Después de Cristo, la teología emplea el lenguaje filosófico y no viceversa. Lo contrario sería, a primera vista, ejercicio de ingenuidad o superstición. Sin embargo, la filosofía moderna parece no tener otra finalidad que remplazar a la teología. Sepultaron a la metafísica y hoy carecen de asideros conceptuales sólidos. Comenzaron por divinizar a la razón e instauraron el primer monoteísmo antropomórfico. De ahí a aquí, filósofos pretenden socavar la teología siguiendo el método ilustrado. Las consecuencias las vemos marcadas en conductas y discursos políticos.
Aunque esta reflexión da para escribir tratados y reconocer un sin número de excepciones al planteamiento general, corramos audazmente al tema que encabeza este artículo.
Absolutización de lo relativo
Hay que distinguir entre experiencia religiosa y Revelación. En el primer caso se trata de estados subjetivos de las personas frente al hecho religioso, mientras que en el otro se refiere al asentimiento de la fe o disposición natural de la razón a aceptar ciertas verdades reveladas, con carácter de absolutas, por la autoridad de quien (se) revela.
Las ideologías modernas tienen la pretensión común de absolutizar realidades relativas. Absolutizan la razón (diosa razón), la libertad, la igualdad, la justicia, la voluntad, la nación, el colectivo, el individuo, las pasiones, el placer, el cuerpo humano y hasta el sexo.
Frente a tamaña osadía, se entiende que el lenguaje filosófico no sea capaz de expresar el alcance y las consecuencias de determinados proyectos ideológicos. Además, si se absolutiza el papel de la razón, o de cualquier otra “súper-potencia” humana, lo lógico es que el antagonista de todos sea Dios. Sobreviene el drama del humanismo ateo (De Lubac) que termina en el mismo desencanto: ni el progreso, ni el nacionalismo, ni el libertinaje moral o sexual cumple con las expectativas de felicidad que prometen, los problemas siguen intactos y la insatisfacción es global. Se victimizan y echan la culpa entre ellos. Nietzsche decretó la muerte de Dios y tenía razón desde el punto de vista filosófico de su tiempo que se dedicó a convertir todo proyecto de pensamiento filosófico en fracasos divinos.
La realidad es dura de matar
Sobreviene la tragedia europea y con ella la lucidez de algunos filósofos lo vuelve a intentar. Tratan de recuperar el sentido de lo real, sin evadir la trascendencia y el justo lugar de la razón, la voluntad y las pasiones. Asumen en profundidad la experiencia humana sin encorsetarla en sistemas preconcebidos. Son muchos los filósofos dispuestos a salir del hermetismo absolutista.
Acudiendo a un caso que nos puede ser útil, Hannah Arendt retomó la realidad teológica del infierno para describir los campos de concentración: “cuando yo empleé la imagen del infierno, no lo hice alegórica sino literalmente: parece bastante obvio que seres humanos que han perdido su fe en el Paraíso no serán capaces de instaurarlo en la Tierra; pero no es tan claro que quienes han perdido su fe en el Infierno como lugar en el más allá no se sientan deseosos y no sean capaces de instaurar en la tierra imitaciones cabales de ese infierno en que las gentes solían creer”.
La filósofa considera la realidad teologal del infierno como la explicación del holocausto, más adecuada que cualquier aproximación sociológica, psicológica al hecho. Ni siquiera la idea de mal absoluto explica cabalmente la realidad de los campos de concentración.
La fe (teologal) en el infierno actúa como fiscalizador de conductas; obliga a obrar en los límites del bien –de ahí el negativo no: robar, matar, mentir– por temor a condenarse. John Adams decía que la doctrina del infierno era la enseñanza cristiana y platónica más importante para la política.
Nuestro infierno
Vivimos tiempos de esperanza; la del venezolano crece exponencialmente con arranques de euforia colectiva. Pero ¿Qué esperamos? ¿Acaso no alimentamos aspiraciones viles o, a lo menos, ingenuas?
Nos han hecho esperar en una invasión –caricaturizada como juegos pirotécnicos al acabar la función– para salir nada menos que de 20 años de revolución, 60 de populismo y 200 de militarismo. Nos han pulverizado cualquier deseo de paz y reconciliación: “Con malandros no se negocia” dicen cientos de personas que han vivido experiencias de secuestros; “En dictadura no se elige”, afirman dirigentes políticos que conocen de sobra la fuerza inocultable del voto como mecanismo de protesta.
Urge un liderazgo que recupere la esperanza patria, que sepa mirar el mañana. El inmediatista “YA” alcanzó la mayoría de edad pero no la madurez.
Carentes de humildad, pareciera que la única cualidad humana deificable es precisamente ella. A decir de Santa Teresa, la humildad es la verdad y Dios es la verdad. El humilde no diviniza nada, ni divide la humanidad entre buenos y malos; no se ocupa de estar del lado correcto de la historia, sino al lado de quienes pueda servir e iluminar más. La humildad es, a decir de San Agustín, morada de la caridad, casa del amor, paraíso.
@mercedesmalave
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