Viernes 5 de septiembre de 2014 12:00 AM
Al científico Albert Einstein se deben estas palabras: "Si algo he aprendido en mi larga vida es que toda nuestra ciencia, contrastada con la realidad, es primitiva y pueril; y, sin embargo, es lo más valioso que tenemos". Que una de las mentes más brillantes que posee la Humanidad haya considerado desechables sus teorías si éstas no superaban las pruebas pertinentes, nos habla de que la verdadera actitud científica exige honestidad. Einstein mantuvo durante su carrera una posición completamente opuesta al dogmatismo de sus contemporáneos Marx y Freud quienes, por el contrario, fueron capaces de inventar resultados, manipular documentos y construir ficciones para demostrar sus supuestos "hallazgos" y soluciones "científicas" a problemas humanos.
Es maravilloso construir teorías, formular hipótesis y concebir ideas para conocer las causas de los fenómenos, para mejorar la calidad de vida de las personas y para resolver los problemas. La ciencia avanza por inventiva, por inspiración. Las leyes de la naturaleza y los modelos exitosos no se manifiestan solos, los descubre el ser humano con métodos de comprobación y de experimentación, pero sobre todo con mucha imaginación para concebir soluciones y proponer respuestas a las incógnitas que se van planteando a lo largo de la historia.
Pero para hacer verdadera ciencia no basta la imaginación; hace falta mantenerse abiertos, sinceros y respetuosos de las cosas. La diferencia entre una teoría y una ideología es que la primera tiene un basamento en la realidad, mientras que la segunda sólo se fundamenta en la voluntad del individuo. Para los griegos theoria equivalía a visión, es decir, a una posesión de la realidad en cierto modo definitiva hasta que la misma evidencia demuestre lo contrario.
El problema del voluntarismo dogmático es que se olvida de la visión hacia afuera, se vuelve hermético y se la pasa mirando su propio ombligo: sus complejos, intereses, miedos, resentimientos y puntos de vista. Por eso sus discusiones casi nunca son serenas, están cargadas de apasionamiento, discrepancias, sentencias y condenas. Si el marxismo, por ejemplo, fuera un mero sistema socioeconómico se defendería con ideas y conceptos, no con pasiones y consignas. Si el modelo comunista es un fracaso rotundo en el mundo entero, que no resuelve nada de lo que se proponía resolver, los primeros interesados en evidenciarlo deberían ser sus propios defensores. Pero todo lo
que pueda sonar a rectificación les genera un instintivo rechazo emocional, como si estuvieran criticando a su madre, cuando en realidad lo que se discute no son los sentimientos ni afinidades de nadie, sino la evidencia de una teoría económica, científica. Por eso, el problema no es técnico ni de método, sino ético; no es el modelo o la idea sino la falta de honestidad a la hora de verificarlo. Otro tema es la desconfianza: no creen en la buena fe de quien pregunta o cuestiona las cosas, sino que inmediatamente le asignan una etiqueta: enemigo, capitalista, burgués, apátrida, viendo en él una intención perversa en todo lo que dice y propone.
A todas éstas uno se pregunta ¿cuál es la atracción que el marxismo ejerce en sus partidarios? De manera dogmática y rotunda ofrece un ideal de vida, de lucha y de igualdad a quienes experimentan un profundo anhelo social. Este deseo incumplido es, en cierta medida, debemos decirlo, el resultado de unas prácticas liberales y capitalistas sumamente abocadas al progreso material individual, poco sensibles a los asuntos éticos, a las necesidades espirituales de las personas, que pasa por encima de las injusticias que el mismo sistema genera, y se olvida de la atención a los más débiles y necesitados. Ésta es la verdadera crítica al capitalismo que los comunistas no tienen moral para hacer, pues ellos también están embuchados de materialismo y falta de realismo.
Entre tanto, mientras unos y otros gobiernan, el mismo pueblo, el de siempre, se empobrece y pasa hambre; sucumbe al fracaso de quienes no quieren ver la raíz del problema, sino aplicar las mismas faltas éticas coloreadas de diversas ideologías. Como decía Benedicto XVI: "El gran desafío que tenemos es mostrar, tanto en el orden de las ideas como en el de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria".
Toquemos fondo: lo que nuestra Venezuela petrolera necesita, con absoluta urgencia, es lo que el petróleo no puede dar pero sí la familia: gente recta y solidaria; virtuosa.
@mercedesmalave
Es maravilloso construir teorías, formular hipótesis y concebir ideas para conocer las causas de los fenómenos, para mejorar la calidad de vida de las personas y para resolver los problemas. La ciencia avanza por inventiva, por inspiración. Las leyes de la naturaleza y los modelos exitosos no se manifiestan solos, los descubre el ser humano con métodos de comprobación y de experimentación, pero sobre todo con mucha imaginación para concebir soluciones y proponer respuestas a las incógnitas que se van planteando a lo largo de la historia.
Pero para hacer verdadera ciencia no basta la imaginación; hace falta mantenerse abiertos, sinceros y respetuosos de las cosas. La diferencia entre una teoría y una ideología es que la primera tiene un basamento en la realidad, mientras que la segunda sólo se fundamenta en la voluntad del individuo. Para los griegos theoria equivalía a visión, es decir, a una posesión de la realidad en cierto modo definitiva hasta que la misma evidencia demuestre lo contrario.
El problema del voluntarismo dogmático es que se olvida de la visión hacia afuera, se vuelve hermético y se la pasa mirando su propio ombligo: sus complejos, intereses, miedos, resentimientos y puntos de vista. Por eso sus discusiones casi nunca son serenas, están cargadas de apasionamiento, discrepancias, sentencias y condenas. Si el marxismo, por ejemplo, fuera un mero sistema socioeconómico se defendería con ideas y conceptos, no con pasiones y consignas. Si el modelo comunista es un fracaso rotundo en el mundo entero, que no resuelve nada de lo que se proponía resolver, los primeros interesados en evidenciarlo deberían ser sus propios defensores. Pero todo lo
que pueda sonar a rectificación les genera un instintivo rechazo emocional, como si estuvieran criticando a su madre, cuando en realidad lo que se discute no son los sentimientos ni afinidades de nadie, sino la evidencia de una teoría económica, científica. Por eso, el problema no es técnico ni de método, sino ético; no es el modelo o la idea sino la falta de honestidad a la hora de verificarlo. Otro tema es la desconfianza: no creen en la buena fe de quien pregunta o cuestiona las cosas, sino que inmediatamente le asignan una etiqueta: enemigo, capitalista, burgués, apátrida, viendo en él una intención perversa en todo lo que dice y propone.
A todas éstas uno se pregunta ¿cuál es la atracción que el marxismo ejerce en sus partidarios? De manera dogmática y rotunda ofrece un ideal de vida, de lucha y de igualdad a quienes experimentan un profundo anhelo social. Este deseo incumplido es, en cierta medida, debemos decirlo, el resultado de unas prácticas liberales y capitalistas sumamente abocadas al progreso material individual, poco sensibles a los asuntos éticos, a las necesidades espirituales de las personas, que pasa por encima de las injusticias que el mismo sistema genera, y se olvida de la atención a los más débiles y necesitados. Ésta es la verdadera crítica al capitalismo que los comunistas no tienen moral para hacer, pues ellos también están embuchados de materialismo y falta de realismo.
Entre tanto, mientras unos y otros gobiernan, el mismo pueblo, el de siempre, se empobrece y pasa hambre; sucumbe al fracaso de quienes no quieren ver la raíz del problema, sino aplicar las mismas faltas éticas coloreadas de diversas ideologías. Como decía Benedicto XVI: "El gran desafío que tenemos es mostrar, tanto en el orden de las ideas como en el de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria".
Toquemos fondo: lo que nuestra Venezuela petrolera necesita, con absoluta urgencia, es lo que el petróleo no puede dar pero sí la familia: gente recta y solidaria; virtuosa.
@mercedesmalave
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