
Para convivir bien por un mes, o por una breve temporada, basta con caerse bien mutuamente: con que haya química, feedback o empatía como se suele decir. Pero, para convivir toda una vida hacen falta disposiciones estables, hábitos de sana convivencia, virtudes que nos permitan superar las dificultades naturales que surgen en el trato entre personas, incluso entre quienes más se quieren. Entre ellas, podemos mencionar la paciencia, la cordialidad, el respeto, la prudencia, el espíritu de servicio, y muchas más. Pero vamos a detenernos en la afabilidad.
Resulta sumamente sencillo definir a una persona afable: Es alguien con quien se puede hablar fácilmente porque es asequible, cercano, fácil de trato. Santo Tomás de Aquino dedicó a esta virtud unas sabias palabras: "Del mismo modo que no es posible vivir en sociedad sin la verdad, es necesaria en la vida social la afabilidad, porque, como dice Aristóteles, «nadie puede aguantar un solo día de trato con un triste o con una persona desagradable». Por consiguiente, cada hombre está obligado, por un cierto deber natural de honestidad, a ser afable con quienes le rodean" (Suma Teológica, 2-2, q. 114, a. 2).

El paso del tiempo afecta notablemente las relaciones. A veces uno se pregunta: ¿Cómo es posible que estas personas se hayan querido alguna vez? Matrimonios sin comunicación o que viven lanzándose improperios; hijos que tratan con desprecio e irrespetan a sus padres; maestros agrios y resentidos que no se sabe por qué escogieron la profesión que, al parecer, más le disgustaba de todas. La evolución de las relaciones humanas las va erosionando, sufren desgastes afectivos por las mismas contrariedades de la vida, por los malos ratos, por los desengaños, por los altibajos. Llega un punto en el que esa agua de la cotidianidad acabó con todo lo que había, se lo llevó por delante.
Una dosis diaria de esta virtud, de empeño por vivir la afabilidad, puede prevenir esa erosión tan nociva de la rutina. Para eso, tenemos que combatir ciertos prejuicios:
1. No es hipocresía poner buena cara cuando no provoca sonreír.
2. No es falsedad fijar la atención sobre algo que no interesa.
3. No es malo fingir alegría ante una noticia que, en realidad, nos resulta indiferente, pero que al otro le agrada.
4. No perdemos tiempo cuando atendemos a una persona hasta el final, aunque disminuya el tiempo de trabajo, sobre todo cuando se ejercen cargos directivos.
A veces pensamos que la hipocresía consiste en no mostrar los sentimientos tal y como vienen al momento. Se trata de una gran falsedad. Hipócrita es el que finge por motivos de interés egoísta y para conseguir un beneficio; no el que se esfuerza por tratar al otro con delicadeza e interés. Además, todos sabemos que el mundo afectivo de cada uno es sumamente plástico, moldeable. Se puede orientar hacia realidades que en un principio no nos atraían, y luego terminan por gustarnos. Orientando los sentimientos hacia el bien, hacia el otro, hacia lo que agrada a los demás ¡cuánto terreno podemos ganar al egoísmo, si procuramos

Otro hábito frecuente que puede ir en contra de esta buena disposición de la afabilidad, está en el modo de corregir. Cuando se llama la atención a una persona no hace falta hacerlo con un tono agrio, enfadado o excesivamente serio. Se puede corregir esbozando una sonrisa y con palabras suaves. Pero a veces es inevitable mostrar la molestia, entonces es bueno pedir disculpas, recoger a la persona, gastarle una broma, tener un detalle de cercanía con ella, etc., aunque haya que insistir en lo que estuvo mal.
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