Yo no sé de música pero cuando voy a un concierto de orquesta, uno de los momentos que me resultan más excitantes es cuando todos los músicos comienzan a afinar sus instrumentos. Son minutos de expectación, de relajamiento y de concentración a la vez. Cada uno está metido en su artefacto musical: lo toca, lo escucha, lo vuelve a tocar, sin que le perturbe el ruido que hay a su alrededor.
Afinar supone dar con el tono justo según cada instrumento. Ni muy agudo ni muy grave, sino en la nota exacta. La nota es una, pero los distintos instrumentos la expresan a su manera. Me resulta una bonita metáfora de lo que podríamos llamar la autenticidad de las virtudes que son, para los seres humanos, lo que las notas musicales son para los instrumentos: una guía de afinación, de convivencia armónica, de crecimiento en las capacidades propias de cada uno.
Por eso, está claro que la autenticidad no se logra imitando modelos originales, nada más ajeno a este vocablo. El camino de la autenticidad se recorre afinándose y para eso hace falta conocerse, adentrarse en uno mismo y concentrarse en los propios modos de "sonar", que se expresan en la convivencia diaria, en los gustos, en los modos de trabajar, de opinar, de reflexionar y de reaccionar. ¿Cómo sueno yo? ¿Cómo me perciben los demás? ¿Cuál es mi sonido particular o mi modo peculiar de expresarme, de querer, de pensar?
En los instrumentos de viento afinar es templar. Se trata de una acción que también podemos trasladar al campo de las virtudes. Templado es el que se provee de lo que necesita, sin pecar de más ni de menos. Disfruta lo justo, descansa lo necesario, opina sin imponer su punto de vista, come y bebe sin excesos. La medida no es objetiva sino personal. Cada uno debe saber hasta dónde puede llegar sin dañar la salud ni faltar a los compromisos adquiridos. Las faltas de templanza traen grandes problemas porque generan dependencias. La dependencia es una especie de problema inventado porque crea necesidades ficticias que, además, se exigen en cantidades desproporcionadas. Por eso hacen tanto daño.
Fuera de caso de enfermedad, todos podemos afinar en los modos de conducirnos y en el trato con los demás, ejercitando diversos hábitos o virtudes. Reflexionar sobre las propias reacciones, gestos y apreciaciones de las cosas y de las personas, nos ayuda a discernir cuáles son los hábitos en los que me debo entrenar más: paciencia, cordialidad, amabilidad, carácter, optimismo, alegría, comprensión, sinceridad, sencillez, decisión, disciplina, y un largo etcétera.



Existe un peligro inmenso en lo que al consejo y a la formación en virtudes se refiere, que consiste en el adoctrinamiento ideológico. Las virtudes son actos libres, racionales y voluntarios. Por el contrario, las ideologías imponen modos de ser y de pensar precisos y al caletre, como dicen los jóvenes. Poco a poco van cercenando la libertad, la originalidad y el propio talento. Nadie puede imponer un pensamiento, ni una conducta, ni una opinión única. Todas las ideologías poseen una visión estrecha, pobre y utilitarista del hombre. En lugar de una orquesta de instrumentos armónicos, pretenden construir una sociedad de seres en serie, que no pueden interpretar su propia melodía vital.
Por último, cuando se afina un instrumento no se hace para que éste adquiera un protagonismo especial ni para que suene por encima de los demás. No se trata de adquirir notoriedad sino de contribuir a la belleza y armonía del conjunto. Como decía una joven graduanda de medicina en su discurso a los compañeros de estudio: No queramos ser los mejores médicos del mundo, sino los médicos que el mundo necesita para ser mejor.
Comentarios