Allí están los súper héroes. Todos nos hemos entretenido con sus hazañas en su inevitable misión de salvar el mundo. Los súper héroes son los garantes del bien, de la justicia, de la libertad. A ellos se les confía la salvación de la Humanidad. Debido a su gran misión estos personajes cuentan con sobradas habilidades y con dotes extraordinarias, tales como volar, ser más fuertes de lo normal, tejer telas de araña, ser elásticos, invisibles, cambiar la forma de su cuerpo, etc. En fin, cada uno tiene su súper héroe favorito.

¿A dónde voy con todo esto? A que tengo la impresión de que muchas veces corremos el peligro de creernos los súper héroes de nuestra propia biografía.

Pasemos ahora al plano más profundo de la libertad. Solemos plantearnos la ética como la moral de los súper héroes, es decir, como una serie de ideales de comportamiento ético que son tan espectaculares como inasequibles a nuestra condición humana. Creemos que son buenas las personas a las que no les cuesta ser buenas pues, quién sabe por qué motivo de selección natural, ellas nacieron siendo así, buenas y virtuosas. De este modo, para los mortales resulta imposible no mentir, no robar, o ser honrados, disciplinados, etc. Sólo los súper héroes pueden perdonar, mantener un compromiso, sacrificarse por los demás, llevar a cabo una obra de manera desinteresada. De resto es pura demagogia y discurso bonito, nada real. Cosas que se aplauden, que se leen, que se cantan y se admiran, pero que no se viven.

Por eso, la concepción autónoma de la moral no sólo exime a algunos de cualquier comportamiento ético posible, sino que a otros -y estos son a mi modo de ver los casos más peligrosos- los hace creerse invencibles, moralmente perfectos, salvados de cualquier reproche a sus conciencias.
¡No hay nada más lejano de esta mentalidad que la ética cristiana! El ideal cristiano es alto, es arduo, sí, es heróico, pero no es ni inasequible ni alcanzable por las propias fuerzas humanas ni por las propias convicciones éticas. Si un cristiano se plantea una acción heróica es porque se sabe sostenido y fortalecido por la mano poderosa de un Dios escondido pero cercano. De este modo, se reconoce como ser débil e indefenso, vulnerable, fácilmente manipulable y con tendencia a errar si se guía sólo de su propia conciencia; pero al mismo tiempo se sabe rescatado, redimido, levantado de sus caídas y equivocaciones, asistido en todas sus batallas por el amor de Dios.
Por eso, en lugar de considerarnos súper héroes, el secreto para poder vivir realmente, éticamente bien, parece estar apoyado en la convicción de la absoluta necesidad de "Otro" que nos levante, que nos sostenga, que nos perdone, que nos anime a seguir avanzando. Es, en definitiva, librarnos de ese prejuicio de la autosuficiencia, del "seréis como Dios" que continua tentándonos como a nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Comentarios