Ir al contenido principal

La vida humana ni es desecho ni es derecho

El pueblo se llama Trevi nel Lazio
Acompañé a una amiga a unas conferencias sobre bioética, en una localidad italiana que está en la parte montañosa del Lazio, en el centro de Italia, a pocos kilómetros de Roma. La naturaleza del lugar no podía ser más propicia para reflexionar en torno a la vida humana, a lo natural y al respeto a todo lo creado.


Castillo medieval de Trevi
Sin embargo, el lugar del congreso era un viejo castillo medieval, de piedra, húmedo y oscuro… Mientras estaba allí pensaba que a los constructores y genuinos habitantes de ese castillo nunca les habría pasado por la mente que, en sus habitaciones, un día iba a haber proyector de imágenes, computadoras, celulares y control remoto. No obstante la tecnología, nada hacía que el lugar fuera adecuado para unas conferencias. Al poco tiempo de estar allí, sentí claustrofobia y salí a dar una vuelta.

Volví a contemplar el paisaje. Sentada en un banco, la brisa y el sol me arrullaron, tanto que comencé a dormitar.

El castillo y sus alrededores


En eso, una vieja señora de la zona se sentó a mi lado –venía muy cansada y acalorada– y me dijo más o menos lo siguiente: “¡Qué calor!” – Jadeaba sin parar – “Vengo de visitar a la señora de allá abajo que se está muriendo… ¡Pobre! Si la vieras cómo está. Con lo fuerte que era y ahora está consumida”.



Luego, tras un breve silencio, se repuso y me dijo: “No somos nada”.

La viejecita era más
 o menos así


“No somos nada”. Esta frase me hirió, en el fondo porque me parecía cierta. Frente a todo ese paisaje imponente es fácil darse cuenta de la pequeñez y fragilidad humana. Y, además de esto, una viejecita cansada se postró a mi lado para contarme sus cosas, sin conocerme si quiera, ni preguntar mi nombre, ni esperar un consuelo… Llegué a sentirme como el espejo de un baño.



La situación me hizo levantarme y volver a lo que había ido: a las conferencias de bioética. Al llegar, el conferenciante de turno hablaba sobre la inviolabilidad de la vida humana, la dignidad de la persona, la importancia del afecto, de la familia, de la educación...



Había transcurrido la mañana y aún no se agotaban las palabras que hacían referencia a estos principios fundamentales de la bioética… Pero me seguía doliendo aquella frase de la viejita porque representaba, para mí, la vida misma: ¡No somos nada!


Llegada a casa, en la noche, comencé a sentirme como Mafalda: ¿Qué será lo que he aprendido hoy? ¿El valor de la vida humana o su insignificancia? Inmediatamente pensé: ¡Las dos cosas! ¡Qué buena lección de bioética! Y me quedé tranquila.



¿Por qué?



Porque, para ser un auténtico defensor de la vida, desde el momento de la concepción hasta su natural expiración, hace falta, por una parte, reconocer que la dignidad de la vida humana está por encima de todas las cosas –naturales y artificiales–, pero, por otra parte, es necesario no idealizar demasiado las cosas, pretendiendo que la vida –nuestra o la de otras personas– nos lleve a un estado de perfección y felicidad perfecta.


Somo criaturas
Defender la vida humana supone tanto el no menospreciarla como el no sobrestimarla, ya que ambas actitudes conducen a una instrumentalización de la vida. A veces se acusa a la Iglesia católica de fanatismo en estos temas de bioética. Quizás haya fanáticos que defienden la vida, no lo sé, pero una visión cristiana de la vida, si lo pensamos bien, lleva a armonizar estas dos actitudes.

Pensemos en la eutanasia, en la fecundación in Vitro, en el aborto, en el ensañamiento terapéutico. Quienes incurren en estos actos casi siempre lo hacen o por desprecio a la vida o por sobrestimación. Hay matrimonios que piensan que no serán felices si no tienen hijos, por lo tanto, consideran que tener hijos es un derecho. La sobrestimación de la vida de un ser humano puede llevar a su instrumentalización por fines egoístas. Una persona no debe venir al mundo ni marcharse del mundo en función de mi felicidad.


¿Quién defiende los derechos de un embrión?
Ya por nuestro mundo andan:  miles y miles de embriones, de vidas humanas, depositados en congeladores; pero eso sí muy cuidados por los mejores especialistas, súper valorados, costosísimos, sujetos a la más avanzada tecnología biomédica, fabricados por los genios del planeta.



Por eso, la vida humana ni es desecho ni es derecho…

Comentarios

Anónimo dijo…
excelente trabajo, lo pone a uno a reflexionar sobre la vida por derecho o desecho
Erika Valenzuela dijo…
Una visión interesante y justa. Va para mis links de facebook.

Entradas más populares de este blog

Violencia de género el día después

HRA Pharma y Laboratorios Politécnicos Nacionales  son los responsables de la comercialización de la píldora de emergencia o "del día después", cuyo nombre comercial es NORLEVO. Éste es el comercial para TV del 2011:

Bovarismo criollo

A Jules de Gaultier le debemos el hallazgo de ese curioso mal que aqueja a los personajes de Flaubert, inmortalizado en Emma Bovary. Se trata de la tendencia a concebirse distinto de como se es. “Todo hombre, en el fondo, es un bovarista” decía Antonio Caso. Ninguno de nosotros es libre de espejismos, máxime en un mundo donde un App o un laboratorio de tuits, construye, crea y convierte la ficción en información -síntesis apretada del fenómeno de la posverdad-. Basta que una idea o fantasía se asome en la conciencia para que los individuos tiendan a volverla realidad: “Nos vamos sacrificando a nuestra mentira”, sentenciaba precipitadamente el filósofo mexicano.   Así las cosas, el impulso bovarista o inclinación a pensarnos diverso de como somos en realidad, constituye la fábrica por excelencia de idealismos, utopías o ideologías autorreferenciales. Basta que el individuo que pretenda encarnar su falsa idea de sí sea un líder carismático para que aquello cunda por doquier, apoyánd...