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Entre el narcisismo de la apariencia y la verdadera transparencia

The Economist promovió recientemente un interesante debate en torno a las redes sociales. El leit motiv de la discusión era: "Nosotros creemos que la sociedad se beneficia cuando compartimos información personal en la web".

Está claro que el tema no se colocó en los extremos del problema: Ser o no ser. Empleando la clásica terminología de Umberto Eco, este foro no fue una confrontación entre los apocalípticos que preconizan la desaparición de la esfera de la intimidad en las relaciones interpersonales,  y los integrados que aceptan todo tipo de condicionamientos o comportamientos sociales, según lo impongan las nuevas tecnologías y la red social, sin evaluar su conveniencia y su sana aplicación.

Se trató, más bien, de un modo de sondear el nivel de conciencia de la opinión pública sobre esta materia, y de ofrecer un espacio a las ideas y reflexiones acerca de cómo y en qué medida resulta beneficioso colocar información personal en las redes on-line que utilizamos.

El debate se estructuró de la siguiente manera: Un moderador, un experto a favor del leitmotiv del debate  y otro en contra.  A favor se encontraba el Prof. Jeff Jarvis, director del Tow-Knight Centre for Entrepreneurial Journalism, quien afirmaba que la esencia de la privacidad se podía resumir en esta sentencia: "para los individuos compartir información personal es una decisión. Hoy en día tenemos la oportunidad de crear, compartir y conectarnos; y hay 845 millones de personas que han tomado la decisión de hacerlo por medio de Facebook".

Jarvis aboga por una sociedad más franca y abierta. En el pasado los individuos no tenían más remedio que mantener sus vidas, sus logros, sus sueños y proyectos en privado. Mayor franqueza puede probar mejores modos de vida: "Nosotros compartimos información en las redes sociales por buenos motivos, no porque seamos insanos, exhibicionistas o alcohólicos".

La postura contraria la mantuvo Andrew Keen, emprendedor y autor del libro "Digital Vertigo: How Today's Online Social Revolution Is Dividing, Diminishing, and Disorienting Us". Sostiene que en nuestro Mundo, que él denomina  Mundo Web 3.0, en la medida en que más y más personas compartan sus identidades de modo indiscriminado y público, cada vez será más difícil destacarse de entre esa gran multitud que hace lo mismo a diario, y poder elevar la propia voz en contra de los convencionalismos colectivos. Lo que Keen parece decirnos es que, frente a esta marea de información personal y privada, que hay en la web, se va haciendo cada vez más complicado distinguir lo relevante de lo insustancial, las posturas interesantes de las banalidades, aquellas voces que realmente importa seguir, porque proponen planteamientos importantes, de aquellos que sólo emplean las redes sociales para publicar cosas irrelevantes. 

Narciso del pintor Caravaggio
Keen habla de una especie de actitud narcisista generalizada que está haciendo a las personas  cada vez más individualistas. Por eso teme un mundo en el que la discriminación y los prejuicios aumenten cada día, pues el hecho de publicarlo todo puede prestarse a malos entendidos, a crear juicios equivocados de las personas antes de conocerlas a fondo: "tengo miedo de encontrarme en una sociedad fraccionada y debilitada por este espectáculo narcisista de hoy. Secreto y misterio son los pegamentos sociales más eficaces.  No decir nada puede ser el valor social más poderoso".

Si te interesa leer toda la discusión la puedes leer aquí.

Ambas posturas poseen argumentos muy interesantes que parecen muy ciertos. Como suele pasar en la mayoría de los casos, la solución parece estar en el punto medio, que equivale a un uso racional de nuestro lenguaje y de las posibilidades de expresión. Mientras leía la discusión me vino a la mente el último discurso de Benedicto XVI a los comunicadores sociales. Se trata de una reflexión formidable que viene muy bien a esta discusión, ya que el Papa explica la relación entre silencio y palabra:

"Se trata de dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.

El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena".


Y en el 2011 dijo:


"Esta dinámica [de las redes sociales] ha contribuido a una renovada valoración del acto de comunicar, considerado sobre todo como diálogo, intercambio, solidaridad y creación de relaciones positivas. Por otro lado, todo ello tropieza con algunos límites típicos de la comunicación digital: una interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia.

 Cuanto más se participa en el espacio público digital, creado por las llamadas redes sociales, se establecen nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo. Es inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad del propio actuar, sino también sobre la autenticidad del propio ser. La presencia en estos espacios virtuales puede ser expresión de una búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si se evitan ciertos riesgos, como buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al mundo virtual. El anhelo de compartir, de establecer “amistades”, implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio “perfil” público".





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