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El hombre racional: conocimiento y naturaleza

Rudolf Goclenius (1547-1628)

Toda persona es consciente de que piensa. Se trata de una experiencia tan clave para la antropología que, de hecho, a ésta se le ha llamado con frecuencia psicología: “el nombre de psicología se ha hecho ya tan clásico, desde el siglo XVII, en el que lo inventó un tal Goclenius, que resulta difícil prescindir de él” (Verneaux: 7). De hecho, podemos decir que la antropología es la ciencia del hombre en cuanto a ser que piensa, que razona (racional), con un principio animado de conocimiento, de interioridad, que experimenta a partir de sensaciones y del intercambio de experiencias con el mundo sensible, con las demás personas.

El conocimiento humano ha sido ampliamente estudiado por la filosofía y por las demás ciencias del hombre. Además, podemos encontrar innumerables respuestas a las preguntas esenciales acerca del conocimiento, que se resumen en las siguientes cuestiones básicas: ¿Nacemos con ideas innatas, o todo el conocimiento proviene de la realidad externa? ¿Conocemos la realidad tal y como es, o la conocemos de modo confuso y caótico, y luego nuestra mente la organiza? ¿Dónde se encuentra la esencia de las cosas, en mi inteligencia o en la realidad misma?

Si acudimos a la propia experiencia, notamos, por una parte, que los conceptos que tenemos no son innatos sino adquiridos a lo largo del tiempo, a veces con mucho esfuerzo. Su adquisición puede provenir o del conocimiento sensible, o por medio de la creencia o la fe (conozco según la autoridad de alguien). Por su parte vemos que, al poseer una serie de conceptos en la mente, somos capaces de deducir otras realidades, de inventar argumentos nuevos, de modificarlos, de elaborar nuevas síntesis, etc. A veces no vemos la relación entre determinados conceptos adquiridos y las ideas que tenemos. Los sueños, por ejemplo, son un ejemplo de esto: ¿de dónde me viene esta serie de ideas, de imaginaciones, con esas relaciones entre sí? ¿Cómo se explican estos fenómenos?

El conocimiento parte de la experiencia sensible. Los cinco sentidos van captando partes de la realidad. El hombre es capaz de interiorizar estos datos sensoriales y de reunirlos bajo una percepción común, interior. Existe una clásica distinción entre los sentidos externos (olfato, vista, gusto, tacto, oído) y los sentidos internos (imaginación, memoria, sentido común, estimativa). Lo que importa saber es que el dato sensorial es procesado por los sentidos internos, y esto hace que el hombre posea una especie de mundo dentro de sí. Se trata de un mundo que no está lleno sólo de imágenes fotográficas, ni de sonidos, ni de sensaciones, sino que es un mundo en cierto modo universal ¿qué significa eso?

Si tuviésemos sólo imágenes concretas de las cosas, no seríamos capaces de reconocerlas en su diversidad material. Lo que hace que un niño reconozca no sólo las sillas de su casa sino todas las sillas que va encontrando en su vida, es un ejemplo de que existe una dimensión inmaterial –y universal– del conocimiento. Esto es así porque el hombre es capaz de conceptualizar, de captar aquello que es esencial para que algo sea lo que es.  A esto le llamamos conocimiento sensible o simple aprehensión. Existe una dimensión objetiva del concepto, que se demuestra en la capacidad de reconocer los objetos ya conocidos, y otra dimensión que podemos llamar formal que es la que permite trabajar el concepto en nuestra mente: pensar sobre él.   

Pero la realidad no sólo nos muestra una serie de cosas aisladas –que conceptualizamos– sino también las conexiones o vínculos causales que existen entre ellas. La capacidad de razonar se basa, en gran parte, en esta posibilidad de reconocer el orden causal de la naturaleza, la razón de ser de los fenómenos. A propósito de este orden que muestra el universo, el famoso físico Albert Einstein respondía a su amigo Max Born que, al parecer, creía que todo el mundo era consecuencia del azar: "Tú crees en un Dios que juega a los dados y yo creo en una ley y un orden completos en un mundo que existe objetivamente”.


Esto nos lleva a dos principios fundantes del funcionamiento del Universo y del hombre, que son la ley y la naturaleza: los seres actúan, se comportan, según su naturaleza: La acción, en cuanto determinado contenido que se realiza, es una especie de manifestación de la esencia de las cosas (cfr. Wojtyla: 282). Esto parece una cosa evidente. Decíamos que por experiencia sabemos no sólo lo que las cosas son, sino también cuál el orden de su obrar y a qué finalidad responden. Cuando conceptualizamos, por tanto, aprehendemos las cosas no de modo estático sino en toda su dinamicidad y potencial desarrollo. Esto es posible porque la naturaleza de las cosas, su modo de ser y de obrar, siguen unas normas de operatividad que son más o menos constantes. A estas normas naturales les podemos llamar naturaleza. La naturaleza de las cosas no es más que las leyes intrínsecas de su obrar, que responden, a su vez, a un diseño inteligente y no a una voluntad arbitraria y cambiante. 


Este orden también es posible percibirlo en el hombre: la naturaleza humana es racional y por eso somos personas: "Cuando decimos que el hombre es un ser racional, ya estamos afirmando que es una persona. El hombre es, por naturaleza, persona" (Wojtyla: 282) Pero el concepto de persona es incompleto si lo entendemos sólo desde el punto de vista de la racionalidad, o sea de la capacidad de razonar. Es necesario incluir algunas nociones de relacionalidad porque la persona es, por naturaleza, razón y relación.


Ver: 

Tenía razón el Principito

Los Miserables: ¿Qué tienen que ver el oro y la ley?

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