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El humanismo de Alfonso Reyes llegó a buen puerto

Acabo de finalizar la interesante aventura de hacer una tesis doctoral. Me llevó unos cinco años, aproximadamente, enfocar desde el punto de vista del humanismo occidental la obra de Alfonso Reyes (1889-1959),


mexicano regiomontano, ensayista y poeta pero, sobre todo, humanista nato. Quisiera compartir contido las palabras con las que me dirigí al  jurado del tribunal de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), para intentar explicar qué es el Humanismo, por qué es tan importante para la historia de América Latina y qué dijo Alfonso Reyes al respecto. A continuación el texto de la discusión:

Quisiera comenzar esta discusión trayendo una imagen que, con algunas desemejanzas, pero con muchas más luces, podría ilustrarnos la visión del Humanismo que, durante estos años de lectura y comprensión de Alfonso Reyes, he ido captando y que ahora me propongo brevemente explicar. Temática ésta que, como veremos, tiene sus orígenes en Italia. La imagen es la siguiente: Para celebrar el nacimiento de la unidad nacional de Italia, un grupo de italianos residentes en Buenos Aires decidió hacer un regalo a la ciudad de Roma que fuese un gran monumento alzado en el Gianicolo, sede de batallas para la defensa de la República Romana en 1849. Siendo el Gianicolo, además, uno de los símbolos más importantes del Renacimiento italiano, la junta de la capital acogió amablemente la realización de tal obra. Fue así como, en 1911, los italianos residentes en Argentina rindieron homenaje a la Madre Roma, construyendo un gran faro, obra de Manfredo Manfredi, que debía proyectar eternamente (así lo dice textualmente) los tres colores de la bandera nacional. ¿Y por qué un faro? Nos podríamos preguntar. Ellos se inspiraron en aquello que los toscanos hicieron ante la tumba de Dante Alighieri: “Como ellos ofrecieron una lámpara y se comprometieron a dar el aceite para mantenerla encendida, así los italianos de Argentina se proponen, una vez construido el Faro, mantener la luz que será un reflejo de su patriotismo y de su italianidad” (Extraído del sitio web Roma Capitale – Sito Istituzionale). Más allá de las circunstancias históricas que dieron origen a tal iniciativa, la imagen del faro cuya luz se proyecta en el océano, o en los mares, ilustra a mi modo de ver, la repercusión que el Humanismo italiano ha tenido no sólo en los países de Europa sino también en la América incorporada a la tradición occidental a partir, precisamente, de la época que conocemos como del Renacimiento.

Esta luz del Humanismo no se compone precisamente de los tres colores de una bandera nacional (llámese Italia, España, Gran Bretaña o Portugal). No refleja la filiación o pertenencia a un país o a una tradición cultural específica. Es, en cambio, una luz más universal con la que, durante el Renacimiento, los italianos, en primer lugar, y luego los demás pensadores de otros países de Europa -pensemos en Erasmo de Rotterdam, Luis Vives, Tomás Moro, entre otros- quisieron alumbrar el panorama intelectual, artístico, científico y educativo de su tiempo. ¿Y de dónde provenía esta luz? Provenía nada menos que de la antigua idea de la Paideia griega que consistía en el modo de formar al hombre para la civilización, dígase el arte, la ciencia, la política, la religión, la cultura. Proyecto éste de la paideia que, a su vez, orientó el afán unificador del mundo emprendido por los ejecutores del Imperio Romano que, como sabemos, se vio enriquecido por la visión del hombre que promovieron los primeros cristianos, y que luego continúa a través del pensamiento de los padres de la Iglesia y de todo el desarrollo de la teología medieval.

 La razón griega alcanzó una cosmovisión que superó las expectativas de cualquier mortal. De algún modo fueron el recipiente de una sapienza casi regalada o revelada. El mito platónico de la Atlántida, por ejemplo, incluye ya, de algún modo, a la América como destinataria del patrimonio de los helenos. Son ideas que Alfonso Reyes desarrolla en su artículo “Presagio de América”

Por su parte, el otro gran depósito de Revelación proveniente de la Encarnación del Verbo divino, incluía a los nativos de América en un plan de Salvación y Redención que cristianos de los primeros siglos no eran capaces ni remotamente de imaginar. La Providencia así los dispuso. 

 Llegados al siglo XIV, en el empeño por rescatar la virtus grecolatina, el Renacimiento fue mucho más que un movimiento estético, literario y científico, si bien el arte, la literatura y las ciencias aplicadas (ingeniería, astronomía, arquitectura, medicina, etc.) fueron sus principales mecanismos de expresión y de formación de las personas. Fue el Humanismo un proyecto educativo integral en el sentido más amplio en el que podamos comprender esta expresión, esto es, en su afán de contemplar, como su principal tarea formativa, la raíz ética del comportamiento humano, la dimensión espiritual de la personalidad destinada a alcanzar cotas de elevación humana inconmesurables. Todo esto a través de unas tareas concretas y prácticas, como podían ser las bellas artes, el diseño y la construcción de medios de transporte, la lingüística, entre muchos otros campos. Tareas que no son ajenas al enriquecimiento del espíritu porque, allí donde las manos trabajan, la razón, el corazón, la voluntad también están presentes. La inspiración artística y los descubrimientos científicos en su pleno apogeo durante el Renacimiento demostraron, por su parte, hasta qué punto la confianza en la formación y en el crecimiento de la razón humana y de la fe cristiana, unida a la capacidad creativa de cada individuo, pueden hacer germinar auténticos tesoros de cultura, de descubrimientos, de progreso y de belleza. 

 Estas palabras de Alfonso Reyes resumen, de algún modo, la visión de la cultura de los humanistas: (1) “Si por cultura entendemos el descubrimiento y valoración de la persona humana, tal como ha llegado a enraizar en la civilización occidental, al punto de asumir la solidez de evidencia ética, entonces para nosotros no habrá más cultura que la inventada por Grecia, y luego propagada por Roma y por el Cristianismo. Somos pueblos helenocéntricos. A su vez, la cultura helénica es antropocéntrica. La obra por excelencia del genio griego es el Hombre (“De cómo Grecia construyó al hombre” [1943], Junta de Sombras, Obras Completas, vol. XVII, p. 478).

Elio Antonio Nebrija autor de la primera obra de
Gramática Castellana
 Podemos afirmar que la obra de los humanistas italianos fue extraordinariamente acogida en la península ibérica, gracias a una tradición multicultural y triétnica que venía promoviendo, desde la Edad Media, el interés por conocer otras tradiciones y otras culturas, las lenguas antiguas, la recepción y traducción de manuscritos, el conocimiento de la literatura hebrea y árabe. Tanto en Italia como en España -y, cabe destacar, que el intercambio cultural entre ambas naciones fue abundantísimo durante el Renacimiento-, la labor de los humanistas no se quedó y esto es importante subrayarlo en un plano eminentemente técnico y especializado sino que procuró, a través de esos textos que se iban traduciendo, elevar las formas de vida cristiana, la espiritualidad, la inspiración artística, etc., procurando imitar a los primeros cristianos, y conociendo el itinerario intelectual y espiritual de los antiguos padres de la iglesia.

Recordemos la experiencia mística del padre del Humanismo italiano, Petrarca, cuando habla de cómo le arrebató a otro mundo la lectura de las “Confesiones” de San Agustín. Todo esto unido a una excelente preparación lingüística y filológica. Así eran muchos de los misioneros destinados a la evangelización en América.

 Los viajes de Colón al continente desconocido por los europeos del Renacimiento, a finales del siglo XV, dieron origen a la obra humanística de los Hijos del Sol (expresión empleada por los aztecas) en tierras trasatlánticas. Ellos traían consigo la luz del Humanismo al que he venido refiriéndome. No fueron todos, lógicamente, los que llegaron con tal proyecto formativo del hombre y de la sociedad. La luz también genera sus sombras.

Una lectura transversal de la obra de Alfonso Reyes, y es lo que me propuse demostrar en el primer capítulo de la tesis, permite conocer este curso del Humanismo europeo, desde su génesis hasta su recepción en hispanoamérica, gracias a los primeros humanistas españoles, misioneros católicos en su mayoría, cuyo afán evangelizador no se redujo a una imposición ciega de la fe, sino a un intento de inculturación de ella a partir de la comprensión de los modos de razonar, de expresarse y de la cosmovisión de los primeros habitantes del lugar (recordemos la obra de fray Bernardino de Sahagún). Una empresa extraordinariamente apropiada para la formación intelectual y espiritual de estos humanistas.

 Una vez finalizado el período fuertemente evangelizador, llegamos a la etapa virreinal en la que el humanismo novohispano consolidó su propia personalidad. Refiriéndose al campo de las letras, que fue el punto de vista de estudio del Humanismo de Alfonso Reyes, decía: (2) “En el siglo XVII, ya para la época de Valbuena y Eslava (…), es decir, muy desde el principio [del virreinato], la cultura y la producción se mexicanizaron: yo fijaría la última década del siglo XVI como momento en que eso ya se define (recuerda los sonetos antigachupines). De ahí Alarcón ya tan mexicano; y antes, Eslava ya lo es mucho. Hay que distinguir el mexicanismo real de ellos del descripcionismo de los cronistas. Las Casas, por ejemplo, se quedó siempre español: y de paso, hay que contribuir a su rehabilitación: es el príncipe de los historiadores de Indias, dice Américo Lugo. (…) En el siglo XVII México se hace cada vez más nacional literariamente, hasta llegar a Sor Juana y Sigüenza” (Henríquez Ureña, Pedro; Reyes, Alfonso, Epistolario íntimo: 1906-1946, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo 1981, p. 294-295).

El gachupín es el extranjero, español o francés que, en este momento se comienza a distinguir del español criollo que era el que componía, precisamente, los sonetos antigachupines. Lógicamente, cada país tuvo sus ritmos de inculturación siendo México, además de nación primogénita, una de sus máximas expresiones. Llegados a la época de las independencias, cuyo bicentenario acabamos de celebrar, conviene destacar que el curso del humanismo novohispano se vio envuelto en una situación de empobrecimiento y de falta de recursos, tanto por las sucesivas guerras devastadoras, como por la incapacidad de la Corona para dialogar con sus propios hijos que entraban en un período que podríamos llamar de adolescencia, no en el sentido comtiano de la expresión (de Comte) sino haciendo una comparación sencilla con la dinámica familiar. Además, la influencia de la Ilustración francesa, que empapó los modos de gobierno de la dinastía borbónica, disminuyó el paso de la tradición que apenas comenzábamos a asimilar. Tradición que no planteaba rupturas con el pasado ni con el cristianismo sino, al contrario, estimaba en mucho la herencia del humanismo grecolatino. Podemos decir que la diferencia esencial entre la Ilustración y el Humanismo consiste en la politización, dígase ideologización, de toda la esfera cultural y artística de la sociedad. El discurso, las letras, el arte, de tiñen de tintes revolucionarios al estilo de la Revolución Francesa. De allí la pronta efervescencia de los movimientos de independencia y el eventual desprecio de la tradición novohispana.

 Y llegamos así al siglo XIX. Es increíblemente veloz y breve la historia del continente americano. Como dice Alfonso Reyes: (3) “Llegada tarde al banquete de la civilización europea, América vive saltando etapas, apresurando el paso y corriendo de una forma en otra, sin haber dado tiempo a que madure del todo la forma precedente. A veces, el salto es osado y la nueva forma tiene el aire de un alimento retirado del fuego antes de alcanzar su plena cocción. La tradición ha pesado menos, y esto explica la audacia. Pero falta todavía saber si el ritmo europeo –que procuramos alcanzar a grandes zancadas, no pudiendo emparejarlo a su paso medio–, es el único “tempo” histórico posible; y nadie ha demostrado todavía que una cierta aceleración del proceso sea contra natura. Tal es el secreto de nuestra historia, de nuestra política, de nuestra vida, presididas por una consigna de improvisación. El coro: las poblaciones americanas se reclutan, principalmente, entre los antiguos elementos autóctonos, las masas ibéricas de conquistadores, misioneros y colonos, y las ulteriores aportaciones de inmigrantes europeos en general. Hay choques de sangres, problemas de mestizaje, esfuerzos de adaptación y absorción. Según las regiones, domina el tinte indio, el ibérico, el gris del mestizo, el blanco de la inmigración europea general, y aun las vastas manchas del africano traído en otros siglos a nuestro suelo por las antiguas administraciones coloniales. La gama admite todos los tonos. La laboriosa entraña de América va poco a poco mezclando esta sustancia heterogénea, y hoy por hoy, existe ya una humanidad americana característica, existe un espíritu americano. El actor o personaje, para nuestro argumento, viene aquí a ser la inteligencia”(“Notas sobre la inteligencia americana”, Última Tule [1942], XI, 82-83).

 La Opera Omnia de Alfonso Reyes se sitúa en la línea del humanismo americano. Teniendo en cuenta los diversos períodos de dominación cultural que hemos tenido, intentó reconocer el elemento netamente americano, lo cual no quiere decir indígena sino aquel que es el resultado de una fecundación, llamémosla mestizaje, que si bien no maduró suficientemente en todos los países, dejando en algunos innumerables deficiencias de carácter socio-educativo, no deja por ello de ser una realidad que tiene, como una de sus principales virtudes, el reconocimiento de la dignidad y de la familiaridad de los diversos grupos de personas y tradiciones: “Ningún mexicano puede recordar sin gratitud los afortunados esfuerzos que representan las Leyes de Indias, donde los hombres de hoy en día buscamos inspiraciones en la campaña para defender al indio, para salvaguardar los ejidos o propiedades comunales de los pueblos, y hasta para afirmar el dominio eminente del Estado sobre el subsuelo” (“México en una nuez”, Norte y Sur [1944], IX, 47-48).

Ningún español, ningún latinoamericano puede dejar de recordar sin gratitud este esfuerzo institucional de la corona española por salvaguardar la igualdad al menos en el plano jurídico y normativo. El proyecto del humanismo americano acompañó toda la trayectoria intelectual de Alfonso Reyes significó para él el esfuerzo por transmitir constantemente la tradición de humanismo occidental. En el análisis de Cuestiones Estéticas, su primera obra de ensayos de crítica literaria, se evidencia la mirada del humanista a la literatura, que busca resaltar lo humano, lo formativo, lo racional, por encima del elemento puramente esteticista, emotivo, de rebuscamiento intelectual, o de sofisma. Situaciones que Reyes siempre denunció en sus artículos de crítica literaria, como guardián de las letras que fue. En el ensayo acerca de las tres versiones de la tragedia griega de Electra, se acercó a la evolución de este género de la literatura clásica para sacar, nuevamente de los griegos, enseñanzas valiosas para nuestros escritores.

 Puede ser que a estas alturas de la discusión la audiencia se esté preguntando qué relación tienen estas reflexiones con la comunicación social institucional, área en la que me estoy doctorando. Para algunas será ya evidente. Me explico: La crisis política que atraviesa Venezuela, y otras naciones hispanoamericanas, y la posible crisis que puede avenirnos si se pone en discusión, como en Europa, las raíces culturales de los pueblos latinoamericanos, no es más que el reflejo, a mi modo de ver, de la profunda crisis de identidad y de cultura por la que estamos atravezando. Es posible afirmar que más del 70 por ciento de los venezolanos no conoce la historia de américa, y mucho menos la universal (sin contar con los que tienen una visión materialista y positivista de la historia de América, esto es poco humanista o anti-humanista).

 Me resultó profundamente impactante y comprometedora una idea de Alejandro Llano en la que decía que la incultura conduce a la incomunicación, y ésta es -empleando términos de Hannah Arendt en su trabajo sobre los Orígenes del totalitarismo- una forma de pretotalitarismo. La ausencia de cultura impide el crecimiento de la inteligencia americana, de una herencia del humanismo profundamente enriquecedora, defensora de la igualdad y de la dignidad de las personas, armonizadora de las diversas culturas, defensora de la unidad y no de la división, de la continuidad y no de las rupturas. Una cultura al servicio de la persona humana y no de una causa política. Son valores centrales en nuestros sistemas democráticos. 

 La ausencia de memoria histórica conduce a otro evento aún peor que es la afanosa búsqueda de modelos extranjeros con el fin de resolver problemas de índole socio-educativo y de explicar la historia nacional. La postura extrajerizante que mira hacia las ofertas políticas e ideológicas del positivismo francés, del liberalismo inglés, del comunismo ateo, etc., sin tener conciencia de una identidad propia enraízada en una tradición hispana, ha sido constante en nuestra historia intelectual de los siglos XIX y XX. Pero hay que reconocer que debemos a un grupo de pensadores modernos, un tanto rebeldes y románticos, la última invitación a volver la mirada hacia lo que somos, sin desdeñar el pasado, con la valentía de volver a él con una actitud un tanto revisionista que, aunque tampoco está exenta de peligros, en ocasiones puede arrojar luces y eliminar ciertos prejuicios ideológicos. Me refiero al movimiento español conocido como Generación del 98. Alfonso Reyes aparece plenamente imbuido en este grupo de intelectuales y se suma a ellos en el intento por defender la hispanidad. Así describía Reyes la postura de esta generación (5): "En España, la guerra de Cuba provocó una benéfica reacción: la efervescencia revisionista de la “Generación del 98”, antecedente inmediato de la Segunda República. Porque una cosa es el sentido hispano de la vida –hasta hoy jamás derrotado, sino lanzado siempre a nuevos rumbos en busca de otras aventuras– y otra cosa es la configuración jurídica que se llama el Estado español, y que ha vivido secularmente en continuo vaivén de pérdidas y ganancias, como acontece con todos los Estados. De todas suertes, la noción de decadencia de España –confusión entre lo espiritual y lo constitucional– vino pesando por varios lustros y ensombreciendo a los escritores españoles de nuestra época, que se preguntaban con angustia, sin duda porque aún no se asomaban a América o aún no tenían confianza en América: “¿En qué estriba la decadencia de España que los demás nos echan en cara? ¿Cuándo empezó y a qué se debe?” Y justo es decirlo: Nuestra América, que estrenaba apenas la toga pretexta, en quien todavía no maduraba la serenidad de su independencia política, contribuía no poco en la acusación y en el denuesto. La lucha, manifiesta o tácita, entre los indigenistas y los hispanistas de nuestra América se prolonga prácticamente por todo el siglo XIX, y todavía asoma bajo apariencias nuevas, como si la combinación de las especies espirituales se hubiera retrasado unos cuatro siglos respecto al mestizaje de sangres". (“Significado y actualidad de Virgen Spain”, Última Tule [1942], XI, 144-145.)

 La mirada del humanista hacia la historia es, quizás, uno de los aspectos más interesantes para la formación cultural de las personas, porque ayuda a adquirir una visión menos coyuntural y más profunda de los hechos que se van sucediendo, con el fin de comprender la enseñanza de nuestro “drama histórico” más allá de las vicisitudes que éste conlleva. Fue lo que intenté explicar en el último capítulo en el que hice un análisis de Visión de Anáhuac (1519), que es la primera interpretación de la conquista de México escrita por Alfonso Reyes. Termino con un fragmento de la conclusión de Visión de Anáhuac que nuevamente nos trae la imagen de la luz: (6)

“Cualquiera que sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia. Nos une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro —ni la obra de la acción común, ni la obra de la contemplación común—, convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz”.

Comentarios

Ana Mucientes dijo…
Gracias me encantó asistir ayer a tu defensa...nos vemos, Ana

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