Continuando con estas reflexiones seriadas, le
toca el turno a la indisciplina. En nuestro país existen tantas obras sin
concluir, tantos proyectos sin ejecutar y tantas ideas geniales sin iniciar,
que uno tiende a pensar que tenemos un problema de disciplina.
Solemos relacionar la disciplina con dos
actividades que requieren mucha dedicación, esfuerzo y constancia: la milicia y
el deporte. La disciplina exige someterse constantemente –no cuando me conviene–
a un conjunto de reglas, exigencias, obediencias y prácticas para poder
alcanzar objetivos valiosos, ya sean individuales o colectivos. En realidad, la
disciplina es necesaria para todo, a menos que se quiera estar continuamente
comenzando de cero. La vida suele representarse como una pendiente: o se sube o
se baja. La exigencia, la constancia, la obediencia y la disciplina son formas
de subir.
En política, la disciplina es fundamental
porque los fines que nos proponemos son altos, requieren trabajo en equipo y
mucha coherencia para no desviarse en el camino y llegar a la meta. Repasando mis notas sobre la
disciplina, encontré una ficha especialmente valiosa:
“Era un guerrillero —escribe—, y
me movía por el monte, disparando cuando me daba la real gana. Pero quise
alistarme como soldado, porque comprendí que las guerras las ganan, más
fácilmente, los ejércitos organizados y con disciplina. Un pobre guerrillero aislado
no puede tomar ciudades enteras, ni ocupar el mundo. Colgué mi escopetón
—¡resulta tan anticuado!—, y ahora estoy mejor armado. A la vez, sé que no
puedo ya tumbarme en el monte, a la sombra de un árbol, y soñar que yo solito
ganaré la guerra”.
La indisciplina es el vicio de los que no
quieren dejar de pensar en sí mismos, en sus quimeras y hazañas irrealizables. A
decir verdad, no se someten a disciplina porque son egoístas, porque quieren
ser los protagonistas de una gran historia solitaria, pero no tienen el valor
de construir nada que valga la pena. La disciplina exige temple y humildad; la
indisciplina es una forma de indigencia porque refleja carencia de estabilidad,
voluntad, hábitos, metas, propósitos y luces. Vagar, errar, zanganear son
sinónimos de indisciplina.
Si el desprecio por la lógica refleja rechazo a
la verdad; y el desprecio por la ética muestra el poco valor que a veces damos
a la libertad; la indisciplina es una de las manifestaciones más claras de la
falta de ideales. La indisciplina no es consecuencia de la
flojera, únicamente, o de que somos tropicales, sino también de la resistencia
a obedecer, del grupismo, el chismorreo, la siembra de discordia, la conjura y
las pugnas por pequeñeces personales. Nunca faltan tejedores de intrigas y
maniobras que se dejan llevar de celotipias y envidias. Tampoco faltan los
débiles de carácter que se dejan engañar por algún impostor que manipula o
adula para conseguir que alguno se libre de disciplina. Son actitudes que también
fomentan la indisciplina, quizás en mucha mayor medida que la resistencia
natural a perseverar en algo costoso. Lo costoso es lo de menos; lo
verdaderamente problemático es la soberbia. Sin duda, la indisciplina es una
forma, muy mediocre por cierto, de vanidad.
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