E l diplomático y escritor francés Paul Claudel describió la condición del cristiano del siglo XX como la de un náufrago. En tiempos tan convulsos, donde prevalecen ideologías ateas, crisis moral y pérdida del sentido trascedente de la vida, el cristiano es como un navegante cuya barca pereció ante las terribles tempestades. El navegante quedó solo en el inmenso mar sostenido por un madero que le permite flotar en el agua. El madero, dice Claudel, es la cruz. Ya sea sobre la mar o sobre el abismo –recordemos el cuadro de la Crucifixión de Salvador Dalí–, un simple madero es lo que salva del abismo y de las mareas de muerte de las ideologías circundantes: “en último término –dice Claudel–, el madero es más fuerte que la nada, que está a sus pies, pero que sigue siendo el poder que amenaza su existencia actual”.