- I. El valor utilitario del saber.
II. El realismo filosófico y la cuestión crítica.
III. Elementos de teoría del conocimiento.
"La verdad no tiene substituto útil"(Leonardo Polo)
I. El valor utilitario del saber
Positivismo y deshumanización
El positivismo afirma que la acción práctica y su eficacia son lo único que importa; juzga que el conocimiento sólo es valioso para algo distinto de conocer; en especial, para producir artefactos útiles o potentes. ¿Es verdadera esta teoría?
La mentalidad positivista reduce el valor del conocimiento a su aspecto instrumental, y como el saber técnico vale por el resultado, relega el valor de la verdad al éxito o la utilidad del artefacto; por lo tanto, el saber no vale por sí mismo. Por otra parte, para el positivismo la teoría no tiene prioridad, no es válida sino en cuanto encaminada a desarrollar los medios. Tal mentalidad sólo reconoce un "saber": la técnica. Si los medios técnicos aseguran la satisfacción de las necesidades –opina–, ya basta, no hace falta más. En este sentido, el positivismo es una teoría falsa, pero también un desorden: el orden correcto subordina los medios al fin. Supeditarlo todo a los medios es, en realidad, negar el fin como tal; en efecto, si todo debe ser útil, sólo hay medios. Pero si sólo hay medios, ni eso hay. La realidad del medio es llevar al fin. Si se suprime el fin, se suprimen los medios, pues ya no son "para" nada.
El desorden resultante de no reconocer la supremacía del saber teorético, su misión de gobernar la cultura, tiene unas consecuencias incalculables: deja la cultura a la deriva, no ya al servicio del hombre, desorientada. Entonces sobreviene la deshumanización, porque con facilidad se invierten los términos correctos y el hombre se convierte en un instrumento para la técnica, la producción, las leyes, el Estado, etc.
Un ser está desnaturalizado cuando se ve privado de su fin. La deshumanización es una desnaturalización, el resultado de tratar al ser humano como si fuera un medio (como si el hombre fuera para las cosas). En tal caso, el hombre se vuelve esclavo del artefacto: la cultura no lo libera, no parece constituida por un conjunto de bienes, sino que atrapa al hombre y lo esclaviza.
Manipular a las personas es tratarlas como instrumentos al servicio de algo, usar a las personas, sea para la causa política de una revolución, o la causa económica del progreso material, etc. En todo caso, manipular al ser humano es un gravísimo desorden, un mal objetivo. Si una cultura aceptara como "normal" esta inversión ya no respondería a la definición de cultura, porque no aseguraría "bienes" al servicio del hombre; tanto el comunismo como el capitalismo han fomentado este desorden deshumanizador, poniendo la vida al servicio ya fuera de una utopía política o de la riqueza material.
El mayor problema de la "sociedad tecnológica" radica en la difusión universal de una ideología positivista y pragmática, que no reconoce valores absolutos, ni siquiera el de la vida humana. La aceptación social del aborto, del uso de embriones humanos, de la eutanasia, etc., son formas de supeditar la vida humana al capricho o deseo de algo distinto: la calidad de vida, el rendimiento económico, la utilidad, etc.
Positivismo "versus" humanismo
El pensamiento utilitario lleva a la deshumanización. Se ve así que afirmar la prioridad de la teoría sobre la acción es la única garantía de un orden humano: las cosas son para las personas; los bienes de la cultura sirven para la vida de espíritu, no a la inversa.
El problema capital de la cultura es el humanismo; la técnica abandonada a sí misma se vuelve una amenaza. En la literatura del siglo XX la utopía ha cambiado de signo; ya no imagina la sociedad ideal, sino la más inhumana. El futurismo catastrofista (en la literatura, el cine, etc.) presenta una constante apelación al respecto y al sentido de responsabilidad. Mientras la utopía del siglo XIX era el progreso por la acción, la conquista del futuro (Ernts Bloch, El Principio Esperanza); la utopía del siglo XX es la misma humanidad, recuperar una cultura acogedora de la vida (Hans Jonas, El Principio Responsabilidad).
El pragmatismo y el utilitarismo (otorgando prioridad a la acción sobre la teoría), consideran el saber artificioso, como si no reflejara un orden real, que existe con independencia de nosotros.
El relativismo, el subjetivismo y todas las maneras de considerar el saber como si fuera mera invención útil, son filosofías incorrectas, extrañas al realismo. Si no conociéramos ciertamente seres reales, puesto que de hecho conocemos, sería verdad lo que cada uno viera, por el hecho de verlo. No haría falta que el conocimiento se ajustara al ser de las cosas, para ser verdadero ( no habría "ser real"). En esta extraña hipótesis sólo quedaría el hecho de que se conocería; el mero hecho de experimentar conocimiento, sería toda la verdad y también toda la realidad. Por lo tanto, la realidad y la ficción (o el sueño) no se podrían distinguir; como las ficciones, lo real sería creación de la mente; y, como lo verdaderamente real, las ficciones gozarían de existencia –autónoma– una vez inventadas. Pero eso constituye la mayor amenaza imaginada. Es significativa la insistencia en esa pesadilla que se aprecia en los relatos modernos (Big Brother, The Matrix,etc.)
Quien suponga que la utilidad es lo más alto, no podrá advertir qué es la ciencia o la sabiduría; le parecerá que todo es cultura y, naturalmente, la cultura es relativa, pues la esencia de la utilidad es hacer relación a otra cosa, para la que sirve. En resumen, si todo fuese cultura, todo sería relativo (y cambiante); y sólo existiría un tipo de saber, la técnica, o saber aplicado. Sería válido el ideal de Comte: "Saber es poder"; "saber para proveer". Pero si este relativismo utilitarista fuera cierto, no tendría prioridad la teoría; más aún: no conoceríamos la realidad. Pero conocemos la realidad y el pensamiento juzga de todo. Es erróneo, y peligroso, reducir el saber entero a cultura, o a utilidad. El positivismo (y el utilitarismo, el pragmatismo, etc.) es un error filosófico y una amenaza para la vida.
II. El realismo filosófico y la cuestión crítica
El realismo filosófico de J. Balmes
Como los grandes pensadores realistas, Balmes afirma que, en lo absoluto, la prioridad corresponde al ser de las cosas. En él se funda la verdad; y conocer la verdad es la finalidad de la investigación. Pensar bien es un arte, porque se puede pensar mal. Somos limitados, caemos en errores. Así pues, no interesa pensar por pensar, sino para conocer la verdad. Este es el principio de El Criterio: pensamos bien cuando conocemos la verdad o la buscamos:
"El pensar bien consiste: o en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella. La verdad es la realidad de las cosas. Cuando las conocemos como son en sí, alcanzamos la verdad; de otra suerte, caemos en error". (Jaime Balmes, El Criterio, I, § 1)
El primer párrafo de El Criterio –la obra más conocida de Balmes– es una fórmula explícita de realismo filosófico. Observa que hay formas de pensar válidas, así como también las hay no válidas. Si el pensamiento es valedero, es realista, atento a la verdad que radica en las cosas, más que al hecho de discurrir; no consiste en invenciones ni ficciones: la «verdad es lo que es», dice San Agustín. «Realismo» significa, pues, atención y respeto a las cosas mismas (del lat. res, cosa).
Pero la verdad no es rígida: las hay de muchos tipos, ya que en las cosas hay muchos aspectos.
El Criterio, de J. Balmes –representativo de la "filosofía del sentido común"– es sencillo y profundo a la vez. Seguramente es el libro más veces editado de nuestra filosofía moderna.
Características del realismo filosófico
La verdad es la realidad, el ser de las cosas. El realismo se formula así: "podemos conocer el ser real". Por otra parte, realismo no es solo una teoría filosófica, sino la actitud correcta ante el pensamiento y la acción.
Al realismo se contraponen el escepticismo y el relativismo. La diferencia principal no es –como podría parecer– que esas actitudes nieguen, o cuestionen, que conocemos el ser. La mayor diferencia entre la filosofía realista y las que no lo son radica en lo que cabe llamar espíritu de aceptación. Este espíritu o actitud capacita para advertir la realidad; por el contrario, si intercalamos una pretensión operativa entre nosotros y la realidad, no podemos reconocer que ella es lo que es; sólo interesará modificarla, intervenir para cambiarla o extraer de la naturaleza cosas útiles, bienes, etc. La actitud teorética –a la que corresponde la prioridad–, es de aceptación y respeto: no pretende modificar lo real sino conocerlo. Así como un espejo es mejor cuanto menos interviene, dejando que en su superficie se reflejen las cosas, la teoría o especulación (del lat.speculum, espejo) no interviene modificando la realidad: se limita a reflejarla.
La primera y elemental aceptación es que hay ser, y que hay conocimiento de la realidad; y que poseemos una auténtica «aptitud para conocer el ser». Aceptar la realidad resulta ser, a la vez, la aceptación de nuestra razón, capaz de la verdad.
Para el realismo, el conocimiento no es algo a lo que se deba llegar, el término de un esfuerzo o conquista; no, del conocimiento del ser partimos. No hay que llegar a él, lo tenemos ya. Se trata de un principio: el ser es, nuestro conocimiento es "del ser". Justamente por partir de este principio, podemos aprender cosas nuevas: el descubrimiento y el progreso sólo son concebibles si el punto de partida es firme. Por el contrario, si tuviéramos que "llegar" a un primer conocimiento, eso significaría que partíamos del desconocimiento o de la duda. En tal caso, jamás llegaríamos a saber, ni a estar seguros.
Caracterización del escepticismo y del relativismo
El escepticismo niega la existencia del conocimiento. Para el escéptico no conocemos la verdad, no cabe decidir si conocemos o no conocemos. Las razones de los escépticos son básicamente dos: nos equivocamos –los sentidos se engañan–, y existe una diversidad de escuelas filosóficas. La fórmula mas radical la debemos al sofista Gorgias de Leontino (s. V a. C), autor de esta triple tesis: "El ser no es. Si el ser es, no es conocido. Si alguien lo conociera, no lo podría expresar con palabras".
El relativismo no niega que "hay" conocimiento; niega que sea "del ser". El conocimiento es un fenómeno: aparece para alguien; no es la manifestación del ser real, sino alguna apariencia observada por un cognoscente. Su fórmula clásica es de otro sofista, Protágoras de Abdera (s. V a. C.) que afirmó: "El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, en tanto que son; de las que no son, en tanto que no son. Pero yo soy hombre y tu eres hombre..." No puedo decir que el aire es frío ni caliente, si a ti te refresca y a mi me hace temblar, por lo tanto, las cosas en sí mismas no son calientes ni frías, buenas ni malas, grandes ni pequeñas, reales o irreales... ¿Qué, pues? Son apariencias o "fenómenos", lo que se ve, lo que le parece a uno.
El escepticismo niega el conocimiento. El relativismo niega el ser conocido. No existe el conocimiento, o no existe el ser absoluto. Dos maneras de pensar que se ponen, automáticamente, al margen del realismo; porque éste consiste en afirmar que somos capaces de conocer el ser real.
El relativismo se diversifica en tantas modalidades con términos a los cuales el conocimiento se dice relativo. Así, se llama "subjetivismo" si hay tantos conocimientos como individuos; subjetivismo es el relativismo del sujeto. En cambio el "sociologismo" es relativismo colectivo: cada colectividad tiene "su" verdad. Si la verdad es relativa a una colectividad social separada en el espacio, se habla de "relativismo cultural"; si separada en el tiempo, "relativismo historicista". Desde esta óptica, tanto el individualismo como el colectivismo son relativistas.
Valoración crítica del escepticismo
El escepticismo y el relativismo están en la "moda" intelectual; gozan hoy de "buena prensa", están bien vistos y son considerados actitudes moderadas, tolerantes, de modo que, en la práctica, quedan fuera de discusión: criticarlos puede parecer falta de respeto. Pero el escepticismo es lógicamente inconsistente y humanamente inviable. Ahora, si ello es así, tal vez nadie sea realmente escéptico.
El escepticismo no afirma (ni niega) nada, porque –dice– lo único seguro es que todo es inseguro: sólo tenemos dudas, ninguna certeza. No sabemos nada. Así se expresa el escéptico. Examinemos tales razones con sentido crítico. Son razones de razonadores, pero no razonables. Dicen que no pueden afirmar ni negar, ya que no saben. Pues bien, eso mismo –les preguntamos– ¿lo sabéis o no lo sabéis? Si lo saben, el escepticismo es falso: conocen y afirman. Si no lo saben, ¿por qué lo dicen? ¿Que crédito merecen quienes reconocen no saber de qué hablan? El escéptico merecería nuestro respeto si, siendo consecuente, no dijera ni una palabra: no podría hablar, porque no podría afirmar ni negar nada; tampoco podría formular preguntas, pues demostraría saber qué ignoraba y escoger las palabras. No pudiendo escoger una palabra mejor que otra, un escéptico coherente callaría. No haría señas, ni gestos, porque son significativos, y muestran saber qué se quiere expresar. En fin, ni caminar o actuar podría. Aristóteles decía que el escépticos debería limitarse a operaciones vegetales. Cuando dice que quiere ir a Mégara y, en vez de continuar en la cama soñando que viaja, se levanta y se pone en camino y si encuentra un barranco pasa por el puente, etc., sus hechos desmienten sus palabras: no sabiendo distinguir el sueño de la vigilia, se levanta y viaja; y no sabiendo si existe o no una realidad externa elige el camino, y no cualquiera, sino el de Mégara; y no sabiendo si existe algo bueno, evita el barranco y pasa por el puente. Cada una de la elecciones que el escéptico hace, equivale a una certeza El escéptico sólo lo sería si se limitara a vegetar con un tronco, luego el escepticismo sólo existe por la incoherencia de los escépticos.
El escepticismo y el relativismo son lógicamente inconsistentes. Se formulan violando el principio de no-contradición. Son también humanamente inviables; no se pueden llevar a la práctica. ¿Cómo se vive el escepticismo? La razón tiene que guiar a la vida, no tiene derecho a desentenderse.
El viejo Sócrates de Atenas ya afrontó el escepticismo y el relativismo moral de sus contemporáneos (los "sofistas"), haciendo ver que el saber no puede ser solamente teórico ni solamente práctico. La doctrina no tiene el derecho de ignorar la práctica. A la inversa, la acción no puede buscar el éxito olvidando la verdad. Una filosofía que no se puede vivir no es válida. (Si la "sabiduría humana" es una virtud que perfecciona a la razón, hace falta que la perfeccione como razón especulativa y práctica).
Balmes, en el s. XIX, como Sócrates en el s. IV a. de C., reclama una filosofía que no entre en contradicción con el sentido común de los hombres de oficio. Así como un pájaro tiene dos alas, y ambas son necesarias para volar, igualmente la razón es especulativa y práctica. El preguntar filosófico tiene dos versiones, es "reversible": «Todo esto que nos toca vivir, ¿cómo se entiende?» Y «esto que entendemos, ¿cómo se vive?» El escepticismo y el relativismo, concluyen Sócrates y Balmes, son falsos porque no se pueden vivir.
III. Elementos de teoría del conocimiento
Entender y discurrir
El escéptico se debería abstener de obrar y el relativista debería obrar de cualquier manera. Para el relativista todo está permitido; siguiendo cada cual un criterio subjetivo, no hay normas de convivencia; en el límite: la vuelta a las cavernas. Con el escéptico como un tronco y el relativista sin vida social, no debería haber problemas. En cambio, llenan el mundo: instituciones políticas, universidad, periodismo, literatura, por todas partes encontramos la mentalidad relativista o escéptica. Los relativistas argumentan y dan explicaciones, a menudo plausibles. Si no pareciera verdad lo que dicen, no tendrían seguidores. Pero es característico del error "parecer verdad"; si no, no engañaría.
«Un pequeño error al principio, se vuelve grande al final» (parvus error in initio, magnus est in fine), observó Tomás de Aquino. Imagínese que el capitán de una nave comete un pequeño error al fijar el rumbo: cuanto más avanza, más se aparta de su destino. Quien se equivoca en algo elemental, por mucho que razone, no llega a conclusiones buenas, sino por casualidad. Esto pone en su lugar el papel del razonamiento. Ha habido escritores, profesores, filósofos importantes, que razonaban como escépticos o relativistas; ¿acaso no eran inteligentes, hábiles razonadores? ¡Naturalmente que sí! Eran grandes razonadores. No eran razonables. Ahora bien, el razonamiento es una habilidad automatizable: las máquinas a las que confiamos complicados procesos no se equivocan y son mas rápidas. No pueden equivocarse, porque no les corresponde "entender", sino procesar datos. Las máquinas no caen en errores, porque no piensan. Hay una parte de la Lógica –el arte de pensar bien– que es puramente "operativa", plasmable en circuitos electrónicos. Es la Lógica formal, una técnica del razonamiento exacta como la matemática. Pero la lógica no permite saber si algo es verdad, sino si está bien deducido. Su asunto es la corrección del proceso, no la verdad del juicio. La corrección es una faceta importante, pero subordinada a la apreciación de la verdad. Advertir si algo es o no es; he ahí la percepción de la realidad, el aspecto más humano del pensar. De nada serviría dialogar con el escéptico, si no admite que hay seres reales y los conocemos; eso no es problema de argumentos, sino de percepción. Cuando el escéptico lo niega, no le falla la razón discursiva, sino el sentido común. Ese no es un problema de lógica, sino de realismo.
Retengamos que la mente humana realiza dos operaciones diferentes: a) captar la realidad de forma inmediata, y b) razonar o deducir otras realidades a partir de la primera capitación. Si el error acaece en la segunda función, la discusión lo puede subsanar; mas si está en la primera, el diálogo es de poca utilidad. Son los «diálogos de sordos», frecuentes allá donde hay relativismo. En suma: no es lo mismo entender que razonar. Gilbert K. Chesterton (1874-1936) escribió que, contra lo que se suele decir, el loco no es el que ha perdido la razón. No: «un loco es aquel que lo ha perdido todo, excepto la razón».
Verdad lógica y verdad ontológica
Para al escéptico no hay diferencia entre verdad y error, según él no conocemos. Para al relativista hay tantas verdades como puntos de vista a los que la cosa es relativa. Para el realismo, la verdad es la perfección del juicio. Es verdadero el juicio que declara que una realidad es tal como es. Santo Tomás de Aquino definió la verdad como «adecuación del intelecto y la cosa» (adaequatio intellectus et rei).
El pensar –dice Balmes– no tiene otra razón de ser que conocer la verdad, o encaminarse a su descubrimiento. Hay dos aspectos en la verdad: el pensar y la cosa. El pensar sin cosas, sería vacío; lo podríamos comparar con alguien que duerme y no ha despertado nunca; el tal sería capaz de conocer pero, de hecho, no conocería. En cambio, las cosas sin pensamiento (si eso existiera) serían reales, pero no verdaderas: no serían conocidas. El conocimiento y la verdad van juntos. Cuando se produce la "adecuación" de que habla Santo Tomás es como si el durmiente despertara y viera la realidad presente. Cuando juzga uniendo en la mente lo que en la cosa está unido, o separando lo que en la cosa está separado, el juicio es verdad.
¿Dónde está la verdad? Ni en el pensamiento "durmiente", ni en las cosas sin el pensamiento; por tanto, la verdad es unión de lo conocido y el cognoscente. Se llama verdad lógica, en cuanto la unión tiene lugar en ellogos, o pensamiento. Pero también se habla de verdad ontológica, en tanto que el ser la causa; la definición de San Agustín, «la verdad es lo que es» (Verum est id quod est), hace referencia a la verdad como ser de las cosas. Luego la respuesta a la pregunta sobre dónde está la verdad es: de manera principal y más propia, la verdad está en el pensamiento adecuado a las cosas; pero también se puede decir que la verdad está en las cosas, en tanto que el ser real es lo inteligible.
Definición del conocimiento. El ser intencional
Cuando hablamos de la verdad como "adecuación", nos referimos a una unión especial. No unión física, como si algo "externo" pasara al interior. Esa denominación espacial es metafórica, no real. La unión entre la inteligencia y las cosas es al modo del intelecto, es decir, inmaterial. Si la inmaterialidad ya se da en la sensibilidad; a fortiori en el pensamiento.
Los clásicos utilizan la imagen de «continente y contenido», para expresar la relación entre un grado de perfección entitativa y otro muy diversos; se dice que el entendimiento contiene todas las cosas, como Dios contiene el mundo o el alma contiene el cuerpo. Se suele añadir el proverbio: Quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur (lo que se recibe, adopta el modo del recipiente). Quien impone su modo de ser es el superior; por tanto éste es el recipiente o continente, mientras que las formas de existencia inferiores están contenidas en él, o recibidas. Trasladémoslo a la relación entre la inteligencia y el mundo: éste está contenido en la inteligencia, porque lo conoce; y lo recibe o contiene a la manera de ella. El mundo adquiere en el pensamiento existencia espiritual, por eso se vuelve atemporal y inespacial.
Si la unión del sentido y el sensible fuera física, la presencia de los objetos ocuparía lugar, o no podríamos conocer cualidades contrarias. Igual como un tejido no puede ser negro y blanco a la vez, el ojo no podría ver diferentes colores. Además, si la piedra vista entrara en el ojo, lo destruiría. Por lo tanto, la presencia de las cosas conocidas por los sentidos y (a fortiori) por la inteligencia, no es física.
Aristóteles definió el conocimiento como posesión inmaterial del ser de una cosa. Como lo poseído no es la cosa misma, sino una representación de ella, diremos que las representaciones (o especies) son intencionales. Conocer es ser intencional, no ser físico.
El error
El error no es la carencia absoluta de conocimiento ni de verdad. Un error es conocimiento, pero de manera incompleta e imperfecta. La falsedad, como la verdad, está propiamente en el juicio de la razón; y consiste en la inadecuación entre la inteligencia y las cosas. Así, si juzgamos que el hombre no es libre, separamos en el pensamiento lo que en la realidad está unido, a saber, la humanidad y la libertad; si juzgáramos que los hombres son sustancias incorpóreas erraríamos, al unir en el pensamiento lo que no está identificado en la realidad, ya que el hombre es un ser corpóreo, no un espíritu puro.
Lo más curioso del error es que, aun siendo el mal de la inteligencia, ésta se adhiere a él. Esto nos hace pensar que el error no es absoluto: no existen errores puros, sin algo de verdad. El error engaña porque tiene atractivo: es "verosímil" (similar a lo verdadero). Todo error parece verdad, si no, no se explicaría el hecho de errar. En cuanto similar a la verdad, es una verdad incompleta. Se suele decir que el error es «verdad a medias». En otras palabras, los errores son verdades, pero "mutiladas" o incompletas. Como verdades, tienen atractivo y seducen a la razón, ordenada por naturaleza al conocimiento de la verdad. Pero en tanto que incompletas, frustran a la razón, porque la verdad es una plenitud y una justeza: que el juicio de la mente y el ser de la cosa sean adecuados.
Verdades inmediatas y verdades mediatas
Hemos hablado más arriba de teoría y técnica, de razón especulativa y de razón práctica. Ya sabemos que la mente humana es una, pero sus actos son diversos. Todos sabemos por experiencia interna que tenemos un único entendimiento o razón, sabemos también que podemos pensar sólo para saber o también para obrar. En conclusión, la facultad intelectual humana es única en cada uno, pero los actos intelectuales son, básicamente, de dos tipos, según la manera como alcanzan la verdad:
Se llama inteligencia (intellectus principiorum) a la capacidad de ver la verdad de inmediato, sin necesidad de discurrir. Las verdades inmediatas son "principios primeros": se entienden por sí mismos y causan la intelección de las demás verdades. Ante los primeros principios el entendimiento es como el ojo ante de la luz: no necesita buscar, ya posee. Son ejemplos de primeros principios: «Es imposible afirmar y negar lo mismo, a la vez, respecto a la misma cosa» (principio de no-contradicción); «Haz el bien y evita el mal» (principio de la acción). Como los principios son evidentes, no necesitan ser demostrados; son el paradigma de la verdad inmediata.
Se llama razón discursiva (ratio, intellectus disurrens) a la capacidad de encontrar una verdad a partir de otra anterior, conocida como tal. La razón discurre, eso es, sigue un "curso" o movimiento que, basado en la certeza de los primeros principios, busca conocer nuevas verdades. El discurso racional alcanza verdades mediatas, es decir, mediante razonamientos. La razón discursiva se subdivide, según el fin del discurso, en especulativa y práctica:
La razón especulativa se ordena al conocimiento de la verdad, su finalidad es conocer no para otra cosa, sino solo para conocer.
La razón práctica se ordena a la producción del bien, su finalidad no es conocer, sino obrar; para ella, el conocimiento de la verdad es el medio para la realización del bien. Como el bien puede ser técnico o ético, tanto la técnica como la moral entran dentro del campo de la razón práctica.
Comentarios