El milagro económico tuvo manos bien visibles que modelaron, ajustaron y adaptaron el laissez-faire capitalista a la dramática situación económica y social de Alemania. Ludwig Erhard y Konrad Adenauer fueron figuras claves para la implementación de un modelo socioeconómico conocido como economía social de mercado, cuyo propósito Erhard lo resumía en el sueño “quiero probar mis propias fuerzas, quiero hacerme cargo yo mismo de los riesgos que enfrento en mi vida, quiero ser responsable de mi destino. Te encargo a ti, Estado, crear las condiciones para que pueda hacerlo”. Deseo que armonizaba las aspiraciones de libertad e iniciativa individuales, con la ineludible necesidad de hacerlo en sociedad, en un lugar determinado, con unas leyes específicas, bajo las garantías de orden, seguridad y protección que ofrece el estado.
Si no fuera por las realidades fronterizas, quizás las zonas más activas, vivas y latentes de nuestro mundo, hablar de estado-nación sería algo tan abstracto como hablar de amor, paz y libertad, aunque éstas también tienen sus delimitaciones vivas que laten en figuras como la Madre Teresa, Nelson Mandela o Martin Luther King. La economía social de mercado obliga a reflexionar sobre el estado y sus funcionarios, sobre sus atribuciones y competencias económicas. La buena noticia es que superar el modelo socialista no obliga asumir, con el mismo dogmatismo decimonónico, el sistema capitalista. Generar condiciones es la única tarea de un estado, y para eso, sus funcionarios, servidores públicos, deben ocuparse de las personas y no de los negocios. Distinción que supieron fijar muy bien los alemanes, y por eso tuvieron éxito.
Sometidos, como estamos, a dinámicas pendulares de polarización, de todo o nada, de blanco y negro, de tu o yo, de sectarismo, etc., resulta difícil alcanzar el anhelado centro, tanto en lo político como en lo económico y social. Orden, equilibrio, estabilidad: características del sistema económico alemán que permitieron a una nación arruinada material, espiritual y anímicamente, levantarse. En situaciones de suma precariedad, mínima institucionalidad y pobreza letal -término acuñado en los últimos días por Rafael Simón Jiménez- pareciera que no tenemos otro destino que la extrema necesidad y la eterna cola, la escasez de todo, la devaluación, la palanca, la irregularidad, el soborno, el sálvese quien pueda, y pare de contar. Pero, mientras transcurre la tragedia, el gobierno se percató de la necesidad del laissez-faire para no gobernar sobre calaveras, como dice Carlos Raúl Hernández, pero sí en una creciente y escandalosa inequidad social, en un viraje pragmático ‘como sea’ que le lleva a gritar “patria, capitalismo o muerte” en su acostumbrado tono vacío de fondo y revolucionario de forma: tan banal como mortal.
Pero las grietas, el abismo social y el desastre pueden suceder, y ese día nos percataremos, entre otras realidades, de que no somos chinos. Un ejemplo aleccionador de las cosas que ocurren aquí, y no en China, lo advertía hace casi 40 años la CEPAL cuando anunciaba el peligro del neofeudalismo: esa realidad que resulta como consecuencia directa del enquistamiento social o ausencia de movilidad de personas, familias y grupos sociales de una clase social a otra dentro de un sistema o modelo socioeconómico específico coordinado por el estado, no por grupos económicos, mucho menos por mafias.
Analizaban los investigadores de Latinoamérica que dicha rigidez en la estratificación de la población llevaba consigo una progresiva desintegración nacional, hasta el punto de generar verdaderos “compartimientos estancos que cultivan el aislamiento selecto de grandes grupos”. Se crean fenómenos comunicacionales aislados, conflictos latentes o disimulados: “las lealtades se dirigen al grupo cercano de referencia en menoscabo del consenso nacional, e incluso los cuerpos de seguridad se "privatizan" para proteger este régimen neofeudal”.
El neofeudalismo responde a la conjunción de la crisis económica y política: “Mal se perfilará el devenir social latinoamericano si estas señales de neofeudalismo persisten. Sin duda, están vinculadas con la doble crisis económica y política; es un mecanismo desesperado de defensa colectiva. Pero hay que atacarlo a tiempo a medida que las perturbaciones suavicen. De lo contrario, adquirirá dinámica propia”…y lo estamos viviendo.
Un estado que, en lugar de generar condiciones, lo que hacen sus funcionarios es enchufarse, especializarse en extorsiones y rendir cuentas a camaradas, negándole condiciones al resto, nunca podrá levantar una economía por más que se lo proponga o se lo impongan los chinos. A lo sumo levantarán un bodegón por aquí, un casino por allá y con suerte una refinería a media máquina, sin agua ni electricidad. Así se llega a parar en una “activa "guettoización" que produce una convivencia inerte, un sistema de soledades partidas y compartidas, un neofeudalismo, en fin, que no llega después de la madurez económica sino en un medio estancado y regresivo, que podría inclinarse á una caótica desestabilización” (CEPAL, Reflexiones sobre la condición latinoamericana, 1985).
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