, sino como un hijo fuerte y bueno. Para eso me dio la libertad, y me sigue dando los medios para conquistar el mundo con todos sus problemas y complejidades.
Dios está dispuesto a ayudarnos en la construcción de la sociedad, del progreso y de nuestras aspiraciones. Éste es el punto en donde, a mi parecer, el diálogo personal con Dios, con la religión, y, en concreto, con la idea de que existe un plan de salvación para mí, para ti, para cada persona, resulta clave para la construcción de un humanismo realista, que contribuya a ir solucionando los problemas del mundo desde dentro y de modo fuerte. Una vez más el Papa nos da la clave cuando dice que "la promoción de los derechos humanos se apoya en la reflexión racional, como una forma en que estos derechos pueden ser presentados a toda persona de buena voluntad, independientemente de la afiliación religiosa que pueda tener. Sin embargo, la razón humana debe ser constantemente purificada por la fe, en la medida en que está siempre en peligro de una cierta ceguera ética causada por las pasiones desordenadas y el pecado. (...) La libertad humana - que progresa a través de la sucesión de elecciones libres- siempre es frágil, y la persona humana necesita el amor y la esperanza incondicionales que sólo pueden encontrarse en Dios y que llevan a participar en la justicia y en la generosidad de Dios a los demás (cf. Deus Caritas Est, 18, y Spe Salvi, 24)".
¡Felices carnavales y buena preparación para la Semana Santa!
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