Temblamos de pavor cuando o í mos a esas voces sabias del pa í s decir que la crisis de Venezuela, mucho m á s que una crisis pol í tica o econ ó mica, es una crisis moral. Es pavoroso porque, aun sumando todos nuestros esfuerzos en la b ú squeda de una soluci ó n pac í fica, constitucional y electoral para recuperar la democracia, parece que nos quedamos cortos a la hora de dar con la soluci ó n a los problemas. Notamos la magnitud de esta crisis en todas partes: delincuencia, droga, embarazo adolescente, aborto, alta tasa de divorcios, fraudes, estafas, narcotr á fico, prostituci ó n creciente, deserci ó n escolar, intolerancia, conducta violenta en las calles, lenguaje soez, mentiras por doquier, etc. Sin duda, Venezuela est á sumida en una profunda crisis de valores que dif í cilmente resolveremos de la noche a la ma ñ ana; al contrario, si no acertamos en el rumbo puede que, con todo y democracia, empeoremos. El caso europeo es elocuente al respecto.