Para no caer en romanticismos ni demagogias habría que dar una respuesta apegada a la definición, con el riesgo de resultar chocante a la que parece ser la mentalidad dominante contemporánea: Milito en un partido político porque aspiro al poder público. De hecho, la definición de Giovanni Sartori es precisa al respecto: un partido es “cualquier grupo político que se presenta a elecciones y que puede colocar mediante ellas a sus candidatos en puestos públicos”.
Pero esta declaración de principios, suerte de guía de sentido, nos expone frente a los ciudadanos y desvela a "vox populi" nuestra más profunda intención y aspiración. Por eso, la militancia partidista puede ser, aunque parezca paradójico, el ejercicio de una suerte de purificación de la intención de poder. Antes de continuar, no olvidemos que para muchos filósofos y teólogos, inclusive, la vocación política es las más digna, noble y elevada llamada que puede recibir una persona en sociedad.
Los partidos políticos ofrecen una serie de elementos que garantizan, si se aprovechan adecuadamente, no sólo el acceso al poder sino también su regulación y buen ejercicio. Veamos:
a) Poseen una doctrina o credo con convicciones sólidas y claramente definidas, al punto que aceptarlas implica renunciar a otros partidos que son totalmente diferentes. No se sigue ni se actúa imitando a una persona, ni un liderazgo personal, sino una doctrina.
b) Tienen un programa que debe responder, básicamente, a las preguntas ¿para qué quiero
el poder? y ¿qué voy a hacer con él? El programa obliga a definir, en líneas generales, las políticas públicas que se van a impulsar; de manera que no soy yo, ni mis ideas, ni mis opiniones, lo que llevaré a cabo una vez en el poder, sino un conjunto de proyectos debatidos y discutidos previamente.
c) Establecen un conjunto de reglas, lo cual es sumamente importante porque un partido no es la plataforma o instancia de nadie, ni siquiera de sus fundadores; no es una empresa privada ni familiar. De velar por este principio de legalidad y orden pre-establecido se encargan muy bien los demás miembros del partido, que son personas con idéntica o mayor vocación al poder que sus fundadores. Un partido debe tener sus propios mecanismos de toma de decisiones, de elecciones, de mística de gobierno, obligaciones, sanciones, etc. Debe, por tanto, gozar de cierta formalidad normativa, de lo contrario sus miembros no serían dignos de la confianza de un pueblo para gobernar.
d) Conforman una estructura, en la que se establece cómo se gobierna, qué organismos funcionan a lo interno y para qué fines sociales específicos. La estructura partidista debe estar a la orden de todos sus militantes, ya sea en los procesos de afiliación, formación,
campañas electorales y comunicación. Deben tener una estructura territorial bien pensada, capaz de llegar a todos los ciudadanos, según su ubicación geográfica (estado, municipio, parroquia, urbanizaición) así como también según su afinidad (jóvenes, sindicalistas, campesinos, empresarios, maestros, intelectuales).
d) Tienen órganos de dirección que se reparten la toma de decisiones, la concepción del mensaje, la revisión permanente de la estructura, las guías de formación y afiliación al partido.
e) Poseen un modo de financiamiento, lo cual es crucial. Existen dos modelos: el financiamiento público
y el financiamiento privado. Con el financiamiento público se cuida que los partidos no queden en "mora" con grandes empresas que luego influyan en su modo de gobernar, descuidando los intereses del colectivo. Con el financiamiento
privado se busca que las empresas contribuyan a mantener la democracia, el pluralismo, el liderazgo, por lo tanto se debe llegar a un justo medio de sostenimiento entre lo público y lo privado.
Todos sabemos que la política es un campo de confrontación ideológica y de liderazgo constante: "Cuando hablamos de política -observa Fernando Mires- estamos formando parte de la historia de un mundo al que llegamos no sólo para vivirlo sino también para disputarlo". Ser político es una decisión libre, una vocación peculiar que, una vez que se recibe y se quiere ejercer, debe entrar en el "terreno de juego", comenzar a militar en el bando político que más se acerque a sus principios, ganar prestigio entre sus compañeros, construir su propio liderazgo interno. Allí aprende a competir y se prepara para disputar los cargos públicos, con miras a realizar el programa de bien común que es bandera de su partido, y no de sus propias ideas o fines personales. Además sabe que si llega al poder es gracias al partido y, en parte, al mérito de sus compañeros.
Los partidos políticos, así entendidos, fortalecen el liderazgo democrático porque tienen sus propios mecanismos de equilibrio y control del poder . Son bastiones de pluralismo, de debate, de agrupación según ideales, y son verdaderas escuelas de formación ciudadana. Una persona que ostenta el poder político no puede desentenderse de los que son como él; no son como un empresario que sólo necesita subordinados para funcionar y cumplir sus metas. La tarea del político exige estar con los demás políticos, moverse en su mismo terreno, jugar con las mismas reglas, y cultivar las mismas virtudes de honradez, respeto, desprendimiento y magnanimidad.
Seamos sinceros: muchos que ostentan el poder de manera soberbia y sin cortapisas no les interesa militar en los partidos, simplemente porque no soportan tal pluralidad y democracia. Prefieren imponer su criterio, sus modos, decisiones y gustos sin tener que pasar por las instancias de otras voluntades, sin tener que consultar a otros. Un partido es el mejor tejido para la democracia, es su garantía y su bastión, su savia vital.
Ciertamente, la conquista del poder político puede llegar a corromper. Pero dejemos este tema para otro artículo pues, una vez alcanzado el poder, el político tiende a retirarse de su partido, a interactuar con otros factores de la sociedad, y a tener otro tipo de relaciones humanas. ¿No serán éstos, más bien, los propiciadores de vicios políticos? No mezclemos lo que en realidad suele estar separado.
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