viernes 8 de agosto de 2014 12:00 AM
Allá por los años de liceo aprendimos las características de los seres vivos: que son capaces de automovimiento (crecen, se reproducen), que tienen órganos, que realizan operaciones internas, tales como la digestión, la fotosíntesis, la respiración, etc. En definitiva, un ser vivo es una unidad compleja, con procesos que se complementan y exigen mutuamente. La muerte se define como la descomposición de esa unidad vital que hace posible el funcionamiento de todo el conjunto como un único ser. Si se parte una piedra en dos trozos, se tienen dos piedras; pero si se parte un perro en dos, resultan dos pedazos de un cadáver.
La unidad supone la unión de órganos diferentes. A nadie se le ocurre decir que una roca maciza está muy unida. La uniformidad no es unión, y por eso tampoco es capaz de llegar a tener vida, pues no soporta en su interior un conjunto de operaciones distintas, vitales.
Si nos trasladamos al ámbito del comportamiento humano, debemos a los franceses la expresión "esprit de corps". Quizás por influencia de la teoría de sistemas, los sociólogos acuñan el término "espíritu de cuerpo" para explicar el comportamiento moral unitario de un grupo de personas, ya sea una corporación, un ejército, un equipo, una raza, una secta, un movimiento religioso. Tener espíritu de cuerpo consiste en alimentarse de una energía común; tener la misma fuerza vital, de la cual todos se interesan porque a todos beneficia; fomentar la prosperidad de todos y su buen desempeño, y defenderlo frente a los extraños.
Pero, como ocurre con casi todo lo que respecta a la conducta humana, la unidad no se da sin libertad, sin el deseo de querer estar unidos. Por eso, sólo podemos hablar de unidad entendiéndolo como un valor o una virtud, como un principio del obrar personal. La unidad no se consigue si se plantea como una estrategia política, y mucho menos como un mecanismo electoral, sencillamente porque si la intención no es unirse, sino favorecer a uno, entonces el resultado no será la unión. El problema del pragmatismo político es que no muestra la intención ni los fines que se persiguen con cada una de las estrategias que se proponen, aunque el mensaje y las palabras sean sublimes.
Si la unidad es virtud entonces exige una educación moral que forme personas capaces de vivir este espíritu de cuerpo, de prosperidad y beneficio común. Capaces de renunciar a bienes pequeños para obtener aquellos mayores que sólo se consiguen en conjunto, porque la sociedad también puede entenderse como organismo vivo. Esta educación moral pasa, como bien lo decía Alfonso Reyes, por saber jerarquizar los fines: "La educación moral, base de la cultura, consiste en saber dar sitio a todas las nociones: en saber qué es lo principal, en lo que se debe exigir el extremo rigor; qué es lo secundario, en lo que se puede ser tolerante; y qué es lo inútil, en lo que se puede ser indiferente". Una persona que no sepa establecer prioridades, que se crea el centro del universo y que discuta por tonterías, manifiesta que le falta madurez, que su conducta no ha alcanzado el nivel moral que exige vivir en unidad. Lo vemos a cada rato en las familias... y en la política.
¡Cuán lejos estamos de vivir cabalmente la unidad! Bien lo decía el ilustre venezolano Cecilio Acosta, que el gran problema de Venezuela era el odio político (no dice la falta de liderazgos): "Confundimos de ordinario la idea con la persona, la doctrina con la parcialidad; nos oímos a nosotros mismos, nos negamos a la cooperación de la labor común, y vienen, como resultado, la esterilidad en los esfuerzos de la administración, la impotencia en los trabajos de la paz y la pendiente que va a dar a los abusos de la guerra" (Deberes de Patriotismo). No desistamos y mucho menos nos sintamos eximidos de encarnar esta virtud de la unidad. La patria y sus hijos lo reclaman.
@mercedesmalave
Comentarios