¡Tarde pero seguro! Siguiendo las notas musicales, tocaremos la virtud de la solidaridad.
Una primera idea que nos puede ayudar a entender la vigencia y el valor de este buen hábito, es recordar que la solidaridad es una virtud que inventó la Modernidad, ya que fue uno de los valores propuestos por la Ilustración francesa. Posteriormente, se declaró el Derecho Humano de los Pueblos, también llamado Derechos de Solidaridad, en los años 80. Por último, la Doctrina Social de la Iglesia Católica apeló nuevamente a esta virtud como uno de los pilares de la justicia social y del humanismo integral de las naciones. Es decir, existe un sentir general, una especie de clamor unánime acerca de la importancia de fomentar esta actitud entre los ciudadanos de nuestro tiempo.
Si la solidaridad se reconoce como un derecho humano, entonces su ejercicio constituye un deber fundamental, que obliga a todo aquel que quiera vivir en sociedad. Me atrevería a decir que la solidaridad que estamos llamados a cultivar involucra no sólo una serie de acciones aisladas de voluntariado, labor social o campañas internacionales de la UNESCO, sino, sobre todo, exige acoger un estilo de vida "que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 19).
Existe un vínculo de interdependencia entre todos los miembros de una sociedad. Como punto de partida podemos decir que la solidaridad implica, más allá de una serie de acciones, una conciencia cada vez más plena de los vínculos que nos unen a los demás. No somos autosuficientes, no somos tan independientes por el hecho de tener especiales cualidades o talentos, juventud, energía o creatividad. Necesitamos de los demás para conseguir nuestros fines, entre ellos el más importante: la felicidad.
Sobre el valor de la solidaridad se construye una sociedad justa. La justicia no llega a ser una realidad, constatable en una comunidad de personas, únicamente si cada uno se preocupa por lo suyo. Siempre habrá personas vulnerables, enfermas o con limitaciones de cualquier índole, que exigirán un especial cuidado, una generosidad para con ellas, un comportamiento solidario.
La interdependencia de "todos para con todos" nos lleva a considerar el principio de la igualdad: si nos necesitamos mutuamente para alcanzar los fines ¿por qué tanta desigualdad? ¿por qué unos no tienen y a otros les sobra? Muchas veces uno escucha por ahí la frase "tiene todo eso porque es muy trabajador, emprendedor, inteligente, etc.", y eso es muy cierto pero ¿no es verdad también que sin la ayuda diaria, continua, operativa de los demás -a veces de los más pobres- no hubiese podido alcanzar esas metas o bienes de los que ahora goza?
La solidaridad es mucho más que un deber o un derecho. Se trata de vivir en la realidad de que no somos autosuficientes, de que no nos bastamos a nosotros mismos; necesitamos a los demás y, por eso mismo, estamos llamados a compartir, a construir una sociedad en la igualdad y en la participación común de los bienes obtenidos, respetando siempre la libertad personal. La solidaridad no se puede imponer, se enseña como camino para la auténtica realización personal.
Además de procurar vivir en la realidad de nuestra interdependencia, para ser solidarios hace falta cultivar una conciencia de gratitud y de deuda. Mucho hemos recibido de la cultura, las instituciones, la nación y la familia a la que pertenecemos. Por lo tanto, estamos en deuda. Esto nos llama a entregar a las próximas generaciones las riquezas y los dones sociales recibidos igual o en mejores condiciones que como los recibimos. No podemos dejar atrás un país empeorado, una sociedad denigrada, una cultura prácticamente saqueada porque ha perdido su sabiduría, su lengua, sus tradiciones y sus espacios públicos. Todo esto forma parte ¡cómo no! de la virtud de la solidaridad.
Una primera idea que nos puede ayudar a entender la vigencia y el valor de este buen hábito, es recordar que la solidaridad es una virtud que inventó la Modernidad, ya que fue uno de los valores propuestos por la Ilustración francesa. Posteriormente, se declaró el Derecho Humano de los Pueblos, también llamado Derechos de Solidaridad, en los años 80. Por último, la Doctrina Social de la Iglesia Católica apeló nuevamente a esta virtud como uno de los pilares de la justicia social y del humanismo integral de las naciones. Es decir, existe un sentir general, una especie de clamor unánime acerca de la importancia de fomentar esta actitud entre los ciudadanos de nuestro tiempo.
Si la solidaridad se reconoce como un derecho humano, entonces su ejercicio constituye un deber fundamental, que obliga a todo aquel que quiera vivir en sociedad. Me atrevería a decir que la solidaridad que estamos llamados a cultivar involucra no sólo una serie de acciones aisladas de voluntariado, labor social o campañas internacionales de la UNESCO, sino, sobre todo, exige acoger un estilo de vida "que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad" (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 19).
Existe un vínculo de interdependencia entre todos los miembros de una sociedad. Como punto de partida podemos decir que la solidaridad implica, más allá de una serie de acciones, una conciencia cada vez más plena de los vínculos que nos unen a los demás. No somos autosuficientes, no somos tan independientes por el hecho de tener especiales cualidades o talentos, juventud, energía o creatividad. Necesitamos de los demás para conseguir nuestros fines, entre ellos el más importante: la felicidad.
Sobre el valor de la solidaridad se construye una sociedad justa. La justicia no llega a ser una realidad, constatable en una comunidad de personas, únicamente si cada uno se preocupa por lo suyo. Siempre habrá personas vulnerables, enfermas o con limitaciones de cualquier índole, que exigirán un especial cuidado, una generosidad para con ellas, un comportamiento solidario.
La interdependencia de "todos para con todos" nos lleva a considerar el principio de la igualdad: si nos necesitamos mutuamente para alcanzar los fines ¿por qué tanta desigualdad? ¿por qué unos no tienen y a otros les sobra? Muchas veces uno escucha por ahí la frase "tiene todo eso porque es muy trabajador, emprendedor, inteligente, etc.", y eso es muy cierto pero ¿no es verdad también que sin la ayuda diaria, continua, operativa de los demás -a veces de los más pobres- no hubiese podido alcanzar esas metas o bienes de los que ahora goza?
La solidaridad es mucho más que un deber o un derecho. Se trata de vivir en la realidad de que no somos autosuficientes, de que no nos bastamos a nosotros mismos; necesitamos a los demás y, por eso mismo, estamos llamados a compartir, a construir una sociedad en la igualdad y en la participación común de los bienes obtenidos, respetando siempre la libertad personal. La solidaridad no se puede imponer, se enseña como camino para la auténtica realización personal.
Además de procurar vivir en la realidad de nuestra interdependencia, para ser solidarios hace falta cultivar una conciencia de gratitud y de deuda. Mucho hemos recibido de la cultura, las instituciones, la nación y la familia a la que pertenecemos. Por lo tanto, estamos en deuda. Esto nos llama a entregar a las próximas generaciones las riquezas y los dones sociales recibidos igual o en mejores condiciones que como los recibimos. No podemos dejar atrás un país empeorado, una sociedad denigrada, una cultura prácticamente saqueada porque ha perdido su sabiduría, su lengua, sus tradiciones y sus espacios públicos. Todo esto forma parte ¡cómo no! de la virtud de la solidaridad.
Comentarios
@atilioromerostc Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas. Madre Teresa de Calcuta #TrabajoEnEquipo"